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Un viaje al Líbano

jueves, 28 de abril de 2022
Acabo de regresar después de pasar una semana recorriendo Líbano. Y debo confesar que no vi nada nuevo.

Líbano es un pequeño país con una superficie similar a la Provincia de Soria, pero en lugar contar con apenas 90.000 habitantes, los libaneses son unos cinco millones que acogen a más de dos millones de refugiados. Siete millones de almas apretadas.

El país, por su ubicación geográfica entre las principales civilizaciones como la egipcia, babilónica, persa, griega, romana y otomana, vendría a ser como el ombligo de la cultura. Ese hoyuelo que algunas señoritas lucen con gracia en el centro de un esbozado donu, y que algunos panzones solo lo usan para juntar pelusilla, la que al caer en la bañera provoca conflictos conyugales.

Conflictos como sufrió este bello y rico país a lo largo de su historia, por disponer de abundante agua y muy buena madera en el medio de una región rocosa y desértica, y por estar habitado por hábiles marineros, tan escasos en los alrededores. Egipcios, babilónicos, persas, griegos, romanos, bizantinos, omeyas, cruzados, mamelucos, otomanos y franceses pasaron por ahí. Y se quedaron hasta que vino el siguiente y los desalojó. Cada uno trató de dejar su huella y, de paso, borrar la de los antecesores. Cada nuevo invasor desarmaba los templos dedicados a dioses ajenos para levantar, con las mismas piedras otros a los suyos.O alguna fortaleza si es lo que se llevaba en esa época. El inicio del reciclaje. Y talaron casi todos los famosos cedros que identifican la bandera del país para construir catapultas, naves o palacios.

También lo podemos imaginar como un campo de batalla donde se enfrentaron egipcios contra los primitivos habitantes, fenicios contra los egipcios, babilonios contra los fenicios, persas contra los babilónicos, los macedonios de Alejandro contra los persas, los romanos contra los macedonios, los omeyas contra los bizantinos, los cruzados contra los omeyas, los mamelucos contra los cruzados y los otomanos contra los mamelucos, que al perder la primera guerra mundial fueron reemplazados por los franceses. Hasta que en 1943 esta tierra de fenicios se convirtió en la República del Líbano. Y poco después se creó el Estado de Israel con el que comparte pared medianera.

Debido a su situación estratégica, una especie de meeting point mundial, los fenicios descubrieron una actividad muy lucrativa, el comercio. Comprar a unos y vender a otros y así desarrollaron algo parecido al Émozion actual, llevando ánforas cargadas a todos los puertos que se crearon en el Mar Mediterráneo, incluida la hoy bella Malaka. Y con la independencia descubrieron el negocio bancario, convirtiéndose en la Suiza de Oriente Próximo. Los libaneses creyeron por fin, tener un futuro prometedor.

En 1975 estalló una guerra civil entre cristianos y musulmanes que duró 15 años y se llevó por delante todos los sueños y esfuerzos acumulados durante miles de años. El país no se recuperó nunca.

Y como si fuera poco, a su alrededor los israelíes persiguen a los palestinos, los árabes luchan contra los israelíes, los chiitas (Irán) contra los sunitas (Arabia Saudí) en varios frentes, entre ellos Siria. Israel invadió la frontera sur (los cascos azules españoles aseguran la paz en esta zona) inyectando en el Líbano cientos de miles de refugiados palestinos que aguardan hacinados una solución que no llegará nunca. La guerra del estado islámico contra el régimen sirio inyectó otro millón y medio de refugiados por el Oeste, que están igual que los anteriores.

En la partida que se juega hoy en el Cercano Oriente, Rusia apoya el régimen sirio, pero se da besitos con Irán que empuja a los islamistas y con Israel que los bombardea, y con Turquía (OTAN) que alquila a la Unión Europea terrenos para los refugiados mientras aprieta el torniquete. Los Estados Unidos están haciendo mutis por el foro en silencio, y los europeos, desorientados y discutiendo el Brexit, no previeron la guerra de Ucrania. Mientras China observa y espera, Putin juega en la ruleta política a rojo y negro, a pares y nones.

Pensando en todo ese quilombo, me senté junto a un vendedor de flores, de una antigüedad parecida a la mía, que lo primero que hizo fue ofrecerme agua fría. Con un look original y una flor en la mano, piropeaba a toda mujer que pasaba por la calle. Sola o acompañada, le daba igual. No sé lo que decía, pero por las sonrisas y algún risueño comentario que le devolvían las señoritas, y las propinas que le dejaban los caballeros aun sin comprarle, me imaginé poéticos versos. Estuve a punto de advertirle que en España podría ser denunciado por acoso. Pero así son lo libaneses. Educados, respetuosos, pero sobre todo simpáticos y alegres. A pesar de los siete mil años que llevan recibiendo palos de todos lados.

Caminar por las calles de Beirut es alucinante. Un moderno y resplandeciente edificio se encuentra junto a otro, también de más de 10 plantas pero completamente abandonado, con los cristales rotos y marcas de metralla.

Y como si fuera poco la guerra civil, la explosión de un depósito químico en el puerto barrió decenas de inmuebles. Llevaba una lista de lugares para visitar en el centro histórico, pero no pude. Está totalmente vallado, con todas las calles de acceso bloqueadas por muros de hormigón como los que cayeron en Berlín hace décadas, protegidos a su vez con alambre de espino o concertinas. Lo han deshabitado. El motivo de esta incomprensible exclusión es que en el centro del perímetro amurallado se encuentra el Parlamento, y sus señorías temen que los pacíficos libaneses cansados de tanta corrupción, se les ocurra molestarlos. Cerrado el centro, se acabaron las manifestaciones.

Como dije al principio, no vi nada nuevo. Solamente unas impresionantes ruinas prehistóricas, fenicias, greco-romanas, bizantinas y de las cruzadas, junto a caravansares, mezquitas y hammanes omeyas insertados en animados zocos populares, a lo largo de la costa (Trípoli, Beirut, Sidón y Tiro).

Y las monumentales ruinas romanas de Baalbeck, muy bien conservadas. Recorrí la ciudad de Byblos, la más antigua de la bumanidad dicen, ya que lleva siete milenios ocupada permanente por la raza bípeda. Hay desde ruinas neolíticas a todo lo que vino después. Y en un rato de paz los bibliotecos se inventaron el primer alfabeto que se difundió por todo el mundo occidental, del que derivan los actuales, y sin contar con redes sociales. A remo, velas e infantería.

Caminé pisando nieve en dos reservas de sus famosos cedros que sobrevivieron a milenios de tala, y por unas ruinas omeyas, en el medio de una importante colonia de armenios (antiguos refugiados). Entré en suntuosos palacios y modestos conventos. También visité una maravillosa y amplia gruta cárstica, el sorprendente museo del poeta Khalil Gibran, la gruta donde pernoctó Jesús con su madre después del milagro del vino, un espectacular castillo de los cruzados que estuvo ocupado durante años por Israel, y desde el cual se pueden observar los asentamientos de colonos protegidos por altos muros, y el "Museo de la Resistencia" del Partido de Dios (Hezbolá), construido con fondos iraníes, donde se observan misiles, drones, trincheras y una película que exalta a los mártires. Nada más que eso.

Como fieles descendientes de fenicios, los libaneses se han distribuido por todo el mundo. Como dirían en mi actual barrio, hay una pechá distribuidos por los cinco continentes. Estos emigrados se han ocupado de reconstruir una pequeña población pesquera destruida durante la guerra civil, que conserva una interesante muralla fenicia, con el fin de establecer un museo de la diáspora, y donde las comunidades residentes en Estados Unidos, Brasil, Australia, Rusia y África han adquirido y rehabilitado un edificio alrededor de una típica plaza. Los libaneses de Argentina aún están tratando de juntar los mangos suficientes para acoplarse al proyecto. Me sorprendí al ver una moto con la bandera argentina, y a un par de jóvenes en la calle chupando de una bombilla. Cuando le pregunté qué era, me respondieron MA-TE. ¡Les vendimos el mate a los fenicios! ¡Somos unos cracks!

Estaba sentado en un capitel griego, apoyado en una pared que los cruzados levantaron reciclando templos romanos y junto a restos neolíticos, mirando el Mediterráneo y recordando las imágenes que había visto la noche anterior en la tele del hotel, cuando mi mujer me preguntó qué pensaba.

- Siete mil años al pedo. Estamos como cuando empezamos, regresando siempre a la casilla de salida.

Andrés Montesanto, viajero, que repasó en una semana siete mil años de civilización, y se imaginó el futuro que podría esperarle a sus nietos.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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