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Momentos de mi vida

viernes, 13 de mayo de 2022
Aunque cualquiera que esté conviviendo conmigo no lo perciba, es tal el agobio, la tristeza y desazón que me embarga por la guerra de Ucrania que nada me duele más, aunque esté disfrutando de aquellas cosas que me apetecen. En este momento disimulo y no puedo dejar de pensar, no sólo en la cantidad de seres humanos que pierden la vida por la estúpida razón de la violencia, sino en la terca necedad del ser humano incapaz de vivir en paz respetando la vida de sus semejantes. Me aterroriza la vieja y falaz idea de crear una industria armamentística para el "para bellum" romano, y vivir, tantos siglos después, sin haber encontrado otra forma de solucionar los conflictos que no sean las continuas guerras. ¡Y pensar que nuestro ego se enorgullece de inteligencia!. ¡Así nos va!

Desde aquí, España, parece que el miedo es otro y todo se reduce a que estalle la Tercera Guerra Mundial. Muchos eso lo perciben como una exageración, pero conociendo un poco la mentalidad de tales desalmados, nada debiera parecernos ajeno.

Hace mucho tiempo que Perogrullo sabe que las guerras siempre tienen un componente económico que las desencadena. Unas son porque la desigualdad económica se convierte en caldo de cultivo propicio para revueltas ideológicas, generalmente bien intencionadas, pero que desembocan en dictaduras nefastas. La falta de realismo y la presión de la contrarrevolución de fuerzas capitalistas, abocan a su fracaso. Otras simplemente son depredación encubierta de los recursos naturales ajenos con cualquier nimia disculpa. La historia es una sucesión de capitulos de latrocinio de los poderosos contra los pobres. Siempre el verdadero motivo se esconde en el control de la riqueza, y en la justificación para robar los recursos naturales ajenos. Y es que la codicia humana no tiene límites ni conciencia. Cualquier cosa sirve de disculpa.

Citaré sólo tres ejemplos: el conflicto de Cataluña con el resto de España. Es tan simple como que determinados dirigentes catalanes, al verse con mejor nivel de vida que el resto del País, no quieren soportar la remora del atraso de otras comunidades. Cuando el chovinismo, fanatismo, la intransigencia y la falacia sirve para tergiversar la Historia y la realidad, y el diálogo se llama mi voluntad, es entonces donde el interlocutor pierde la batalla. Negar que la burguesía catalana, esa estirpe de negreros que se hicieron ricos con la esclavitud, goza de mucha fuerza política sería absurdo, pero eso no resulta óbice para un reparto equitativo de las inversiones estatales. Política de practicidad, que no paga una enorme deuda histórica de Cataluña, la niña mimada desde tiempo inmemorial, con el resto de España, que ha estado durante muchísimos años, financiando su modernización. ¿Por qué ellos merecen más que este Cuarto Mundo, que es la Mariña de Lugo, donde no se construye una carretera desde tiempo inmmemorial? Tendrán más fuerza política, razón no.

Otro ejemplo: El Sáhara: la arena, excepto los constructores y la regeneración de playas, nadie la quiere, pero sí las minas de fosfatos y los caladeros marinos.

Ucrania también es una buena golosina para Rusia, no sólo como granero de Europa, sino por la cantidad de carbón, hierro, manganeso, litio y otros recursos naturales.

Todo ello me lleva a pensar a donde camina el mundo si el ser humano se convirtió en un ególatra voraz incapaz de sentir una mínima consideración,empatía dicen ahora, por sus semejantes. Y también a recordarme que quizás esa mentalidad, siendo tan mezquina, acabe en el cementerio como todo. Si la vida consiste en acumular riqueza, es porque hemos perdido el norte como raza humana y la brújula nos puede abocar al precipicio. Reiterar dos verdades irrefutables como que el dinero sólo es una herramienta para la vida y la codicia se aparca en cementerio debieran servirnos para construir un mundo más justo donde no ofendiera la desigualdad. Asco me da tanta riqueza y pena me da tanta pobreza, pero temo que mis lamentos no hallen respuesta. Cada día estoy más convencido que todos los problemas sociales tienen su origen en la desigualdad y que mientras no enfoquemos nuestros esfuerzos en cambiarla, el mundo caminará a su propia extinción.

Difícil es que mis coetáneos no sigan viviendo de la misma forma que la actual, pero quiero soñar en que los jóvenes logren encontrar una democracia más perfecta, una sociedad sin corrupción, unas leyes que fomenten la igualdad y el trabajo solidario. Me gustaría también educarla de tal modo que la picaresca desparezca como un pésimo recuerdo, que las gentes practiquen el verbo amar sin pensar en el dinero; recuperar valores tan escasos como hermosos y que logren vivir perfeccionándose viendo extinguido el absurdo mundo de la avaricia, el lujo y la superficialidad.

Sé que mis lectores sonreirán con mis ingenuos anhelos, pero quizás no sepan que muchos debieran llorar por su escaso compromiso con esos sueños.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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