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Recorriendo España. 1971 (2)

jueves, 28 de julio de 2022
Esa misma semana se presentaron en la dirección de la tarjeta que les habían dado en Vigo. Una joven secretaria los hizo pasar a una sala de espera con una gran maqueta de una urbanización en la Costa del Sol que estaba en construcción, y que ocupaba todo el centro de estancia. Momentos después los recibió Jorge Antonio.

Antoñito tenía siete años cuando Perón fue derrocado por la llamada Revolución Libertadora, y recordaba los diarios con las fotografías de los bombardeos de la Plaza de Mayo. Después, Perón y el peronismo fueron proscritos, pero el nombre de Jorge Antonio le sonaba bastante. Los recibió muy afable, lo primero que hizo fue preguntarles que necesitaban, ya que por lo visto la mayoría de los compatriotas que llamaban a su puerta era para manguearalgo de guita por algún imprevisto. Le dijeron que no iban a pedir nada, solo querían visitar al general, entonces con mucha amabilidad les explicó que Perón estaría encantado de recibirlos, como lo hacía con todos los argentinos de paso, pero que en los últimos días se había armado un poco de revuelo y tuvo que alejarse de la capital. Que volvieran más adelante y seguramente no habría problemas con la cita. Luego comentó el error histórico de su derrocamiento y la culpa de los argentinos porque no habían sabido entenderlo.

En aquellos momentos unos políticos comenzaban a negociar la vuelta del ex-presidente. Perón, como todos los ex-mandatarios asilados en España, tenía prohibido hacer política, ya que eso podría crear conflictos con países con los que Franco quería mantener buenas relaciones. O sea, el Generalísimo “sugirió” al General que desapareciera de escena y se quedara piola un tiempo. El General obedeció y unos días después apareció su foto en un diario madrileño, saliendo del Hostal de los Reyes Católicos de Santiago de Compostela, en visita privada. No coincidieron de casualidad.
En otra salida de fin de semana largo, partieron para Andalucía. Un buen tipo, mayor, con un hijo de la edad de Lidia, los llevó en el asiento de atrás de un Renault 4. Al cruzar el puerto de Despeñaperros (en España habían aprendido que los puertos no están solo en la orilla de ríos o mares, sino también entre las montañas, cosa 'e mandinga), pararon a descansar en un mirador y contemplar esas tierras que serían escenario de los próximos descubrimientos.

Visitaron el centro de Córdoba, entraron a la mezquita, y al día siguiente viaje a Sevilla. Un trayecto lo hicieron con un repartidor de mercadería, al que acompañaron en su visita a varios pueblos. Al argentino se le quedó grabada la imagen de una plaza, con mujeres de negro y pañuelo en la cabeza, que iban a buscar agua a la fuente, y un par de burros cargados al lado. La tristeza reflejada en los rostros de las mujeres y el silencio de ese rincón de España no lo alcanzaba a comprender.

En Sevilla encontraron una pieza barata en el barrio de Santa Cruz, donde estuvieron paseando y disfrutando de este típico barrio para después visitar la catedral y caminar por la orilla del Guadalquivir y observar la Torre del Oro. Por aquellas épocas había muy poco turismo, sólo unos micros llenos de americanos (norteamericanos o estadounidenses), con sus pantalones a cuadros rojos y blancos y unas pintas estrafalarias, que armaban mucho revuelo. Para ellos se empezaron a fabricar réplicas de espadas de todos los tamaños, toritos con espaditas para pinchar aceitunas, cajitas damasquinadas, bailarinas flamencas de lo máscursi para poner arriba del televisor y demás recuerdos. El inicio de la industria de souvenires.

Como será que en una visita a la iglesia de un convento, se corrió la bola del origen de los jóvenes visitantes y se aparecieron dos monjitas que los invitaron a ver un dibujo en papel sobre una tabla llena de agujeritos (carcoma), que le habían asegurado pertenecía a Miguel Ángel. Cuando se dieron cuenta que no tenían ni un mango partido por la mitad, les preguntaron si no conocían algún paisano, otroamericano de guita que quisiera comprarles esa obra de arte. Obviamente la geografía no era su fuerte.

De Sevilla se fueron a Granada, visitaron la Alhambra (entrada gratis con el carnet de estudiante y foto en la fuente de los leones) y se dieron un paseo por la cuevas del Sacromonte, muy publicitadas en los folletos. Comenzaban a montarse shows flamencos para los turistas.

Era marcada la diferencia cultural que había entre los gallegos que los llevaban y los camioneros argentinos. Una vez uno que los levantó quiso sabersi se podía ir en cochea Buenos Aires. Hubo otros que les preguntaron si habían llegado en micro o tren. Pero el más impactante fue un camionero de Jaén que después de enterarse que eran argentinos, les preguntó dónde habían aprendido el idioma. Le explicaron que en Argentina y toda Latinoamérica se habla español, pero no se convenció, y empezó a preguntarles:
¿Cómo se llama esto? Y tocaba el parabrisas.
Parabrisas.
Anda, ¿y esto?Y tocaba el volante.
Volante.
¿Y esto?
Sombrero.
¿Y esto?
Un lápiz.
¡Joder! ¡A ver si me dicen cómo se llama esto!

Y empezó a rebuscar con la mano izquierda debajo del asiento, algo que no encontraba. Que carajo sacará ahora este gallego, pensó Antonio. Y en eso apareció la mano con una cosa. Y el jinense, con una jeta de alegría que se le reían hasta los sobacos, como diciendo "¡Ahora si que los cagué, esto no lo saben!" les preguntó:
¿Y esto, a que no saben cómo se llama?
Naranja, Respondió sorprendido Antonio.
¡Me cago en Dios, si hablan igual que nosotros!

<>Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021)
www.andresmontesanto.es/literatura
Montesanto, Andrés
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