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Del Franquismo a la actualidad

miércoles, 08 de junio de 2022
Los que sufrimos el Franquismo albergábamos la ilusión de que con la llegada de la democracia la sociedad pudiera superar aquel régimen dictatorial y corrupto y establecer una serie de leyes y normas que nos condujeran a una sociedad más justa, libre, solidaria y respetuosa con los demás. Aspirábamos a unas elecciones libres y a que nuestros representantes fuesen la voz del pueblo y cierto es que en la transición los sueños parecían embarcarse por buen camino. Sin embargo, pronto llegaron los decepciones. A Suárez lo tiraron como una colilla sus propios compañeros; Felipe, la ilusión de la izquierda, duró un tiempo hasta que acabó cobrando de las eléctricas; Fraga, viejo vestigio del Régimen anterior, se escondió en Galicia para seguir practicando la vieja fórmula del clientelismo y el caciquismo habitual; Carrillo no logró superar el viejo estigma de comunista...

Los anhelados partidos rápidamente se convirtieron en cotos cerrados donde los oportunistas hacían su agosto, no por su valía, sino por sus triquiñuelas. También pronto surgieron las luchas caínitas entre derechas e izquierdas y volvieron a surgir los escándalos de corrupción que nunca habían desaparecido.

Dos filosofías antagónicas se instalaron en la sociedad. Una partidaria de vender la empresa pública, según ellos, para evitar la sangría económica, y otra partidaria de mantenerlas y reformarlas para buscar remedio al despilfarro.

Dos filosofías que subsisten y que crean muchos quebraderos de cabeza a la ciudadanía. En medio están los políticos, esas marionetas de los grandes capos de la economía que los convierten en cromos de usar y tirar. Gente altiva y prepotente con sus representados, pero dóciles, sumisos, y sobre todo, "comprensivos" con dueños de petroleras, eléctricas, telefonías, farmacéuticas, tecnológicas, constructoras, aseguradoras y demás fauna depredadora y agresiva.

Eso nos lleva a una justicia politizada, más atenta a su triunfo personal, que a cumplir su noble función; una prensa sumisa de tiralevitas y caceros, acallada con subvenciones y donde la discrepancia no tiene cabida; unos partidos desprestigiados donde se instalan los cuatro listos de turno que nunca trabajaron, pero capaces de vender una política orientada a buscar la simpatía popular (demagogia) con subvenciones; unos ciudadanos perplejos ante el abandono intencionado de la sanidad , la escuela pública y otros servicios para desprestigiarlos y permitir a las empresas de los distintos sectores meter mano en los presupuestos públicos; unas leyes permisivas y abusonas, pero legalizadas, que autorizan a las empresas de luz y demás servicios para atracar a los ciudadanos; unas residencias de ancianos, en manos de fondos buitres, donde la fianlidad es, no cuidarlos, sino quedarse con los recursos del anciano; una sociedad apática, callada, sumisa,triste y desamparada, pero tan defraudada que se resigna a vivir en estas condiciones. Aprendieron a decir esto es lo que hay, sin haber nunca movido un dedo para cambiarlo.

Ante tal panorama parece que hablar de la deriva del mundo y los locos que lo dirigen no tiene importancia; preocuparnos por el cambio climático a muchos les sirve de disculpa diciendo que es cosa de los científico; ver el ascenso de ideas ultras es no querer recodar lo que pasó en Alemania con los nazis; pensar que el que venga detrás que arree es una falacia más cargada de egoísmo y exenta de responsabilidad.

A mi entender, urgen cambios de muchos tipos, desde el funcionamiento de los partidos hasta el respeto por la Caja Común (erario público), pero sobre todo urge un cambio de mentalidad para ser serios, responsables y solidarios. Ni que decir tiene que la corrupción endémica forma parte de la plantilla de nuestra vida y hasta hay quien presume de practicarla. Es preciso implicarnos en cosas, a veces con apariencia mínima, que conlleven cambios estructurales donde el bien común se imponga a la avaricia, donde el trabajo sea altruista, donde lo público se cuide, respete y mime. Un hospital no puede nunca ser una máquina de hacer dinero, ni una escuela un gueto elitista, ni una residencia de ancianos otro negocio.

El problema es que nuestro voto muchas veces está más al servicio de una empresa, que se esconde tras decisiones políticas, que de revertir en el bien de la ciudadanía.

Llevo muchos años regando en el desierto, pero quiero confiar en que esas lágrimas den su fruto.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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