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En el calabozo (Curitiba, Brasil, 1968)

jueves, 14 de abril de 2022
Antonio llegó a Curitiba casi de noche, así que decidió buscar alojamiento. Como lo dejaron cerca de la comisaría, ahí fue a parar:

Soy un estudiante argentino que está viajando por Brasil y no tengo donde dormir -Se presentó y puso la documentación encima de la mesa.

Se empezaron a mirar los canas, no debían recibir muy frecuentemente peticiones de este tipo. Consultaron al oficial, el que hizo una seña con la cabeza en dirección opuesta a la puerta. Le dijeron que los documentos que había entregado se los devolverían a la mañana siguiente al marcharse. Le pidieron el bolso, el cinturón y le señalaron los pies, cuando vieron sus alpargatas se conformaron con lo que ya tenían.

Lo llevaron por un pasillo medio tenebroso hacia el interior del edificio. Atrás suyo venía un policía con un colchón mugriento bajo el brazo. Abrieron una puerta totalmente metálica con una pequeña ventanita cruzada por barrotes. La cerradura era como las de los calabozos de las cárceles. Era la entrada de los calabozos.

Pasando la puerta había un pasillo de un metro de ancho, donde daban tres o cuatro puertas totalmente de rejas, detrás de la cuales se veían algunas personas sentadas o acostadas en el suelo. Los canas tendieron el colchón y por sus gestos comprendió que ahí iba a pasar la noche. Cayó frito.

Estaba soñando participar en una manifestación en el medio de mucha gente que gritaba y lo empujaba. Abrió un ojo y vio unos tacos altos, con un pie adentro, seguía una pierna convertida en una flor de gamba uniéndose a su gemela en un soberano culo. Y había más tacos altos, más gambas con medias corridas de cabaret, corpiños que se esforzaban en sostener tetas sudorosas, y en el medio unos mamados. Todos gritando, todos tratando de impedir que cerraran la puerta metálica. No sabía cómo no lo pisotearon. Seguramente lo tomaron por algún chupado VIP por el colchón asignado y lo esquivaron.

Se sentó y trató de entender qué carajo estaba pasando, hasta que se volvió a abrir la puerta e inyectaron más gente. Putas y mamados, en partes iguales. Imaginó un montón de canas limpiando las calles por algún motivo y, debido a la beligerancia del personal admitido, los policías decidieron dejarlos en el pasillo, saltándose las normas mínimas del protocolo al olvidar que ese espacio estaba ocupado por un turista extranjero. En otras circunstancias esto hubiera generado un conflicto diplomático.

Se paró y empezó a gritar para que lo dejaran pasar, porque los efluvios alcohólicos lo estaban mareando y antes que llegaran los vómitos sería conveniente buscar aire fresco. Al escuchar su acento el respetable público se dio cuenta que no pertenecía a sus cofradías, una mina dijo algo como "dejen al rapaz", otra se conmovió y a fuerza de meter codazos lo ayudó a arrimarse a la puerta. No llegaba a la ventanita, así que en puntas de pie miró a los botones de guardia y no reconoció a ninguno. Qué mala suerte, habían cambiado de guardia, así que por más que gritaba y quería explicar su situación, se partían de risa y comentaban qué acento tan gracioso tiene ese borracho encanado. Será tan grande el pedo que hasta parece que habla en otro idioma.

Agarrado a la reja y haciendo señas como el penado catorce, se empezó a desesperar. Afuera, los canas lo miraban y se reían, adentro, el personal selecto transformado en una masa ondulante y quilombera amenazaba con engullirlo.

Empezó a hacer gestos señalando la puerta de salida, gritaba "eu no sou d'aquí" y los uniformados arrancaron a tararear una samba muy conocida que comenzaba con esa frase. Felizmente uno de los canas reconoció el acento, se acercó a la reja, escuchó el reclamo y vio sus señas. Trajo el bolso, los documentos y preguntó si eran los suyos. ¡Uff!, lo dejaron salir, qué alivio sentir el aire fresco en la cara. Qué linda la libertad. Había sido su primera noche entre rejas.

Andrés Montesanto Fragmento de "Buscando a Elena".
Montesanto, Andrés
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