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Operación: Cuñada (12)

martes, 05 de julio de 2022
Aquellos días de las vacaciones de Navidad iban transcurriendo sin pena ni gloria, alternando, o más bien simultaneando, las lecturas del salón con las calorías de la chimenea, de los chicharrones, de las filloas de sangre... El invierno siempre fue comedido con las vegas del Azúmara, salvo acaso alguna que otra noche de heladas, pero eso ocurría más bien por enero arriba. La inclemencia fue otra, ya que, aunque con cierta morosidad, tanto por parte de Orlando como de Correos, su misiva entró en Sarceda de manos del tío Manuel, que siempre le daban el correo en propia mano cuando iba a la taberna de Celestino, cartero y barman, acontecimiento casi cotidiano desde que muriera el Cuco, y su hija, Victoria, se sintiera derrotada por las impertinencias de aquellos zánganos que pretendían miel con las filloas; después del vasete..., ¡eso querían, eso que rima! Cerró la taberna para dedicarse, mayormente, a cuidar la huerta del cura, que su tía Josefa se quejaba de los riñones, y bastante hacía con rezar el rosario, antes de Misa y después de ella, para los tardones, novena incluida.
Manolita saltó de gozo:
-¿Ves, papaíto? ¡Tardó, pero llegó...!
La leyó y..., ¡calló! Después se fue para su dormitorio; pero no solamente eso, sino que cerró por dentro, cosa inhabitual en ella! En vista de que tardaba, su padre, el más suspicaz de todos, la llamó con los nudillos:
-Manolita, baja para cenar..., que hoy comemos en la bilbaína..., por cuestión del frío! ¿Te pasa algo...? ¿A ver currusquiña, que te dice..., después de tanto esperarla? ¿Por qué callas...? Calladita, y tan blanca...; ¡niña, me das miedo, que nunca así te he visto!
Antes de compartir su disgusto prefería digerirlo, sopesarlo, y de serle posible, mitigarlo. Lo suyo era compartir las alegrías, reclamando las penas para su propia intimidad; irradiar felicidad, si tal le era posible, pero, de no serle, tirar de las lágrimas para dentro.
-No, papá, nada de particular; es que me dice que..., ¡que anda de maniobras!
-¡Ah! En ese caso no te preocupes, que eso es como un juego para los militares, para los profesionales, y máxime ahora, que tienen sus jeeps; peor les fue cando tenían que ir a caballo, que no había mullido que les llegase..., para sus culeras. Por aquí, por Sarceda, han venido..., ¡y desde ese San Cibrao de junto a Lugo, que es donde tienen el campo de tiro! Nuestra obligación con ellos, tropa incluida, nos venía de las Ordenanzas de Carlos IV, que exigían darles, "agua, sal, vinagre, y asiento a la lumbre". En Coruña contaban de un capitán de Caballería que se le escocían sus partes de tanto cabalgar, hasta que dio con el remedio apropiado: ponerse filetes crudos en los calzoncillos...; ¡por dentro, claro! Y lo que es en África siempre anduvieron así, mareando la tropa con esas maniobras...; ¡como aquello debe ser de lo más aburrido, supongo que lo hacen para distraerles, para evitarles malos pensamientos!
La chica se debatía entre sincerarse o tragar su propia bilis:
-Papá, hay maniobras de muchas clases, pero mejor lo dejamos así, que tanto tú como yo misma de los africanistas sabemos poco, muy poco, quizás aún menos de lo que pensamos!
Pero el viejo no las pescaba, ¡ni en el río Azúmara, que siempre les llevaron las truchas enganchadas en un gajo de salgueiro, de salix alba!
-¡Si se dejasen de tanto hacer por los moros...! Bien se lo dije yo, aquel día, al Gobernador, cuando me regatearon los cuartos para arreglar la pista que sube al Castelo: ¡Señor Gobernador, pulse firme, pulse en el botón apropiado, usted mismo, en persona, que eses funcionarios suyos, eses de los informes técnicos, le son como los moros, que allá en Asturias, por lo que cuentan, cando les mandaban subir a las cotas, todos, a hecho, bajaban los calzones, aquellos de la culera..., y tardaban un día en subirlos! Mandar moros, y máxime si están mixturados con los cristianos..., ¡no se lo deseo al peor de mis enemigos!
La hija no estaba para anécdotas, pero tampoco quiso desairarle:
-Papá, ¿en qué se demoraban, en subirse los calzones, o en..., en reptar, monte arriba, con lo agreste que es Asturias, y con nuestros dinamiteros, con los gallegos, en la cumbre? ¡Cambia de disco, que de contarlo tantas veces, ya pierde su sal!
Antes de bajar para reunirse con resto de la familia aún tuvieron otro parlamento:
-Ahora que estamos solos, y volviendo a lo que te dije antes: Me tienes que ayudar a convencer a tu madre en lo de irnos para Lugo... Ella no quiere pedir la excedencia..., pero tú puedes convencerla!
-¿Sabes que te digo al respecto, papá? ¡Que sí, que medio estoy cambiando de opinión, que también le propondré a mamá que nos mudemos para Lugo, pero..., con traslado, sólo así; ahora, el de ella, y más adelante, con respecto al mío, Dios dirá! Ya sabes que no atura las holganzas...; ¡ella no te viene de casta de hidalgos, de hidalgos perezosos, como es tu caso...! ¿Aceptas esto; lo aceptas, mi Señor de la Casa Grande? Igual tienes razón, papá: ¡o eso, o un convento! Está visto que a los hombres sólo los conocen los otros, ¡otros hombres!
El padre, que tenía más ganas de hablar con su hija que de cenar filloas, se sentó en la cama, engarzándose en aquel parrafeo:
-Filliña, siempre tuve para mí que razonas perfectamente, ¡insuperable! Lo peor será quien les haga la comida a los tíos, si los dejamos solos...
-No te sé..., pero eso tiene arreglo: ¡que se quede Brígida con ellos, que en un piso de la ciudad nos arreglamos con una mandadera! ¿No te lo parece?
Se lo preguntó por preguntar, sin esperanzas de obtener una respuesta afirmativa.
Es difícil convencer a los hidalgos tradicionales, como es el caso de mi padre, que esto de los servidores, aquello de los domésticos, ¡de los domésticos domesticados!, tienen que, y deben hacerlo, convertirse en profesionales asalariados, por horas, tendiendo a minimizarse, y no precisamente por degradación de una casta social, de la nuestra, sino, y más bien, por elevación de la suya...
-Mujer, visto así... Con el tío "Deogracias" no habrá peligro, que es un hombre célibe, de Iglesia, pero lo que es Manuel..., dados sus antecedentes...! Esta Brígida puede casar con él, que por veces se ojean de lado, a hurtadillas, que bien me percato de ello, y si no estamos nosotros de por medio, a diario, ¡igual la hace heredera!
-Papá, eso no sería censurable; y también está la circunstancia de la edad, que Brígida ya pasó de la fértil, que bien lo veo cuando hace la colada.
-Mujer, como censurable..., no, que yo seré bruto, pero lo que es a tanto...! Lo que también peligra son nuestras rentas para vivir en Lugo; ya ves que tío Manuel ordena, manda y administra..., ¡todo, que ni que fuese el propio morgado!
Le reconvino:
-¿Ya olvidaste la deudas que te pagó...? Además, yo no veo problema económico, ninguno, que tienes la paga de mamá, ¡y algo que me sobre a mi...! Suma de sumandos, por modestos que sean, da otra suma...! En todo caso, ten presente que esa idea de irnos para la capital fue tuya; ¡es tuya, primordialmente tuya!
-Si, mujer, y me mantengo en lo dicho. Con la cabeza razono que ese es nuestro sitio, nuestro destino, lo más apropiado para ti, e incluso para tu madre, pero, haciéndole caso al corazón, para un hidalgo como yo, con unas tradiciones palaciegas, esto de vivir de la tierra, con raíces más hondas y más antiguas que las de mis árboles, ¡es mucha atadura de Dios! Mira, hija, por mucho que nos acorralasen esos burgueses del estraperlo, esos potentados que salieron aún más ricos de lo que eran por su aprovechamiento de la Guerra, que lo dijo, y lo reconoció, el propio Franco, precisamente aquí en Lugo..., ¡un hidalgo tiene su placenta en el pazo de sus antepasados!
La hija le reconvino, nuevamente, cariñosamente:
-Papá guapo, no te contradigas, que tu no pensabas así anteriormente, en aquellos tiempos en los que enajenabas nuestras tierras...; ¡en definitiva, nuestro hogar!
Pero se arrepintió al momento, que aquellas recriminaciones sólo se le pudieron escapar dada la tensión nerviosa producida por la carta de su..., ¿de su, qué?
¡Ahora me pasé! No tengo derecho para censurar a mis progenitores, pues a mi nada me faltó, nunca, que acaso he recibido más, mucho más, de lo que me correspondía al decaer nuestras rentas, al extinguirse la cobranza de aquellos foros, los quintos de aquellas searas, aquellas vacas en cabana, aquellos caseros que se metieron a guardias huyendo del terrón, y del amo..., y mi padre, este buenazo, haciendo regalos y viajes para facilitarles empleos y destinos a los hijos de una gente que pugnaba por librarse de nosotros mismos, de nuestra dependencia. Me vistió de alta costura, me pagó pasantías...; estuve parando en Lugo, en el Paramés, codo con codo con alguno de mis propios profesores, tal que don Antonio Fraguas... ¡Todo a lo grande, por encima del ambiente estudiantil en aquellos tiempos miserables, lejos del común, e incluso de lo prudente en esta provincia de rentas bajas, labriegos en su inmensa mayoría!
Darío no se enfadó, que no sabía, ni sabía ni podía hacerlo, y con su "currusquiña", menos aún.
-Tienes razón, mujer, que debo entonar el mea culpa. Reconozco, ¡claro que sí!, que hice con tu patrimonio, con la mitad de tu heredad, igual que aquel que devoraba a los hijos... ¿Quién era?
-¡Saturno, papá! Pero tú no devoraste nada; si acaso fuiste manirroto, pero eso es, eso era, que siempre lo fue, tradicional de las grandes fortunas renteras, hidalgas en definitiva..., ¡un título que cayó en desuso, que ya nadie nos llama fidalgos, fuera de estos cuatro labriegos do nuestro entorno!
-Entonces serán tragedias nuestras, -reconoció-, que piden un relevo generacional, que abogan por una actividad productiva, tal que vosotras, las maestras! ¡Y mira tú por dónde tu madre va estar más arriba que yo en esto de las clases sociales, en los tiempos que corren! Tuviste que venir, tú, mi propia hija, para demostrarme que soy un ángel, o un dios, pero, ¡caído!
-¡Papá, despierta, que ya no hay dioses, ni caídos ni alzados! Ahora, por el mundo adelante, sólo quedan, sólo hay, diosecitos; con más o con menos billetes, pero..., ¡pequeños dioses! ¡El caso es que no sé por qué pones esa cara de sorpresa, cuando la mitad de tus amigos pueden entrar en la categoría de los flatulentos!
En esto avisaron para cenar; y Manolita, con la cena, se tragó sus propias lágrimas, las primeras de su juventud.
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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