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Cuando se van los nuestros...

viernes, 08 de julio de 2022
A Nilda, la hija de mi primo el Manito, la mujer del Moro, in memoriam.
¡Cuanto nos quisimos!


La vida es un camino en el que te enamoras día a día. Y andando en las tinieblas buscas el amor, la verdad, la belleza, llenar las inquietudes vitales... y compartes ilusiones con la familia y los amigos. En el sendero encuentras piedras y zarzas... y caes... y te levantas las veces que tus fuerzas lo permitan. Es posible que acabes reventado y sea necesario el descanso, pero nunca hay que rendirse. Aunque no lo creas, nadie camina sólo. Somos sociedad. Siempre hay al lado un cayado, una voz, una sonrisa, un ademán, un aliento, el eco de la voz del amigo... una compañía, más o menos cercana de gente, que, aunque lo dudes y no lo veas, te quiere y hasta se puede preocupar a su manera por ti. Cierto es que a veces lo que acabo de escribir te parece una mentira, que tu dolor te parece incomprendido, que te hace dudar y hasta te vuelves esquivo y desconfiado. Ya no crees las palabras bellas como amigos, esperanza, confianza... También el camino el es el sendero por el que el corazón se desgarra y entre las espinas deja jirones y se va perdiendo la sangre, la savia de los sueños.

El tiempo inexorable cobra sus facturas. Quizás sea el peaje de nuestros errores. Cada cual tiene su dosis y necesita sus pastillas de perdón y comprensión. Sin duda, los años consumen energía, pero, mientras vivimos, resta sendero. Y, aunque uno se oculte en la concha del caracol, ajeno al mundo, no deja de amar mal que le pese. Y es posible que uno se vuelva huraño, retraído, insociable... hasta eremita. Triste elección.

Somos mineros con nuestros diferentes candiles y en esa oscuridad hurgamos como topos -obsesión de los poetas es la luz- y abrimos galerías cavando con un corazón, que no deja de ser una maraca muy zumbada. No se sabe bien si del amor nace el dolor o viceversa; lo que si parece verdad es que a veces del dolor al rencor no hay ni siquiera un paso.

Vivir sólo por elección puede ser fácil para el egoísta, pero a mi se me antoja siempre muy difícil y triste. El solidario siempre encuentra faena en su camino.

Y en ese navegar de cada uno, vamos dejando por el camino los dolores de nuestro corazón hasta quedar exhaustos. La vida nos pule, nos poda, nos destroza y nos va robando lo más querido. Ley de vida le llaman a perder primero unos padres, después unos hermanos, unos amigos, unos conocidos y hasta unos ajenos que forman parte de nuestro paisaje vital. Y todo va cambiando y renovándose, para conducirnos a un mar de gente, más distinto y más ajeno.

Hemos descubierto que cada otoño los árboles tiran las hoja de los días y descubrimos que vamos madurando. Y un buen día descubrimos que las castañas ya están en el suelo, que nuestro árbol ya dio sus frutos y sólo nos queda soñar que aquellas cerezas rojas, que fueron regadas con la sangre del corazón, alimenten otras vidas y hasta otros pajarillos. Los años apagan las lágrimas y endurecen las entrañas hasta sentir el clavo de Rosalía en nuestra alma. Cada cual tiene sus dagas en el corazón y no queda más remedio que convivir con ellas.

Y hay un tiempo para caminar con el bastón de la soledad. Sin apenas darnos cuenta, hemos ido quedando solos, aparcados como trastos viejos, abandonados en medio de la vida, y hemos elegido el banco de la paciencia sin otro aliciente que resistir y seguir soñando. Ya nada importa que no sea la solidaridad con los otros que se quedan huérfanos y enjuagar con esos jirones rotos esas lágrimas que los atormentan.

Casi todos sin querer se fueron los nuestros en la búsqueda de la Barca de Oro, que debe conducirlos al Mar de las Incógnitas, con el desgarro que supone la partida.

Aquí quedamos, cocientes de ser nueva remesa, los siguientes. El borrador de la guadaña nunca se equivoca. Aquí estamos recordando y añorando a aquellos seres queridos que, cual indicadores del camino, han sido nuestros faros, nuestros remos, otros compañeros marineros, otros madera de la nave de la vida y ¿por qué no decirlo? La escoria siempre vale para fortalecer los rompeolas. La vida puede ser un jardín de rosas y otras veces necesita abono.

Se van nuestros ángeles custodios con los que hemos cantado, sonreído, disfrutado, compartido, vivido y poco valen ahora vanas diferencias.

Y los envío con el dolor de las despedidas, con los mejores deseos de que lleguen a la meta donde se encuentra la Esperanza del camino. Los envío a ese Alén de sueños donde dicen que mora ese Dios a los que muchos rezan y simboliza esa meta. Me gustaría que encontraran a aquel Jesús que cae en el camino cada año en la Semana Santa de mi pueblo.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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