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Roma, 1971 (1)

jueves, 11 de agosto de 2022
Por fin apareció la frontera italiana y el control de pasaportes. San Remo... le sonaban en sus oídos las voces ganadoras del famoso festival: Domenico Modugno, Iva Zanicchi, Gigliola Cinquetti, Luigi Tenco, Bobby Solo, Adriano Celentano. El becario había grabado de la radio en su grabador Sony, con cintas de larga duración y dos velocidades, todas las canciones del festival del 69. Las escuchó mil veces, mientras imaginaba chamuyárselas al oído a una soñadapapusa, ya que cantar no era lo suyo.

Los dejaron en un control policial de la autopista. Estaba nevando y preguntaron como ir a un pueblo del norte, cerca de Milán, donde vivían unos supuestos parientes de alguien. Se hizo de noche, nevaba cada vez más fuerte, y no podían demorarse mucho, así que abortaron la búsqueda y consiguieron una siompe piojosa donde pernoctaron.

En la próxima etapa alcanzaron Pisa, vieron la torre pendente (ingresso vietato porque no había liraspara la entrada) ysacó un par de fotos (tenía que estirar el rollo de diapositivas y guardar para Roma). En Florencia dieron una vuelta por el centro histórico. No entraron a ningún sitio porque el carnet no abrió ninguna puerta.

Al día siguiente los dejaron cerca de la autopista anular que rodea Roma. Delante de ellos se paró un Ferrari rojo con un tipo de antejos chetosal volante y se ofreció a llevarlos hasta la entrada de la Ciudad Eterna. El joven turista se acomodó en la butaca del copiloto abrazado a su bolso, mientras su percanta se tenía que hacer un ovillo para entrar en el pequeño asiento trasero. Cuando arrancó y le metió fierro, que lo parió, que sensaciones tuvo el muchacho de Villa Luro. Iba pegado al asfalto, como con el carrito de rulemanes que tenían sus hermanos mayores, en el que lo sentaban y empujaban por el asfalto, a los santos pedos con el culo a pocos centímetros del suelo. Cualquiera de los autos que los habían llevado antes parecían unas carrindangas al lado de questa màcchina. Daban miedo los camiones, porque casi se podía pasar por debajo de ellos. Tal vez la distancia era poca o la velocidad mucha, a Antonio se le hizo corto el paseo.

Se acomodaron en un hotelucho cerca de la estación Termine, y en la mañana caminaron directamente hasta el Consulado Argentino donde habían quedado en encontrarse con Nati.

Natalia era una compañera de Micro, papis separados, él empresario, ella partera, de las que se llenaban de guita con los abortos de chicas bien.

Se habían hecho muy amigos y en su casa, un piso enorme de la avenida Callao, con un interminable pasillo con habitaciones, baños, vestidores y otras dependencias (pieza y baño para la sirvienta interna), mesa de mármol de Carrara y totalmente alfombrado, se reunían a estudiar. Antonio era rápido de reflejos y siempre estaba dispuesto a socorrer a las compañeras ante cualquier duda o dificultad en cualquier tema, por lo que recibía frecuentes invitaciones para compartir horas de estudios. A cambio de su intervención didáctica o algún soplo en un examen, lo invitaban a comer o, como Nati, a estudiar sumergido en unos cómodos sillones, a tirarse en la alfombra escuchando música en los intervalos, a charlar con su hermana, novia de un periodista famoso, es decir, que podía asomarse a unambiente completamente distinto al que pertenecía. Y, conociéndolo un poco, es de suponer que no descartaría la oportunidad de atracarla si se daba la ocasión, cosa que nunca ocurrió. Porque eso sí, era de corazón flojo, enamoradizo como él solo.

Como en algún momento de aburrimiento en la zapie de Carabanchel le había escrito, ella le contestó contándole que se había recibido y también su novio, un rubio alto que él conocía. Se iban a casar, y en lugar de regalos querían pedir a sus respectivas familias y amigos guita para irse de viaje de bodas a Europa, algo usual en su ambiente. Aunque tuvieran que renunciar al mínimo amueblamiento del nuevo depto de la calle Arenales que le compraron sus viejos, donde solo tenían un colchón en el suelo. También le comunicaba que día llegarían a Madrid, primera etapa del romántico viaje.
Fueron a esperarlos al aeropuerto de Barajas, y destinarían todo ese día y el siguiente para acompañarlos y mostrar la ciudad. Una vez ubicados se encontraron los cuatro en el hall del hotel. El guía tenía el plano de la ciudad en la mano.

Por aquellas épocas y aquellos ambientes porteños, un viaje a Europa no se lucía con fotos delante de monumentos, sino con alguna pilcha novedosa, desconocida en las pampas, y cuando alguien preguntaba donde se había comprado, "en mi último viaje a Europa" era la respuesta clásica, cheta, distinguida. Eso si marcaba nivel. Así que Nati le dijo que traía unas direcciones para comprar un saco de ante, el cuero de moda, para su flamante marido.

Lo que quedaba del día y el siguiente recorrieron todas las casas de cuero de Madrid. Horas al pedo esperando que el dorima se probara uno y otro modelo. Luego continuaron viaje a París sin conocer Madrid, pero con un saco de ante para presumir. Seguirían otras ciudades en la gira y como iban a coincidir en Roma, convinieron en encontrarse en el Consulado Argentino, que nadie sabía dónde estaba nique en Semana Santa iba a estar cerrado.

Antonio dejó un papel con la dirección de la pensión donde estaban alojados en una hendija de la puerta, por si acaso, y se fueron a conocer el Castel Sant'Angelo, el Panteón y el Foro. En un momento se sentaron a descansar en lo alto de una escalera, frente al Coliseo. Y de golpe, subiendo por esa escalera, aparecieron Nati y el marido. Si en vez de programar el encuentro en Roma hubiera comprado un billete de lotería seguramente la hubiera pegado.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021)
www.andresmontesanto.es/literatura
Montesanto, Andrés
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