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Operación: Cuñada (7)

martes, 31 de mayo de 2022
De los arganes a las palmeras

Operación: Cuñada (7)
El hotel Madrid, en las Palmas de Gran Canaria, - (Plaza Cairasco. En su habitación núm. 3 durmieron los Franco; ¡y mi esposa y yo, también, pero nosotros en el año 1955! Ellos en espera de que el bimotor Havilland D.H.89 Dragon Rapide llevase a don Hermenegildo a su Marruecos para incorporarse al Levantamiento; su mujer y la hija salieron el mismo día en un trasatlántico, pero rumbo a Inglaterra)-, que era por aquel entonces, y tradicionalmente, el predilecto de los militares. El mismo 18 de Julio, pero por la tarde, partió el ínclito con la lanza en ristre, dispuesto a redimir cristianos, aunque para ello tuviese que sacrificar diez millares de amigos, diez millares de moros. ¡Todo por la Patria, todo por Sbania!
...

- ¿Orlando, amor, estás despierto?
Este carajo es un señorito de mucho nabo..., de los de Lugo! Con tal de hervirlo un poco, se le disuelven los..., los grelos! ¡Manteca pura! De lo demás, ¡un fofo, que siempre está adormilado! Ayer, y para eso en la noche de bodas, cuatro minutos de danza, y ya cascó, como un huevo podrido!
El novio, aquel miles decepcionado y decepcionante, entonces acordó, pero lo hizo bruscamente, sobresaltado:
- ¡Uih! ¿Que, qué pasa; tocaron diana?
¡Qué poca consideración! Esta catarata se parece al Capitán Valerio...; ¡dos acelerados, dos repelentes! ¿Igual quiere volver a las maniobras...?
- ¡Lo que pasa lo dirás tú, rapaz! ¿Acaso tienes pesadillas?
¡Qué chulo es; a ver, a ver que me responde!
- ¿Yo; yo, qué? ¡Pero, como...! ¿Pesadillas, yo?
¿Se me escaparía algo; habré hablado entre sueños, en alto...?
- ¡Hombre, no sé; no lo sé! ¡Por las trazas...! Llevas dos horas dando vueltas, como si te hiciesen cosquillas..., y bien sabe Dios que estuve queda, más estirada que la estola del señor cura! Pero tú, en cambio, te enroscas en ti mismo... ¡igual que si fueses un erizo! Casi no me dejas sitio en esta camaza, ¡con lo grande que es!
¿Lo veis...?¡Este tío está acostumbrado a mandar, y quien manda, se desmanda!
-¿Sitio...? ¡Mujer, en una cama de estas, canaria, de matrimonio...; si somos bien avenidos tiene que sobrar la mitad! ¿Entonces, de que te quejas?
Lo que ella no dice, ni reconoce, es que tiene esas ancas ocuponas..., tal que una bestia de las mías, aquellas de la Olga..., ¡de mantenidas y holgadas que las tienen mis criados!
- ¿Pero, hombre, de verdad que no te acuerdas de nada; nada, nada de nada...?
No sé si me pasaría, que su respuesta va ser echarme de la cama, a paso ligero...
- ¿De qué tengo que acordarme, mi amor; qué estás tramando?
¡Pero qué recalcitrante es esta fulana, con el sueño que tengo! ¡Claro, conmigo hizo un buen negocio..., mientras yo traicionaba a mi Manolita! ¡Ella durmió feliz mientras yo pasaba la noche deglutiendo la bilis de mis remordimientos!
- ¡Pues, luego... no sé; no sé qué te pasó para que no dieses señales de vida..., en una noche tan señalada!
¡Estoy de suerte con este mono si ya en el primer día..., huevo goro; y encima de eso, disimula!
- Mujer, a mí no me pasa nada; tan sólo que estamos casados, atados con la misma cuerda..., ¡y no precisamente de sisal! Ayer, en el Casino, en nuestro banquete, he comido poco, que no me entraba la comida; seguro que fue por estar enojado de verte engullir, que luego parecías una serpiente... Después de eso, con el batido de ese avión de la Estafeta Militar, llegué con el estómago subido a la barbilla, que bien viste que ni casi cené. Pero ahora te voy a papar, enterita, ¡que ya es decir!, si no traen pronto ese almuerzo hotelero, ¡de la cocina a la suite! ¡Pero mira que estás bombón, un bombón duro, macizo...! ¡Ñam! ¡Venga, mujer, dame los buenos días, dame un abrazo...! ¡No, así no: con las cuatro...!
¡Cómo me voy poner de carne! De esto, mucho, a placer, que esta es bacon auténtico, todo hebra, que para sí lo quisiesen eses langranes de Inglaterra, eses larpeiros del Peñón... Estas sí que son magras; antes del almuerzo, al almuerzo...; ¡y después, también! En todo tiempo, en todo lugar, así sea detrás de un argán, que ya la tengo acostumbrada a las posturas más difíciles; ¡todas las del kamasutra, y nunca se quejó!
- Orlando, bruto, que no soy un fusil; no me aprietes de esta manera, que me lastimas... Vuelve al surco, que cambiaste de conversación para no decirme lo que te pasa. ¿O piensas que soy boba...?
En vista de que no le contestaba, se libró de sus abrazos y se sentó en la cama, con la almohada por respaldo:
- ¿Cariño, si nada te pasa, por qué estás así, tan nervioso? ¡Aquí en Canarias no hay moros, no hay paccos!
Ahora me lo va a decir, se confesará conmigo; si, no, si...
- ¿Nervioso, yo; yo, que acabo de ganar la primera de las batallas, conquistando esta isla, rodeada de sábanas por todas partes...? ¡Voy a tomar posesión de este imperio de nalgas! ¡Cleopatra...; eso, pareces una Cleopatra..., en lo de nariguda, sólo que tienes la culera de cuatro egipcias!
¡Ya, ya; si, mujer; quien te lo diera; quien te diese su inteligencia, su belleza, su sensibilidad..., que sólo tenéis en común vuestra especialidad en animar las mingas, por imperiales que sean!
- ¡Hombre, está bien! ¿Así que te acostaste..., con tres? ¡Ahora resulta que yo soy Cleopatra; y de noche, esta misma noche, pasé de Felisa a Manuela! ¡Una Manuela debajo de mi sabanela! ¡Tres a la vez, en la misma cama! - Felisa quiso reírse de su propia broma pero fue en vano, que no le salió, pues aquel incidente le daba más bien para llorar, para desesperarse de celos.
¡Toma esta indirecta, y ya que no te aclaras, ya que no te sinceras, vete a tomar..., aire fresco...!
Cogió a su galán con la guardia baja, que incluso se aturulló:
- ¿Cómo; de que hablas, qué sabes tú de esa tal..., Manuela?
Nada más decirlo, Orlando se arrepintió, tal que Adán con aquello de la manzana; pero Felisa a lo suyo, insistente, intrigada, pelma:
- Esta noche, por veces, decías Manolita... ¿Quién es esa Manuela de tus sueños; o me vas a negar lo que yo misma escuché? ¡Bien despierta que estaba a tal momento...!
Su intención era abobarle, si tal pudiese:
¡De esta te pongo a parir, yo, yo misma..., caja de secretos, machista indecente!
- ¿Manuela, Manolita...; eso dije? ¡Ah, sí, ya recuerdo! Mira, Felisiña, si tuvieses algo de cultura sabrías que el sueño de la razón engendra monstruos... Pero eso no tiene importancia. ¿Sabes de qué va la cosa...? Se trata de una gatita que tuve de niño, en el pazo, en nuestro pazo de la Olga. ¡Lo que son las lembranzas de la infancia, que un goce no borra los otros! - Se evadió, cómo y por donde pudo, echándole a la cosa una pizca de imaginación. - Lo cierto es que a nuestra gata le llamábamos "Casilda", por lo casera que salió, siempre en el hogar, y dándole al rabo... ¡Aquella era una gata, pero tú eres..., una lagarta!
- ¡Entonces tu eres parvo...! Mira que pasar media noche, ¡media noche de bodas!, en semejante hotel, con lo que aquí cobran, repitiendo en sueños: "Manolita, por Dios, perdóname!". ¡A quien se le cuente...! Este hombracho, que ni que estuviese borracho..., cavilando en su gata... ¡Qué cosas; razonas y funcionas como un niño!
¡Eso, qué cosas tiene! ¡Le hablé tal y como se merece, por chulito, que conmigo siempre está de guasa...!
- ¡Ah! ¿Eso dije, y en alto, en voz alta, de forma inteligible? ¡Pues, no; no me acuerdo de eso, de eso que dices que soñé..., en alto!
¡Puñetera, que vas a salir más observadora de lo que había previsto! Cierto es que pasé media noche dándole vueltas a mi conciencia, evocando aquella maestrita, aquel amor infantil, aquella niñita de los calcetines...; ¡y tanto me he desvelado, que por algo estoy, a tal momento, borracho, pero de sueño!
- Sí, hombre, sí, que eso fue lo único que te he entendido, a pesar de lo mucho que murmuraste; tanto, que incluso te he cogido miedo, que nunca oyera de nadie así, con pesadillas, que siempre se me dijo que eso era cosa, enfermedad, de los niños; ¡es decir, una fantasía infantil!
¿Qué me cogiste miedo...? ¡Miedo te lo tengo yo, por si rascas en el fondo de mis heridas...!
Se sobresaltó, y mucho, aquel miles fanfarrón, aquel aprendiz de héroe destinado en África, en la propia forja del mando, del alto mando, pero lo que manifestó, o lo que exteriorizó, fue exactamente esto:
- ¿Felisiña, y no..., no he roncado, a la vez? ¡Debió ser con la emoción, con los nervios del casamiento, con la paliza de este viaje en ese Junker de la Estafeta Militar, con esta felicidad que talmente me emborracha...! Por algo dicen que la mujer, como la maleta, aguanta todo lo que la metan!
Pero el diablo seguía soplándole al novio, avivando lo más íntimo de sus rescoldos, además de inyectarle aquellas procacidades machistas:
¡Mal empezamos, Felisona, que vaya doble vida la que me espera, que si tengo algún equívoco, alguna contradicción, algún ligue fortuito, y después sueño con eso, tal que en voz alta, en la cama..., jodido voy! Lo tendré que consultar con el médico, por si soy sonámbulo..., ¡y yo sin saberlo!
- ¡No; eso, no; aquí no roncaste..., que sólo eso te faltaba! - Aunque roncase un poco, aquella novia, aquella esposa, francota y algo bruta, era suficientemente discreta como para no decírselo, para no afearle.
Ronques o no, contigo me siento en el Cielo, que ahora soy "Tenienta", tenienta consorte, ¡y sin pasar por Zaragoza!
Para el teniente, ¡para un teniente de Academia!, cumplía maniobrar con tino, mostrar una diversión estratégica, desorientar al enemigo, hacerse respetar:
- Mujer, después de todo, sueñe o no en voz alta, buena suerte tuviste conmigo... ¡Más de la que tuvo aquella gatita cuando le pisé el rabo, y bien que la lastimé, supongo!
¡Qué si la dañé; cuando ella lo sepa...! ¡Dios, cuánto va llorar mi Manolita! Ni me atrevo a imaginar las escenas: la suya propia, la de mi madre, la de sus parientes..., allí, en el pazo de Sarceda..., ¡que igual se hunde, con lo sensible que es, y se casará con otro, con cualquier badulaque, sin pensarlo, sin amor..., sólo por despecho!
Felisa, desde su ingenuidad y harta de aquella conversación, de aquellos incidentes matrimoniales, apostó por la paz, por la concordia:
- ¿Entonces, de veras, soñaste..., eso, eso de la gata? ¡Mi bien, pero qué bueno eres, buenísimo; cuanto te quiero! Eres tan bueno, que sigues pidiéndole perdón a una minina..., ¡en tu noche de bodas! Rapaz, contigo me tocó la lotería...; ¡siempre te lo agradeceré! –En esta ocasión dijo lo mismo que pensaba, tal cual; ¡de momento triunfara su ángel, el bueno!
- ¡Tocó, mujer, tocó; la de los ciegos, la más fácil de todas!
No lo sabes bien, querida lercha, pero yo, en trueque de estas nalgas, de estas carnes a granel, he perdido una hembra fuera de serie, de las de concurso; una hembra que era, ¡que es!, todo sal, espíritu, discreción, simpatía...; ¡con una cintura de avispa! Y a mayores de eso, en mi tierra, en mi propia comarca: aquel pazo, la casona de Sarceda...; una propiedad extensa, preciosa, de gran nombradía..., ¡que tanto la lleva codiciado mi madre para su ilustre hijo! Con la propiedad, vendría la chica; y con la chica, la propiedad. Soy un militar derrotado..., ¡en la más íntima de las batallas!
Un poco después:
- Felisa, ya está bien de juegos, que me tienes agotado. Va resultar que salí del campamento..., para entrar de maniobras! Me vestiré, que aún no nos subieron la prensa, según les encargué...
- Sería porque pusiste en la puerta ese cartel que dice, "No disturb". ¿Qué quiere decir, que no nos distraigan...? ¡Siempre pensé que los canarios hablaban en castellano...!
- ¡Hablan de todo..., menos portugués, que en eso les ganas tú, tú misma! Mira, bajo a buscar el periódico, y de paso, desayuno, que ya lo preciso. ¿Qué digo que te suban, que te apetece?
El novio precisaba aquella interrupción, aquel respiro, ante aquella novia insaciable, posesiva, forzuda. Se aconsejó a sí mismo:
¡Huye, teniente, huye, que una retirada a tiempo es una victoria, y en esta cama tu enemigo está practicando una táctica algo bruta, de desgaste; físico, pero también moral, que voy quedar por impotente...!
Felisa, por su parte, una inocente en aquel cocimiento, entendiendo la vida a su manera:
- ¡Ni lo sé! Por tomar algo, quiero una taza de chocolate..., espesito y con churros. También un zumo...; ¡mejor, de piña, que oí decir que aquí lo ponen exquisito!
- Sí, monada, mi sol sahariano; ahora mismo te lo suben.
Antes de salir de la habitación bien que se rio de su Felisa, ahora legal y canónicamente suya, pero lo hizo por dentro, en aquellas lucubraciones de su cerebro atormentado.
Con tu roznar de mona gruñona, mejor te sentaría una piña de las otras..., de plátanos! ¿No si, monada, ya que estamos en Canarias...?
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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