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Algeciras, 1971

jueves, 23 de junio de 2022
El Enrico C, que distaba de lo que ahora se conoce como crucero, se viajaba a Europa como en un medio de transporte más. No había zonas destinadas al ocio salvo una pequeña pileta que se llenaría después de partir de Rio de Janeiro, y una sala de fiestas donde se jugaba al bingo por las tardes.

Después de la escala de Río, y de la partida del puerto donde la banda deleitó al eufórico pasaje con Cidade maravilhosa y abundante cotillón, siguió una travesía de varios días sin ver tierra, hasta Funchal. Como sería, que una tarde se armó un alboroto en el barco y la gente empezó a correr para un costado. Habían anunciado por los parlantes que el barco pasaba frente al archipiélago de Fernando Noronha, cuya isla principal emergía sobre el horizonte. Llevaban, y llevarían, muchas horas de mar, Algeciras, 1971escuchando los números del bingo por los parlantes. El perfil majestuoso de la isla recortado sobre el horizonte era todo un acontecimiento.

El infaltable bingo se transmitía en directo para que se enteraran todos los pasajeros cuando se hacía una línea. Era el entretenimiento del paisanaje, porque los de primera clase se divertían diferente. Algunas viejas jugaban al bridge mientras escuchaban a un punto tocando el piano en un exclusivo saloncito muy paquete, mientras algunos jovatosse reunían en la popa y disparaban con una escopeta a unos platitos que les lanzaban con una máquina, una especie de honda mecánica. Distracción para viejos chetos.

También para la noche de año nuevo la compañía se jugó y sacó unas botellas de champagne trucho (el francés se descorchaba en primera clase, pero después de chupárselo, los chetos se bajaban al salón popular donde estaba la joda). Con cuatro serpentinas, un puñado de papel picado y soplando unas cornetitas se rieron dando vueltas entre las mesas al tiempo que limpiaban los platos con los chipsde jamón y queso y masitas con chocolate, que aparecían solo en ocasiones especiales.

Por fin llegaron a las islas Madeiras y desembarcaron con gran ilusión en Funchal. Primera vez que nuestros amigos pisaban algo parecido a Europa. Siguiendo los consejos de un oficial simpático, tomaron un bondi y recorrieron Cámara do Lobos, un pueblito muy típico que les llamó la atención por lo atrasado que era comparado con lo que conocían. Las mujeres, de negro riguroso y pañuelo en la cabeza, lavando la ropa en lavaderos públicos y tendiéndola sobre las rocas. Esas imágenes que los turistas norteamericanos (los únicos que había por aquellos años) capturaban con las cámaras de fotos para testimoniar ante sus amigos por donde habían andado.

La siguiente escala fue Lisboa, donde les encantó patear por el centro y sacar la clásica foto en la Praca do Mercado.

Como la cuota de Antonio consistía en dos diapositivas por día, con una tercera extraordinaria y opcional si el paisaje lo justificaba, un rollo le alcanzó para todo el viaje. Por eso cuando se ve a un chino con el móvil en la punta de un palito sacando dos millones de fotos que jamás nadie verá, uno se pregunta si valía la pena correr tanto con la tecnología.

Para estar dos días antes en Madrid, había elegido desembarcar en Algeciras en lugar de Barcelona. Llegaron muy temprano frente a la bahía, donde el Enrico C ancló. No se sabe porqué razón no entró al puerto, comenzando los preparativos para trasladar a los pasajeros, valijas y algún coche hasta el muelle en unas lanchas. El coche, y las valijas metidas en una gran red, las bajaron primero. Después se arrimaron unas lanchas a motor al lado del barco y bajaron a los pasajeros por unas escalerillas de soga, como las que usaban los piratas en el abordaje.

El mar se movía bastante y elcagazo se manifestaba en las caras de la pareja. Por fin los llevaron al muelle, recogieron la única valija, y se fueron hasta la estación de ferrocarril para sacar los pasajes a Madrid en el primer tren, el nocturno, que llegaba a la mañana siguiente. Dejaron la valija en una consigna y se fueron a dar una vuelta por la ciudad.

No tenían información ni tampoco la encontraron, así que caminaron al azar. Estando en un parque, al becario le entraron ganas de echar una meada y no vio ningún baño a la vista. Se acercó a un guardián de guardapolvo gris y gorra parecida a las de la policía, que estaba charlando con un tipo de traje oscuro y descolorido, ambos sentados en un banco.

Buenos días, ¿no sabe dónde hay un baño?
¿Un baño? Preguntó el guarda mirándole.
Si, un baño.
Lo mira al otro gallego, lo vuelve a mirar. El acompañante se rasca la cabeza...
¿Un baño?... Repite.
El tipo de guardapolvo gris pregunta al aire,
¿Un baño?...
¿Pero que baño?Interviene el de traje, y dirigiéndose al turista¿Un baño de mar?...
Para eso tiene que ir a la playa, tirando por esa calleIndicó el de guardapolvo.
¿O usted busca un baño turco? Paco, el del moro está cerrado, ¿no?
Hombre, tiene que ir hasta Granada, ahí si que hay.
Antonio, ensayando un cruce alto de piernas y alzando un poco la voz,
¿No hay un baño por aquí?
¿No le estoy preguntando que tipo de baño busca?
Desorientado por que su pregunta parecía obvia, repitió calentito,
¡Un baño!
¿Para que lo quiere? Resopló el guarda.
¡Para mear! Casi gritó, sorprendido por la conversación, mientras pensaba que si para mear tenía que ir a Granada, para hacer otra cosa ¿hasta donde tendría que ir?
¡Hombre! ¡Lo que usted busca es un vate! Baje la escalera que hay detrás de ese seto y ahí tiene uno.

Fragmento de "Buscando a Elena" (el libro se consigue en www.andresmontesanto.es)
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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