Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Rumbo a España

jueves, 26 de mayo de 2022
A mediados de diciembre de 1970 Antonio llegó a la oficina cultural de la Embajada de España, en la calle Paraná, de Buenos Aires, algo agitado por la corrida y la ansiedad, y pidió hablar con el que firmaba la carta certificada recibida el día anterior y que llevaba en la mano.

Pelirrojo, con barba cuidada, lo invitó a sentarse, y muy secamente le explicó que el ganador de la beca a la que él aspiraba se había demorado por problemas personales, y al no poder solucionarlos se vio obligado a renunciar. Como habían transcurridos tres meses, desde España le estaban exigiendo que se adjudicaran los seis meses restantes al siguiente.

En el último año de la carrera, además de completar el primer curso audiovisual de francés para médicos en la Alliance Française, curso experimental basado en la proyección de figuras impresas en una especie de film, se había inscrito en un curso de sociología del Instituto de Cultura Hispánica de Buenos Aires, había asistido a todas las clases y presentado un trabajo, "La familia en crisis", aprobado por el profesor titular. Posiblemente era el único alumno que cumplía con todos los requisitos. Pero, como a veces se sentaba junto a una chica muy rica y simpática que un día le confesó que su padre almorzaba frecuentemente con el embajador de España, dio por perdidas todas sus expectativas.

¿De cuánto es la beca?
Siete mil pesetas mensuales durante seis meses. Usted tiene que conseguirse una institución que lo acepte como alumno.
¿A cuánto equivalen?
Cien dólares, más o menos.
¿Alcanzaría para vivir?
Muy ajustadamente, tiene que contar con alguna otra ayuda.
¿Y el pasaje?
No está incluido, corre todo por su cuenta.

En ese momento recordó que estaba casado, y que además del tema económico tendría que consultar con su esposa, pedir licencia en el hospital y conseguir la guita para el pasaje.

Bueno... lo voy a pensar y...

No puede pensarlo. Me tiene que contestar ahora. Si no acepta, tengo que llamar al que sigue en la lista.

No existía tal lista, al fallar por alguna razón el designado por el dedo divino, después de tres meses de espera, el hijo de alguno de sus amigos se encontraba esperando el llamado telefónico que le confirmara ir preparando la valija. Si bien económicamente no era gran cosa, a efectos curricular para alguien que contara con financiación paterna la beca era golosa. La supuesta ganadora por "trabajo y antecedentes" había gozado tres meses de paciente espera por la autoridades respectivas, pero a él no podían concederle veinticuatro horas de reflexión.

Como Antonio tenía asumido que en esta vida tenía que superar por sí mismo los obstáculos que existían o que le ponían delante, sin perder tiempo en quejarse, pensó en un segundo en su reciente matrimonio, ¿qué le parecería a Lidia? en la residencia ¿le concederían una licencia sin sueldo?, en que no tenía un mango para el pasaje, en que no conocía ninguna institución para pedir que lo aceptaran, mientras el funcionario repiqueteando los dedos en el escritorio estaría pensando: "Dale chaval, dí de una vez no, así puedo llamar al que le prometí la beca".

En el siguiente segundo pensó que había estado dos años recorriendo todas las embajadas europeas preguntando por becas, coleccionando folletos turísticos y soñando con conocer París, y ese año estuvo sumergido en un quilombo mental y familiar sin ver ninguna salida, desbordado completamente por el estrés de la residencia, agotado física y mentalmente. Un mecánico le habría diagnosticado que tenía fundido el motor y necesitaba urgente una rectificación completa, con encamisado y bielas nuevas.

Acepto. ¿Que tengo que hacer?

El irritado barbeta le tiró una planilla para que la rellenara y firmara, mientras pensaba que excusa daría al que le había prometido la beca. "¡Si hubiera puesto una dirección equivocada, este gilipollas no se hubiera enterado nunca!".

La sensación que tuvo cuando salió del edificio fue la de aceptar jugar a la ruleta rusa, empuñar el revólver, apuntar a la sien y solo le faltaba apretar el gatillo. ¿Y ahora? En todo el viaje hasta su casa, subte y colectivo 116 hasta Liniers, perdió noción de donde estaba. Imposible tratar de enfilar alguna idea. Había decidido bajarse del tren donde ya estaba sentado, y no sabía si encontraría otro. No iba a ser el único tren perdido voluntariamente de su vida. Y solo porque no estaba totalmente convencido del destino que tenía.

Cuando le contó la decisión a Lidia, pobre chica, lo normal, se largó a llorar desconsoladamente. Fue necesario repetir varias veces que no la estaba consultando, que la decisión ya estaba tomada y no había vuelta atrás. Siguió una noche trágica. Durante el insomnio comenzó a priorizar tareas.

Los días siguientes pasaron muy rápido. Pidió licencia en el Hospital, le dijeron que no, si se iba tenía que renunciar y al volver, si quería retomar la residencia debía presentarse otra vez al difícil y selectivo examen. Renunció.

Continuará en la próxima entrega.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021)
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES