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Darla con queso

viernes, 01 de abril de 2022
A pesar de la herencia romana en relación a la cocina y tecnología de los alimentos, incluyendo su conservación, como la Re coquinaria de Gavio Apicio -léase del latín, sobre materia de cocina-, en la Edad Media, vinos como Burdeos adquirieron fama, no por su excelencia y calidad, sino por la distribución fluvial que permitía una rápida entrega al comprador, quien lo recibía preservado en correctas condiciones. No sucedía igual con el resto de caldos, expuestos a descomposición acética, esto es, a transformarse en vinagre, como era el caso de los manchegos, ya por aquel entonces dotados de cuerpo.

Para minimizar las pérdidas, aquellos vinateros agasajaban primero al cliente con un recio queso castellano, de esos de sabor tan fuerte que inhabilitaba el paladar para comprobar luego la calidad del mosto. A esta operación se la conoció por "darla con queso", que no es sino dar algo de menor calidad de lo esperado sin que el interesado se dé cuenta de ello. O dicho de otro modo, dar gato por liebre. Todo esto podría calificarse como falacia, que por definición no es otra cosa que un engaño, fraude o mentira, pero que por la complejidad que puede llegar a adquirir puede costar tanto identificar como dejar una larga estela. Tal es el caso de las falacias argumentales, que exponen al destinatario a ser manipulado. Aunque no siempre se proponen de manera deliberada, salvo excepciones, las falacias se estructuran y elaboran para conseguir imponer una premisa que, de basarse en la verdad, nunca sería aceptada.

Para el caso en cuestión resultaría útil revisar dos tipos de falacia, la del punto medio y la de la falsa dicotomía. La primera busca mediar entre dos extremos, de modo que si dos personas difieren en un criterio, se busca un término medio. Así, dos vecinos del mismo edificio discuten argumentando uno que llueve y el otro que no. Intentando mediar en el conflicto, un tercer vecino establece un término medio para contentar a ambos, que llueve a ratos. Pero la verdad es que no puede llover y al mismo tiempo no, por lo tanto, si el caso es que no llueve, es igual de falaz el que lo sostiene como el que afirma que llueve a ratos. Ambas posturas serían una mentira.

Pero la falacia de la falsa dicotomía es aún más interesante, siendo ampliamente utilizada en política, cuya base es presentar dos únicas alternativas posibles, como si no existiera ninguna más cuando sí la hay, obligando al interlocutor a tomar una postura bajo la premisa de que la opuesta sería contraria a los valores sociales, morales o éticos, cuando en realidad no es tal, asegurándose la lealtad injustificada a un partido, causa o conducta que sería reprochable.

La falacia da como resultado la falencia, que más allá del engaño constituye un error, y así es como se plantea el asunto con el que el Presidente del Ejecutivo pretende dársela con queso a la opinión pública en relación al conflicto del Sahara, y es que de igual modo que el ilustre Nobel Camilo José Cela sostenía que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo, tampoco lo es un referéndum de autonomía frente a uno de autodeterminación.

He ahí el asunto, porque el mandato de descolonización de la ONU, que España lleva eludiendo décadas, establece que es el pueblo saharahui y no el marroquí quien debe decidir el futuro del Sahara, por más que Pedro Sánchez sugiera una predisposición a succionarle el bálano a Mohamed VI, cuya codicia por poseer territorios postergados no tiene límites. Claro que Sánchez puede aludir a las nuevas relaciones hispano marroquíes desde una visión de Estados modernos, pero dejando al margen que dando la mano, Marruecos quiera todo el brazo, otorgarle territorios medievales llevará a que luego exija Ceuta, Melilla, Canarias, Las Chafarinas, el Peñón de Vélez de la Gomera y el resto de plazas de soberanía española, una reivindicación absolutamente trasnochada. ¿Acaso siendo un Estado moderno demanda España el dominio de América o Guinea Ecuatorial? Porque llegados a ese punto, quién podrá negar a Italia el derecho sobre todos los países que baña el Mediterráneo, invocando el pretérito Mare Nostrum.
Mosquera Paans, Miguel
Mosquera Paans, Miguel


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