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Operación: Cuñada (11)

martes, 28 de junio de 2022
En Sarceda:
Mientras Felisa y Orlando les daban reposo a sus meollos respectivos, -por cierto que bien escurridos con aquellas inquietudes, con aquellos incidentes de su casorio, una boda precipitada, inmadura, más bien de vehemencia erótica-, en las arenas rojas, tostadas a diario por el sol canario por mucho que estuviesen a las puertas del invierno, de la playa de las Canteras, o en la de las Alcaravaneras, por aquellos tiempos aún relajantes, poco extranjerizadas-, allá arriba en el mapa, concretamente en cierto punto de latitud Norte 43º 04' 40'', y de longitud Oeste 3º 39' 40'', séase, en el propio Pazo de Sarceda, ¡bucólica Galicia, por supuesto!, la heredera de los hermanos Rancaño, Darío, Domingos y Manuel, por este orden, maestra del Piornedo, en vacaciones de Navidad, no conseguía aquietar sus pensamientos ante aquella demora inusitada en recibir carta de su teniente... Cierto es que la radio nada decía, y los periódicos se jactaban de lo bien que iba España, amada por sus "hijas" americanas y respetada de las potencias occidentales... La propia USA, aquel coloso del dólar, de la mecánica y de la civilización, nos concedía Bases y nos loaba por nuestro, visceral, anticomunismo. En definitiva, que íbamos cabalgando, por el Imperio cara a Dios; ¡ahora, si!

¡Dios, esos moros del diablo, que tuyos no, -se interrogaba la Maestra, la heredera, Manolita-, no se estarán preparando, allá en ese Ifni, con los militares casineando, para lograr su independencia, su anexión a un Marruecos descolonizado, otro desastre bélico, por el estilo de aquel rifeño de 1921, ayer, aquello de Annual...?

Operación: Cuñada (11)
...aquello de Annual...


Monte arriba, en la linde de las chousas, aquellas nieves del Monciro, que se estaban iniciando. Aunque sólo cuajaran en la cima, por la parte de las Lagunas, era lo suficiente para hacerle evocar, rememorar, que ya bajara de los Ancares con ciertos peligros, con algún que otro esvarón de la yegua del señor Clodio, y de él mismo también, aquel hombre, tan pequeño y tan grande, según como le midiesen, que le llevara la bestia del ramal a la maestrita... Buen vecino y buen padre, sí señor, ¡y eso que no tenía don! Se ofreciera para bajarla, temprano, él a pie, hasta la estrada de Navia, para que cogiese, en ella, aquellos coches de línea, "Empresa La Directa".

De aquella casa, hijos de Clodio y de Elvira, le iban tres niños a la escuela, que en esa proporción le pagaban, olvidándose de que la escuela era Nacional, pública: Le pagaban cobrándole un mínimo por la posada, mimándola, tentando hacerle lo más llevadera posible aquella soledad de las cumbres ancareñas... Por su parte, doña Manuela, "doña Manolita", que así le chamaban, correspondía a esas atenciones tratando de civilizarles aquellos lobeznos, a cual más montesino, pero esforzándose en compensarles a los otros, al resto de la matrícula, en plano de igualdad, que su conciencia estricta no le permitía discriminaciones pedagógicas. Le dolía que tales aldeas fuesen rehusadas por casi todas las maestras, y no sólo por las veteranas. Ella se sentía bien pagada con la viveza y con el afecto de aquel conjunto de chiquillos; traviesos y salvajes, sí, pero..., ¡tan buenos, tan inocentes! Su preocupación era dejarles adelantados, por si algún día se iba del país, que a saber cómo serían las segundas partes..., ¡tratándose del Piornedo!

Bajar con trabajos hasta el río Navia no era el parto de los Ancares, que peor le iba ser, después de Reyes, reptar cara arriba por semejantes trochas, que seguirían para entonces, por lo menos, igual de nevadas, igual de heladas. Acordó con Clodio la fecha y el lugar de recogida, para retornar antes de finalizar el punto, las vacaciones, que su escuelita se abriría a tiempo, ¡con o sin invernada!, que la hija de doña Placeres, de suyo tan sufrida, placeres injustos, ¡nunca!

En Sarceda, en la balconada del medio, en el ala Sur del pazo, pasaba la mitad de sus vacaciones, ojeando para su Monciro, aquel Mons Ciro de la invasión romana, que cuando tenía nieve en sus altos se le antojaba que era el cadáver de un guerrero, un romano gigantesco, el propio Ciro, cubierto con una paenula, con una capa de lino blanco, ¡acaso robada a los nativos de aquel castro de Sarceda! Era frecuente que sintiese, en los riñones, las cosquillas de aquella lumbrera tan grande, disconforme, de la chimenea principal, nunca descuidada por la señora Brígida, que a pesar de sus años conseguía nutrirla con abundantes cepos, roble o castaño, de tales dimensiones que mal le cabían debajo del brazo, pero ella los subía!

Aquella chimenea, paceña en definitiva, presidía el salón regio de la casona, que así le llamaron siempre a la estancia central, al salón de los pasos perdidos, incontables, sin que nadie osase tildar de demasía semejante adjetivo. En las fiestas le cambiaban de nombre, y los de la casa hablaban con sus invitados llamándole O Comedor grande, que así quedaba para los de casa, para los íntimos, parientes o criados, la adjetivación de regio. ¡Cuestión de hidalguía, para unos, y para otros, rescaldo de un abolengo trasnochado!

Don Darío avisó por el tubo de órdenes, un artefacto medieval, aún en uso, que bajaba directamente a las cocinas, que por tener, dos tenían: de una parte, la lareira, o lar, heredada, la del guindáis, con una gramallera de forja, digna de un museo; y en la otra, una bilbaína, enorme, instalada por Manuel, que para sí la quisiesen en la mayor de las fondas.

-¡A ver, Brígida, sube al Regio un cafetito caliente...; de puchero, por supuesto, que así lo quiere la señorita!

Dirigiéndose a la hija:
-¡Mujer, que descuidada saliste, que ni un mal café ordenas! Te compadezco, por allá arriba, en ese Piornedo, que si aquí tan mal te cuidas, al frente de una escuela apaga el candil! Mira que tu madre es recogida, pero tu saliste una..., ¡una monja! Aquí arriba, siempre leyendo; o leyendo, o papando con los ojos esa nieve del Monciro... Y gracias a la chimenea, pero el día que te falte..., pobre de ti!
-Papá, cuando se vive bien, nos olvidamos de que hay otros, otras personas, en peores circunstancias... Por eso no le damos las gracias a Dios por nuestra situación privilegiada, un cierto privilegio, ¡acaso inmerecido! Casualmente, estoy leyendo estos versos de Rosalía... ¡Pobrecilla, que lo suyo sí que fue calvario, empezando por el Cura que la hizo! En los libros no se hace referencia de eso, pero ese hombre, ¡hombre en definitiva!, debió colgar los hábitos, y casarse con la madre de su hija, ¡como Dios manda!
-¡O haber sido un buen cura, un cura casto, como es el caso de tu tío!
A los pocos, que el servicio paciego siempre fue diligente, casi cuartelario, pues los amos tenían fáciles las substituciones!
-Traje para los dos, que a usted, don Darío, tampoco le vendrá mal calentar el cuerpo..., con estas humedades... Doña Manolita, ¿va querer aguardiente, una copita, unas gotas? ¡Mire que con este tiempo le sentaría bien...!
-Brígida, no, que bien sabes que lo tomo con leche..., ¡pero del de las teixas, que es el mejor!
Café en medio, el padre le refirió sus planes de futuro:
-Nenita, te lo voy a decir ahora, ahora que nos dejaron solos: Como ese Orlando no acaba de proponerte un casamiento inmediato..., ¡que a saber cómo andan esas cosas de África!, estuve pensando que, para hacer por la Patria, en esto de la enseñanza, con un curso allá arriba, en esos Ancares, llega y sobra. Mi hija no puede seguir por más tiempo en esas montañas, que te vas congelar; ¡de frío, pero también de soledad!
-Papá, lo de la "soledad" es relativo, que se atenúa entregándose al trabajo con pasión, cosa que, gracias a Dios, no me falta. Y más te voy a decir: una cierta soledad, un cierto aislamiento, es preciso para ser creativo, para incentivar la creatividad, por contradictorio que te parezca. Con toda franqueza, con la que debe tener un hijo respecto a sus padres: Una persona que se interesa por las cosas, por las cosas que le rodean, es una persona interesante; y cuanto más interés pones en la enseñanza, cuanto más necesitan de ti, de tu ejemplo, de tu perseverancia, de tus estímulos, lo paradigmático es que más aprende el propio docente, más se forma, más se completa y documenta. Mi experiencia rural me está llevando al descubrimiento, y bien lamentable por cierto que así fuese, de que la nobleza gallega, al ser absentista, y meramente rentista, recaudadora, no convivió con sus gentes, digamos que, con sus vasallos, y de este modo ni conocieron sus problemas, ni dieron un ejemplo activo, ni generaron estímulos de superación en su entorno... En definitiva, que un noble, con sólo hacer cuatro burradas, o cuatro servicios al Rey, o cuatro falsificaciones documentales, o simplemente con un montón de apropiaciones de terreno comunal, poco explotado o poco defendido, se montaron en sus corceles..., ¡y a vivir! Pues no, no señor, que lo único que consiguieron, para ellos y para nosotros sus descendientes, fue transmitirnos un modus vivendi vegetativo, parasitario, retardativo, ¡lo mismo en lo económico que en lo social!
Perdona, padre, pero te dije mi experiencia, lo que siento, y no se puede ser humilde despreocupándonos de los problemas sociales, elevándonos a las nubes del orgullo y del parasitismo. ¿No lo crees así?
El padre tardó en contestarle, en seguir la conversación, pues aquellos conceptos de su hija le resultaban difícilmente digeribles.
-Mujer, está bien eso de la humildad, pero tampoco es cosa de desmerecer..., ¡pues dirán que tienes un mal expediente ya que sigues allá arriba! Mira lo que voy hacer: Cuando pasen estas fiestas de Navidad llevaré a Lugo los galanos de la matanza, cosa que siempre hago, y entonces me veré con las autoridades competentes...; ¡ya sabes! Sólo tengo que decirlo ahí arriba, bastante arriba, que bien sé onde, y a quien, y cuando... ¡Ya verás qué pronto dan tu orden de traslado! ¡A mi niña la mezo y la remezo yo, tal y como te hacía cuando estabas en tu cunita, mientras tu madre se iba para hacer escuela...!
-Papá, no me tengas por desagradecida, pero me llega con tu intención, que lo nuestro, si Dios quiere, pronto llegará al altar, y no deseo distorsiones para esos niños del Piornedo, que de algún modo también son míos, obra mía, responsabilidad mía.
-¡Igual, igualito que tu madre! Y mira que le digo: Placeres, ahora que nos va bien con el ganado, con el ganado y con todo, que mi hermano Manuel hace milagros, tanto con las reses como con las fincas, debes pedir una excedencia; ¡descansar un poco! Esta manía del trabajo, del trabajo y del deber, esa esclavitud..., ¡pero ella no acaba de entender que ya no es hija de caseros, que sólo lo fue por las circunstancias de su nacimiento!
-¿Sigues con tu obsesión de irnos para Lugo, y soltarle las riendas al tío Manuel, cosa que ya casi haces ahora?
El padre afirmó con la cabeza. Bien sabía que aquello, aquella trashumancia, propia y habitual de la nobleza gallega, pazo-ciudad-pazo..., le gustaba más a él que a sus mujeres, dos apasionadas por la enseñanza rural, por las bellezas naturales, por los goces del campo...; y acaso temerosas, dados los antecedentes, de que aquel hidalgo, aquel “pagano”, se acogiese demasiado a la barra de las cafeterías urbanas.
-Sí, es verdad; y conste que lo hago por vuestro bien. ¡Por el vuestro, que para mí ya se acabaron las juergas etílicas! ¡Prometido! Tú tendrás escuela de diezmilista...; y tu madre nos dedicará más tiempo, pues a mi edad luego precisaré de sus cuidados. Tienes que pensarlo, currusquiña, incluso por previsión, por si te falla ese teniente, que de tanto andar por el mundo... El mundo hace cambiar a las personas, que ahí tienes el caso de tu tío Manuel, que de niño ni miraba para las chicas; ¡por timidez, supongo!
Pero la hija, con sus creencias hondas, arraigadas, asumidas, indeclinables.
-Del tío Manuel no me hables, que sus desvíos, o desvaríos, según prefieras llamarles, acaso le viniesen de la farándula cubana, pero, un militar...? ¡Un militar íntegro es un tío serio! Míralos cuando salen retratados en los periódicos, que luego se parecen al dios Marte...
-No te enfades, mujer, que te lo digo únicamente para precaverte, ¡que la gente cambia! En Lugo tendrás ocasiones, alternancias..., ¡mismo entre los hijos de esas autoridades con las que me trato! Y luego que por aquí, en el rural, fuera de ese Neira, lo que es hidalgos de tu conveniencia..., ¡ni de legua en legua! Yo he vivido, aunque enchufado, aquello de la guerra de España...; ¡en Sanidad, de Coruña, ya sabes...! Pero les he visto llegar al Hospital con más llagas que heridas; en sus partes, quiero decir. El mundo está plagado de busconas, que siempre hubo heteras, desde Grecia, ¡y máxime detrás de los oficiales! También los había, ¡ya entonces!, de esos que tienen una novia en cada puerto, en cada villa, en cada ciudad o guarnición por la que pasaban... Con los tiempos que corren no es cosa de jugar al todo o nada, que te lo digo por tu bien, para que estés en guardia, lo que no quiere decir que dejes de quererle, de quererle y de preferirle, que esa fue, esa es, nuestra esperanza, la mayor de todas; ¡la de su madre, doña Marisa, pero también la nuestra! Por lo que le oigo decir a Manuel, que es el que más mundo recorrió, ¡en las mujeres de hoy en día no hay término medio, o santas o putas! Desconfiar, no, pero dormir con un ojo abierto, si..., ¡aunque sólo sea por la competencia!
-Papá, tú, que tanto te fías de las autoridades, ¿vas a desconfiar de nuestro teniente, de nuestro Orlando, criado casi a medio tiempo en tu propia casa?
-Mujer, será luego una deformación mía, que me viene de aquello que se veía en el hospital, pero siempre se dijo que es mejor prevenir que curar!
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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