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Rumbo a España (continuación)

jueves, 02 de junio de 2022
Debido al llanto permanente de su joven esposa, el suegro aconsejó algo muy lúcido:
Que se vaya él y vos seguís en tu casa y trabajando, cuando termine la beca él vuelve y ya está.

La percanta no quería irse pero tampoco aceptaba dejarlo ir solo. No estaba muy segura de que volviera, quizás.

El pasaje más barato que consiguió era en barco, en la línea C, ya que le hacían el 30 % de descuento a los dos. ¿Cómo lo pagaba? Haciendo una liquidación total, vendió un anillo de oro regalo de su vieja, vendió un microscopio, algunos libros y juntó para el pasaje de ida. ¿La vuelta? ¡Chi lo sa!

Y así entre llantos, lamentos, jetas largas y algún que otro despelote familiar agregado, llegó el día de la partida. Llenaron una valija Primicia, regalo de bodas, con las pocas pilchas que tenían. Antes de cerrarla, metió el libro del curso de inglés Linguaphone, cuyo forro amarillo ocultaba un billete de cien dólares remanente de la liquidación del patrimonio. Todo el capital de reserva. Y sin pasaje de vuelta.

Hay que tener huevos o sencillamente estar piantado para embarcarse a Europa así. Antonio tenía un poco de ambas cosas. Y se embarcaron. Un amigo de Carlos se apareció esa mañana con un chevrolet 47 negro, cargaron la valija y a los padres de Lidia y los llevó hasta la dársena de Puerto Nuevo donde los aguardaba amarrado el Enrico C.

Si esto hubiera ocurrido hoy lo denunciarían por secuestro, y el becario hubiera sido encanado y terminado en Devoto, o si el juez se hubiera conmovido, en Vieytes. Pero en los últimos días de ese año no pasó nada de eso. Subieron al barco, besos, lágrimas, abrazos, más lágrimas, cuídense y más lágrimas...

La partida del Enrico fue emocionante, como lo serían todas las veces que soltaba amarras y se despegaba de los muelles. La banda de músicos en pleno, con uniformes de gala, tocando a toda orquesta el tango "Adiós muchachos" mientras una nube de papel picado y serpentinas caía sobre el muelle, con ruido de cornetitas y matracas distribuidas entre el pasaje que desbordaba los puentes, un carnaval. Nuestro amigo alternaba en darle a la matraquita y consolar a la percanta.

Al día siguiente escala en Montevideo, una vuelta por el centro y acto de despedida, esta vez con "La cumparsita".

El camarote era obviamente el más barato. Dos cuchetas superpuestas, una pequeña pileta con un espejo y ya está. La valija debajo de la cama. Si pasaba los dos metros cuadrados no lo hacía por mucho. Última cubierta inferior. Con algunos inodoros y duchas comunes en el centro de la cubierta, frente a las escaleras.

Los barcos italianos eran muy clasistas, tenían primera y turista A, B y C. La primera clase, en las cubiertas superiores tenía el acceso restringido. El segundo día iba Antonio tranquilamente paseando por los pasillos exteriores hasta que de pronto un maringote de blanco uniforme le cerró el paso y gentilmente le dijo algo en italiano que traducido sonaba a, "Rajáde acá, cartón, que esto no es pa vos".

Los de primera comían en un restaurante exclusivo en compañía del capitán y principales oficiales. Todas las clases turistas podían usar lo que quedaba del barco, excepto los restaurantes. La turista A gozaba de restaurante propio, con ventanas exteriores. Los de la turista B y la C se juntaban en uno por allá abajo, totalmente interior, que sin embargo era el mas divertido.

El cruce del golfo de Santa Catalina fue bastante agitado. Las turbulencias que en un avión duran mas o menos una hora, en un barco relativamente chico como el Enrico C se convirtieron en casi veinticuatro horas de meneo. El becario se divertía viendo como el platito de aceitunas que el mozocalabrés ponía en la mesa se piantaba pal borde.

"¡Guarda8!" gritaba al tano mientras la sopa iba de borde a borde del plato y se oía el ruido de cubiertos que se caían al suelo en una mesa cercana. Cargar la cuchara y embocarla en la trucha no era fácil. Alguna vez hacía gorgoritos con la napia. Para caminar por los pasillos tenían que agarrarse a la baranda que había a cada lado, esquivar los vómitos que todavía no se habían limpiado y para girar en cada cubierta esperar a que el barco los lanzara para adelante y agarrarse a la próxima baranda. Eran jóvenes y aguantaban cualquier cosa.

Como en Santos hacían una escala larga, se tomaron un ómnibusy se fueron a la playa. Les dio tiempo a visitar el acuario, darse un chapuzón, tomar sol tirados en la arena y al volver estuvieron un montón de tiempo esperando el mismo ómnibus que los había llevado. Ya alarmado, Antonio se despojó de la autosuficiencia y preguntó por la tardanza. Cosa de porteñitoignorante. Era una línea circular (desconocía que existían) y el 41 iba en un sentido y el 42 en el otro. Al llegar al puerto les pareció que el barco se movía. Cagados, salieron rajando y esquivando a la gente que abandonaba el puerto, mientras algunos les hacían gestos de que no corrieran porque el barco ya se había ido. ¡Que julepe! El barco estaba ahí, pero habían desaparecido las planchadas por donde habían bajado esa mañana. Mientras corrían en dirección a una pequeña escalera auxiliar que estaban retirando, escuchaban sus respectivos nombres y apellidos por los altavoces, reclamando urgente su presencia a bordo. Cuando todo el pasaje afirmado en las barandillas que daban al muelle los vieron aparecer, estallaron en un ruidoso aplauso. Un par de marineros los ayudaron a dar el salto para cubrir la distancia que los separaba ya del barco y que aumentaba lentamente. Son esos momentos que cualquieraquisiera desaparecer y hacerse invisible, porque acapararon todas las miradas y los comentarios: "Que pelotudos, el tiempoque nos hacen perder, tendrían que dejarlos, así aprenden..." Mientras la banda de música arrancaba con la samba Eu vose ahí. Un salto a la fama de esos que nadie desea nunca. En la entrada al comedor, horas mas tarde, se les caía la jetade vergüenza.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena".
Montesanto, Andrés
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