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Operación: Cuñada (17)

martes, 09 de agosto de 2022
De vuelta a Ifni, pero por Tetuán

¡Y no precisamente por el de las Victorias, que ese está en Madrid! Se trata de ese Aita Tettauen (Ojos de los manantiales) que tanto impresionó a Galdós, metiéndolo de rondón en uno de sus Episodios Nacionales. "Tetuán la Blanca Paloma, nuestra es...!" Larache le iba a la zaga, pero no en todo! Para los militares de la época, los cuatro puntos cardinales de sus preferencias eran Ceuta, Larache, Melilla y..., Tetuán!
Como les quedaba algún tiempo disponible, que una Colonial de dos meses da para mucho, (las vacaciones de los militares profesionales eran de cuatro meses, cada dos años, pero Orlando prefirió reservar la mitad..., ¡por si había parto!), optaron por consumir los días restantes en Tetuán, desde donde regresarían a Ifni en el autobús de la Línea semanal, vulgo "Bernal".
Sbania quedaba allá arriba, mapas arriba, pero aquello también era España, ¡gracias a quien, por supuesto! El teniente Neira no había leído al periodista Ciges Aparicio, que aquello fuera, lo dijera, antes de la Primera Guerra Mundial: "El problema marroquí para España sólo reserva duelos, gastos y vergüenzas". Ni lo leyera ni se lo creería, que los derrotismos, para él, eran filosofías de los derrotados. Estaría más conforme con la del polígrafo Costa: "A los marroquíes les debemos respeto porque han sido nuestros maestros; les debemos amor porque han sido nuestros hermanos, y les debemos consideración porque han sido nuestras víctimas".
Orlando, de posado en tierra magrebí, volvió a oír aquellos saludos de rigor, Salam aleikum, Aleikum salam, que lo hicieron sentirse en un trono imperial:
-¿Les oyes, Felisa? Imperar es esto: tener mando en los desiguales, mandar a distancia, salirnos de nuestro circundo habitual...! ¡Dominar es domeñar, domar, sean pueblos o razas!
Pero las filosofías de la mujer del teniente eran más ramplonas, ¡de barrio pobre!
Tetuán era, fue, un punto mítico, un centro neurálgico del Ejército de África. Eso para los hombres, que para sus mujeres aquello era la gloria misma, particularmente en las joyerías de la calle de la Luneta, una vía urbana que de burdel pasó a escaparate, más famosa para esas clientas que el Palacio de Buenavista!
Una vuelta por el otro "Buenavista" (Ministerio del Ejército - Madrid) era preceptiva para todo espíritu castrense que se preciase: ¡relevos de la guardia en traje de gala, con gaita gallega los domingos! Para más lujo, junto a la propia Cibeles, que la tuvieron por madrina de guerra tanto los rojos como los azules, y prueba de eso fue que la protegieron, en el 36, con un abrigo de sacos terreros...
Todo esto, y más, se lo había referido Orlando en aquellos paseos cotidianos por el centro de Madrid en tanto en cuanto no conseguían los billetes de avión para Sania Ramel (Tetuán), que tardaron tres días en dárselos en aquellas oficinas de Iberia sitas en Neptuno, precisamente en los bajos del Hotel Palace.
Ya en Tetuán, sin rifas excesivas, en aquel ritual, un tanto monótono, de paseo, restaurante y cama, Orlando se sentía en su propia salsa. ¡Se sentía como lo que era, o creía ser, un noble de casta, protagonista de esas películas inglesas donde se aprecia, y goza, siquiera sea con la vista, un ambiente sibarítico y dominante, de civilización colonizadora! De paisano, sí, pero sólo en su vestimenta, ¡que no en sus hábitos, en sus pasos marciales...!
-Felisa, atiende, que luego en Ifni te preguntarán cosas de nuestro viaje, y algo tendrás que decir! Además de su potencia militar, de la nuestra, que aquí el Jalifa pinta menos que un asistente moro, esta ciudad es un centro importantísimo, de cultura y de abastecimientos... ¿Viste nuestros cañones, ahí abajo, en esa puerta de las murallas...? Estos bazares, de indios y de judíos, en los que tanto se puede hallar, barato-barato, una radio de transistores como un saquete de oro, ¡en barra o en polvo, a elegir! Cuentan que el páter Pumariño merca aquí los lingotes de oro, y que los lleva para Lugo, en cada colonial, que se los guardan las monjas..., ¡porque no se fía de las cajas de alquiler de los Bancos!
-¿Y nosotros...? ¡Me gustaría tener una barra de esas..., en mi tocador! ¿Cuesta mucho?
-¡Cuando tenga el sueldo de comandante...! Mientras tanto, joyas, alfayas...; ¡cuántas quieras, que yo, a diferencia del cura, tengo una espetera donde lucirlas, la tuya, esta, la de mi dueña y señora!
-Pues yo, por mi parte, fuera de las alfayas por supuesto, lo que más me gusta de este sitio es el té, así, de esta manera, como este que acabamos de tomar, aromatizado..., ¿no se dice así?, con estas hierbas de menta..., ¡tantas que hay en Verín, que ni las vacas las comen!
-¿Prefieres el té al café, eh contrabandista? –Y le guiñó un ojo.
-¡Por supuesto, que el gusto de nuestro café bien disgustos nos leva dados! ¿Ya no te acuerdas...? Pero hablemos de las alfayas, que en Ifni no las tenemos..., ¡por lo menos así, de estas, a granel! ¡Me gustaron aquellos aretes que vimos en la Luneta, aquellos que dijo el señor que eran de platino con perlas, de no sé cuántos quilates! ¡Me encantan! Y ya que te gusta verme alhajada, ¿me autorizas para comprarlos, con aquel dinero del café, que así tengo una cosa buena, en recuerdo de mis padres...?
-¡No te tentará el diablo! –Chilló más que dijo.
-¿Te vas a meter en esto, en esto también, mandón de la Olga? ¿Te vuelves atrás? ¡Tú tendrás honor, pero lo que es palabra...!
Como Orlando tardase en responderle, vino uno de aquellos diablos familiares y se le metió por la oreja:
Poco nos duraron aquellas paces de Verín, y eso que las pagué con mis mejores abrazos, pues, con lo fuerte que es, y le hice sudar! Este tío, cuando no tiene en quien mandar..., monta, monta y remonta! Estos militares, que se hacen llamar africanistas, son tal y como me dijo aquella sobrina del capitán Recio, ¡unos eróticos del poder! Del poder, y de lo..., de lo otro, que por algo riman!
Pero el diablo se anticipó, que Orlando no tenía intención de ir tan lejos:
-¡Vaya suspicacia! No te enfades, mujer, que es simplemente que no podría aturar verlos a diario y recordar que proceden de un abuso de autoridad, mío, aunque fuese involuntario, que se lo debiera declarar, todo, al Jiménez, aquel día del yantar... Repito..., ¡para que no me ponga en la lista de los contrabandistas! Por cierto, que tiene una mujer encantadora..., que ya te lo podré decir ahora, ahora que estamos lejos de Verín, ¿eh celosita?
¡Que si es celosa, y menos mal que en mi Campamento son tíos, que si llego a tener mando en la Sección Femenina...?
-Sí que lo es, eso, encantadora, ¡y para que una mujer opine así de la del prójimo...! Y luego que nos pusieron una comida fabulosa, pues había de todo... ¡Oyes, no creo que un carabinero sea eso grande que tú dices, un hidalgo...! Pero no quiero pensar mal, que por veces hace más quien quiere y no quien puede. La tal Rocío no es zarabeta, que esa habla los siete hablares, e incluso corta el gallego tan bien como..., ¡como tu propia madre, si no te ofendes!
Después de todo lo que llevo aguantado, y con lo sabido sabido, ahora tengo claro que yo sería más feliz con un suboficial, como es el caso de mi hermana, pero di en mirar al cielo, a las estrellas, y entonces va a ser un milagro que no resulte estrellada..., como los huevos en una sartén!
Orlando, por su parte, seguía con aquellos remordimientos:
Te repito que fue un abuso de autoridad; y tú, ahora, como si nada hubiese pasado, recordándome aquella comilona...!
-¡Quien va hablar de abusos de autoridad teniendo un asistente moro que incluso te limpia los zapatos! Si es en el cuartel, el betún es de los soldados. En Coruña, en Santiago, en Ourense..., aquellos de la boina, arrodillados a tus pies..., ¡y tienes que pagarles! ¡Vaya un señorito de castillo, o de pazo, o como porras se diga, que tiene remordimientos por revender un poco de café, traído y pagado honradamente para que otros lo puedan gozar; pero él bien que se lo papa, así sea de puchero! ¡Quien te entienda, macho...!
El diablo personal de aquel milite tan puritano, tan escrupuloso, no descansaba, ni teniéndole de vacaciones, vulgo colonial.
La incultura de esta trepa es como para lucirla en el Casino de Sidi Ifni. ¡Jamón con jamón, merienda de carnívoros! ¡Dios, le temo al regreso, los apuros que me hará pasar con sus impertinencias!
-Felisa, a ver si te enteras de que no soy el señorito de ningún castillo...! ¡Hidalgo con pazo, eso sí. ¡A mucha honra! Aprende a distinguir, tú, que presumes de saber portugués: Paço, o pazo, es simplemente una abreviación de pacio, o de palacio. Los castellanos dicen "palacio" porque son más ampulosos que nosotros, más que estos de la vieja Gallaecia. En definitiva, y total, ¿para qué? ¡Non entendiste nada; nada, en absoluto!
-¿Que no entendí...? Mira, macho, tratándose de tiranías da igual pazo que paço, castelo o palacio. Le tengo oído a mi padre que los de Riós éramos así de pobres, de siempre, porque los señoritos de Monterrey, ellos y sus mayordomos, arramplaban con la mitad de cuanto fruto se cogía en nuestras estivadas, así que, para comer lo normal había que trabajar el doble. ¡Buena raza de gorrones sois los señoritos, que incluso no sé quién os engendró, ni de donde venís, para ser así, tan fachendosos, tan..., distintos!
Y tan putañeros, eso también, que me callo aquello que contaban mis viejos de que eses de Monterrey desvirgaban cuanta moza por allí casaba, con aquello de la pernada, noctis no sé qué, del víspera, para autorizarles el casorio, mejorando la raza, decían, que así las entregaban preñes, las más de las veces!
-Felisiña, ¿vuelves a tu vieja porfía de la lucha de clases? En este caso, para que no rifemos, te voy a comprar esos aros de oro blanco, esos que te mete por platino aquel piojoso de la chilaba... Y tú, por tu parte, con tu dinero, compras una vajilla de Baviera, de esas que no desmerecen de mi categoría. ¿Te vale?
-¡Vale! Y ya que luego, me das esos cuartos...
-¡Puedes pagar con aquellas monedas de Judas, que de eso nada te quiero! Estaba bien una que vimos en la tienda de aquel judío de las barbas blancas... ¿Sabes cuál te digo?
¡Dios, dile a este teniente, que me lo colgó encima aquel capellán, que me deje en paz, que este dinero fue, y es, tan honrado como el que ganan los militares reventando soldados!
-Esas no me llegan, que la quiero de doce, de doce servicios...
-En ese caso, una de doce la pago yo, y tú le llevas otra, una de seis, a tu hermana.
-¿Para mi hermana, con mi dinero? ¡Ya se puede reír! Poco o mucho, ella tuvo su dote, en su momento, cuando casó con López, cuando él estaba destinado en Ourense... Fue bien servida, que entre los padres y sus amigas, la cargaron de sábanas de lino, ¡precisamente del de Xinzo, que es buenísimo!
-Pues, en ese caso, tendré que darte otra solución: Te pago las dos vajillas, y los pendientes..., pero todo eso con la condición de que entregues ese dinero en la Misión Católica, tan pronto lleguemos a Sidi Ifni, para los pobres..., que me enoja esto de saber que lo tienes en tanta estima! Si lo haces, cogerás fama de rica, de gran señora; ¡crédito que te abrirá muchas puertas en los pabellones de mis jefes!
Aquella solución alternativa no le gustó a Felisa, así que ese día no fueron de tiendas, que pasaron la tarde en aquellas discusiones. A la mañana siguiente, después de ir al Banco para reponer efectivo, se sentaron en la Plaza de España:
-.-

...
-Esta vajilla tendrá que ser de doce, ¡que te conozco!, que cuando lleguemos a Ifni, si es que eses morangos, eses guatanes, que se hacen tan amigos de España, nos dejan pasar, que ya oíste que hubo algaradas en contra de los franceses, ayer, por ahí adelante, no sé dónde... Cuando lleguemos, digo, tu querrás invitar a no sé cuántos, y como lleven los hijos, con lo fedellones que son tus colegas..., ¡mesa redonda!
Este hombre, me puso mala cara, y no sé el motivo, que cuanto dije es la pura verdad, que estos militares de las estrellas cando no tienen guerras, ensayan en casa, ¡y después los asistentes venga lavar pañales...!
-Felisa, modérate, que tener una familia numerosa es indiciario de un alto patriotismo, que por algo el Caudillo no se cansa de impartir y de repartir premios, pabellón doble, becas, etcétera, etcétera.
Pero Felisa, que oyera otras cosas en su frontera, lugar en el que suelen arraigar los desafectos, de uno y de otro lado:
-¡Carafio con el ferrolano! Una sola hija, y para eso hay quien opina que se parece a su hermano, aquel que fue aviador...
Orlando disparó tal puñada que a poco hiende el velador de mármol:
-Felisona, como sueltes esa injuria en Sidi Ifni, yo acabaré en el castillo de Mahón, que van pensar que es una inventada mía!
-¡Pues no estaría mal ese ascenso: en vez de paço, castillo!
Tampoco ese día hubo tiendas con lo malhumorado que se puso Neira. Si no llegan a estar en público...; ¡pero fue mejor que los cogiese aquella turbulencia al aire libre, en la espaciosa Plaza de España!
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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