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En Madrid (Enero, 1971)

jueves, 30 de junio de 2022
Se subieron al vagón y encontraron sus respectivos sitios en un compartimiento de dos bancos enfrentados, para cuatro personas cada uno. Al rato se habían completado todos los lugares. Enfrente de Lidia se acomodó un moro con una especie de túnica oscura con capucha y una mirada que intimidaba. Antonio recordó las ilustraciones del libro “Cuentos de la Alhambra” de Washington Irving. La pobre chica se estaría preguntando porqué no le había hecho caso a su padre y se había quedado en Buenos Aires. Estaba sufriendo, y se notaba.

Durmieron muy mal, de a ratos, apoyándose uno sobre el otro.

Por la mañana llegaron a Madrid y en la estación les indicaron que tomaran un subterráneo (lo llamaban Metro) hasta la estación Sol. Les llamó la atención la austeridad del vagón, totalmente de chapa y con suelo de cemento. Muy distinto a los de Buenos Aires, principalmente a los de la línea A, con vagones de madera barnizada, auténticas piezas de museo.El de Madrid parecía muy rústico, pero tenía una red impresionante comparada con la porteña, que llevaba varias décadas sin agregar un kilómetro.

Se bajaron arrastrando la valija (todavía no se habían inventado las rueditas) y preguntaron por la dirección que venía en el papel mimeografiado (antecesor de las fotocopias), que le habían dado al becario en la embajada de España, cuando preguntó por un hotel económico en el centro. No estaba lejos.

Al vestíbulo se entraba por un par de puertas de cristales biselados y grabados, tenía piso alfombrado y escritorio de recepción de madera buena. Pidió habitación y cuando le dijeron el precio, casi se cae de culo. Si en el papel decía 275 pesetas, le fajaron 430. Protestó.

—Pero cómo, si en esta lista dice...
—Yo no sé que tipo de información le dieron en Buenos Aires, pero la tarifa es esta. ¿Cuántos días piensan quedarse?
—Una noche, mañana nos vamosNo sabía a donde, pero ahí no se podían quedar.Dejaron la valija en la pieza y salieron enseguida.

Preguntó en la recepción cómo podían ir a la dirección del sobre que le habían dado en el Instituto. El empleado agarró un mapa y le indicó la línea de Metro que tenían que tomar, dónde bajarse y por donde tenían que caminar unas cuadras. Cuando iban a cruzar la puerta, se acercó un tipo de traje y portafolioque había oído la conversación y le dijo:
—Yo voy a coger un taxi y voy para ese lado, si quieren los puedo acercar.

Aceptaron con un poco de desconfianza. Cuando el taxi, un Seat negro con un banda amarilla a lo largo, llegó a una esquina, se bajó y le dio unas monedas al tachero.
—Con esto tiene suficiente para llevar a los señores a la dirección que le van a indicar —Y alapareja— Bienvenidos y que tengan suerte.

Fue el primero de una serie de españoles que contribuyeron a que Antonio se enamorara de este país, del que le quedaron muy buenos recuerdos.

El tachero los dejó en la Avenida de los Reyes Católicos sin número, sede del Instituto de Cultura Hispánica. Subieron los escalones y el becario entregó a una empleada la carta de presentación, donde decía que el Instituto le otorgaba una beca para realizar estudios de medicina social.
—¿Dónde está inscrito?
—Todavía no me he decidido.

Mientras esperaba junto a la caja a que le pagaran la primer mensualidad, vio un folleto de la Organización Iberoamericana de Seguridad Social que organizaba un curso de "Teoría General y Técnicas Administrativas de la Seguridad Social", destinado a funcionarios y directivos de las organizaciones de Seguridad Social de Iberoamérica. Preguntó donde se dictaba:
—Aquí.
—¿Cuánto dura?
—Cuatro meses. Finaliza a mediados de Mayo.
—¿Puedo inscribirme?
—El curso ya comenzó y está cerrada la inscripción.
—¿No se podría hacer una excepción?
—Consultaré con el director.

La mina, de treinta y tantos, no era linda pero si atractiva, se dio vuelta y salió por un pasillo, mientras los ojos del becario seguían absortos el movimiento oscilante de un culo firme. Volvió al rato.

—Como usted está becado por el Instituto, ya lo hemos incluido en el alumnado. Las clases se dictan de lunes a jueves por la tarde. Venga mañana a su primer clase.

¡Había embocado en la primera! ¡De taquito! Y ya tenía en el bolsillo los siete grandes billetes de mil pesetas. Volvieron al hotel, él contento, ella como ausente.

Andrés Montesanto. Fragmento de Buscando a Elena, 2021.
Montesanto, Andrés
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