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Con un beso en la memoria

viernes, 01 de abril de 2022
A mis padres, in memoriam.

Los mayores corremos por los caminos del río de la vida, cual hojas secas y, agarrándonos a los meandros o ramas de la medicina, subsistimos con la ilusión de que el mar, que llaman Más Allá, nos espere sin prisa. Y en ese peregrinaje muchos somos los emigrantes que un día abandonamos nuestro lugar de origen y marchamos por los vericuetos de la vida en busca de satisfacer nuestras ansías vitales. Mas, cuando el árbol ya cumplió su misión y regaló sus frutos, sus hojas se marchitan y el cansancio troca la savia en piel ajada y, si la fortuna nos sonríe, regresamos a nuestros pueblos de origen y volvemos como la canción de Gardel: "Con la frente marchita y las nieves del tiempo platearon mi sien". Y confirmamos que es un soplo la vida y que cincuenta años se fuman en una calada, se puede observar que cayeron, cual pétalos de rosas, y sin pudor rompieron los calendarios en el bregar por la vida y la lucha por los sueños. Y, si jubilosamente ya gozamos del descanso, estrujamos las horas para reavivar la amistad y saborear el néctar de los recuerdos.

Allá queda la partida, escondida entre el amor y el dolor de la memoria de un ayer que dicen lejano, pero todavía vivo y muy sangrante. Son imágenes que no borran el tiempo, ni el placer ni la distancia. Allá quedaron los dolores de los que sufren despedidas y allá van las golondrinas, que necesitaban su nuevo nido, y hartas de soñar sin esperanza, de vivir en la miseria, hastiadas de nubarrones sin futuro, huyeron, quizás para entender el dolor que supone la partida. Corazones rotos por la vida. Allá quedó todo lo que un hombre ama y, ligero de equipaje que diría Machado, cada cual marcha tras el Edén que ofrece la fantasía. Allá, clavados en las almas, quedaron los abrazos y los besos, siempre escasos, grabados a fuego en el centro del corazón; abrazos y besos que hablan y recuerdan la tristeza de la marcha, con su dolor y aquel sabor amargo y ácido de las lágrimas. Cada cual conoce su sufrimiento y la hiel tragada. Y quizás también nota como las lágrimas aran sus corazones con surcos del desarraigo de la despedida. Y, siendo un sufrimiento compartido con padres y seres queridos, y aunque el dolor no encuentre reposo, las golondrinas cumplen con su trabajo y la obligación de volar. Se nace con un compromiso de ser eco de los sueños y ser fiel y digno hijo del pozo del amor heredado. Y brota de nuevo un abrazo inmenso, aunque ya sea en la distancia... Habiendo nacido el hombre para amar, jamás debiera sentir el dolor de las despedidas. Porque el corazón se acelera, se aja, rompe, encallece y parece morirse.

El emigrante, derrotado por la tristeza y la necesidad de su vida, camina cual Quijote a la aventura, y si no encuentra malandrines, siempre están ahí, esperando al pájaro, cazadores, y tras la caída, las hienas y fauna variopinta siempre abunda dispuesta a la depredación sin el más mínimo rubor. La nueva vida es un matadero ajeno y la incertidumbre un nuevo reto. Más la fuerza de la vida se agarra a ella y se suben cuestas, se hace el camino, siempre Machado, y la ilusión se convierte en herramienta y la senda en esperanza.

Ya en el destino, la golondrina, sin otra arma que su lucha, busca abrevadero y trabaja, entre sueños y reproches, entre nuevas lágrimas e incertidumbre, y se aferra a la vida y nota como su fuerza crece para llegar a la meta de ser útil para el porvenir, para la generosidad y el sacrificio, para subir la cuesta del camino, para sonreír al sudor y encontrar su grial personal, siempre con la meta de ser un digno hijo. Y, aunque aquella ilusión lo haya arrojado por la catarata de la vida hacia un porvenir ignoto, las raíces y los valores, que cada cual tiene los suyos, no sólo permanecen, sino que van hincados en el alma, como el clavo de Rosalía. Sueña con apagar penas y pescar flores para llevarlas al cementerio de sus amores, es decir, al “Jardín de los recuerdos”.

Y también, cual hormigas, cada uno anda su camino, mientras el azar juega con nosotros en el laberinto de las oportunidades. Personas hay que, como las moscas, acuden al panal de rica miel y hasta pueden morir de indigestión o avaricia; pero la mayoría, menos ávidas de tesoros y honores, busca el camino, cual sabueso, con sus tropezones y rosas; con sus apuros y sus alivios; se esfuerza y se adapta a las circunstancias, ajeno a convenciones sociales, tan absurdas como dañinas.

La vida es un camino angosto y un libro de filosofía. Un continuo pisar charcos, descubrir lugares, gente y compartir afectos... y hasta amores. Las muelas del molino de la vida trabajan y cada uno piensa en la familia y los amigos y, mientras la primera siempre está ahí con sus virtudes y defectos, los amigos auténticos se mantienen, nacen otros nuevos, alguno hay que se cimbrea como los juncos, otros se enfrían con el tiempo, otros se pierden por los caminos. Muchos, sin despedirse y sin permiso, reposan, casi siempre sin ganas, en ese “Jardín de los recuerdos” dispuestos a no escuchar jamás el tic tac del reloj. Impertérrito es el tiempo y realiza su función de poda sin rubor alguno. También los lazos de amistad se desvanecen y el dolor de las ausencias se enquista. El alma no se sabe si hace callos, quizás sea un pedernal que endurece con los golpes.

Mientras, en las tierras de promisión, la vida lee nuevos capítulos que hablan de otras gentes, otros mundos, otras ideas e, irremediablemente, se confrontan. Y de la subjetividad de los afectos, surge la objetividad de lo racional; de la vehemencia de comprensión de lo propio, surge el aplomo que regala una visión distinta. Son transformaciones lógicas, fruto de la diversidad, y en cada uno nacen nuevas ópticas vitales; porque pasamos página y la vida camina con sus cambios y modos de verla y se revisan los principios como tolerancia, comprensión, respeto...Nuevos horizontes abren la mente y colocan al individuo en otras situaciones que relativizan ideas previas. Nada hay de renuncia de lo amado, pero quizás la distancia, eduque y amanse la pasión chovinista de nuestra juventud.

Y en este peregrinar es muy de agradecer el cayado, el reposo del guerrero, el pañuelo que limpia el sudor de la Verónica, el freno que amarra el caballo desbocado... Esa compañía que siempre nos quiere, que nos lleva de la mano, que nos regaña, que vive con nosotros nuestros desvelos. Si, en esta vida nada es eterno, excepto el amor que vive en el corazón. Y cada cual sabe como está el suyo.

La vida está hecha de luces y sombras, de rosas y espinas, de cantidad de errores cotidianos y cuya reparación nos engrandece, de gente que camina a nuestro lado y deja a su paso paso aromas de amistad o posos de resaca. Quizás nuestro paso también actúe de la misma manera. Cuando emigramos, somos como las plantas y los animales y nos adaptamos al medio y así vuelve a florecer la sonrisa.

El hombre ama, esté donde esté y torpe es exigir que no amemos al lugar de acogida. Muy al contrario. Si algún reproche pudiere haber, el tiempo amortigua el dolor, es sentirse ser trasplantado. Y aquel dolor de tristeza, de incomprensión, de cansancio vital que en nuestra juventud nos avocó a la distancia, recupera en la tierra de promisión, la grandeza del corazón para la confianza, la solidaridad... Entonces el hombre siente al nuevo amigo cireneo que le abraza, y aprende de él, y trata de encender las estrellas de la noche para limpiar en otros la dureza del sudor y el cansancio. Y con sus desvelos e ilusiones, ve madrugar a los lirios para rezar una oración religiosa o laica. No, no es racista la oración, ni tiene normas. Ni un dios único ni moldeable. Es un canto desesperado en pos de la esperanza. Y así se reza en todas partes.

La suerte es casquivana, esquiva a veces, y dulce otras. Entonces, es cuando la constancia aprieta y la necesidad empuja con energía. Nada es gratis en el mundo de la codicia. Sólo el amor se salva de los buitres, carroñeros ellos, aprietan, exprimen, estrujan, ahoga sin piedad. Si, también hay entre estas hormigas, reinas como las abejas, y... zánganos reales. La fauna todavía es variopinta.

Pero la vida es ese libro que se hace viejo de leerlo cada día y que conviene diseccionar con la diligencia de un cirujano para descubrir en el horizonte la ilusión o la esperanza.

El tiempo es un martillo pilón que machaca, en su impasible yunque, todo lo que encuentra a su paso y hasta al duro acero troca en chatarra. Nadie se libra del machaque constante del trabajo y de desgaste de la vida y entonces comprensible es sentirse hoja entre la hojarasca del otoño y percibir el rumor de la corriente del río. Además es irremediable. No importa. El tiempo nunca se jubila. Y si el río lleva las hojas, a algunas las perdemos en la orilla.

Y también, si alguien tiene la fortuna de volver allí, a su patria amada, debiera saber Rilke que a la infancia no se vuelve, y si regresa a sus orígenes como dice la canción, trabajo nada fácil, encontrará casi vacío el arcón de los amores. Es entonces cuando busca en el cementerio, “ En el jardín de los recuerdos”, el abrazo añorado de sus seres queridos. Y su sensibilidad evoca la canción: “Acuden a mi mente recuerdos de otros tiempos”... Y se siente poeta, pintor, músico ... Entonces, sin otras herramientas que su trabajo e ilusión, decora el firmamento situando a cada ser querido en el decorado del misterio del universo. De su imaginación surge el color rojo de la sangre, los ocres del otoño, los negros del dolor, los grises del anonimato, el azul del mar, el blanco de la inocencia, el marrón de la codicia, el amarillo de la luz, el verde de la esperanza, las flores del jardín, los lapislázulis del amanecer, los naranjas del ocaso, el brillo de las lágrimas.. Y crea. Y comprende que el otoño es la estación de la melancolía y la memoria, el invierno de la tristeza y la monotonía, la primavera de la luz y la esperanza y el verano de la alegría y la fiesta.

En esa inmensidad se oye el tilin de las estrellas. La música jubilar, quizás sea una sinfonía con acordes de sirenas y sueños tejidos por viejos orfebres del amor. Es posible que el arco del violín baile un vals al ritmo de la suave mano del músico, o el piano “piano” acaricie una “furtiva lácrima”escapada del alma, o una gaita suspire un beso para el corazón. Siempre suave, muy suave...que no altere la paz del entorno y acaricie con inmensa ternura tanto ser querido.

Los niños, siempre desde casa, repartiendo al aire el mua mua de la inocencia para jugar con sus abuelos al corro de la risa. Será un corro de alegrías. Y del Jardín saldrán los pajarillos para cantar también con nosotros un nuevo himno de la Paz. Hoy la vida la pide para Ucrania. Me niego a llamar al asesino ser humano. La Tierra siempre necesita cosechas de paz y buena gente.

Y, cuando la ensoñación termine, ya camino del hormiguero, el hombre quizás haga balance y se sienta satisfecho porque el trabajo, el esfuerzo, la generosidad, la solidaridad, la lucha por el bienestar general... valen la .pena. También sabrá, lo que supo siempre y olvidó quizás todos los días, que el dinero es sólo una herramienta para la vida y el culpable de la injusticia social. Quizás también se dé cuenta de que los momentos más felices siempre son los actos de generosidad. Que los años te educan para hacerte cada día más familiar de la muerte. Y desparece el miedo, aunque sea incierto el futuro. Felices los que trabajan para el bien y sueñan con un cielo. Otros hay que lo que sólo creen que la vida es sencillamente en un camino sin retorno; cierto es que el Cielo o Más allá no se sabe donde están, aunque se suponga que la bondad aportada en vida, sirva para comprar indicadores de su destino.

Y después de estas cuitas de ensoñación, y de regreso a donde la vida lo lleve, comprende que el tiempo manchó con café las fotos de la memoria y que ésta está plagada de charcos, lagunas y silencios. Todo es distinto: cambió el entorno, se observa el deterioro y se sufre el abandono. Y si el tiempo lo va ajando todo, también su paso abrió nuevos horizontes de mejora. No, no son horas de reproche. Cada cual sabe de su labor. Cada pueblo tiene lo que merece y el fruto de los esfuerzos de su ciudadanía. Si lo asedian buitres disfrazados de alcaldes y saquean, ganan elecciones y montan cambalaches, siempre cabe la movilización ciudadana. Lo malo es la apatía y la desidia. La buena gente, anónima, humilde, callada, terriblemente callada, acobardada, temerosa, conoce la trágica realidad de la vida y sufre el envite de ladrones y usureros. Huya el hombre de predicadores y utilice libros y su cerebro. Sobran mitineros de taberna ahora que los púlpitos son ahora otros trastos viejos. También cabe la posibilidad, permítaseme la ironía, de dedicarse a la botánica del universo y perder la realidad tangible. La Historia tiene mala memoria. Escribí ya muchas veces: “Y los historiadores, muñecos parlanchines semidioses, maquillan a las rosas sin piedad”.

Hay muchas maneras de morir, una es de cansancio, otra de indolencia y también de pena. Y la pena va pesando. Quizás el corazón note las canas.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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