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Sobre leches, feminismo e inmigración

jueves, 10 de marzo de 2022
En un programa de actualidad y humor, el conocido presentador, leyendo el guión de un redactor que todavía no se anima a dejar la leche infantil, exigía el mismo trato que la Unión Europea da a las mujeres y niños ucranianos, para los subsaharianos que saltan la valla fronteriza. Los primeros huyen desesperados de la guerra putiniana, mientras que los jóvenes y agresivos varones subsaharianos, con garfios en las manos, piedras y aerosoles, agreden a los policías y guardias civiles que tratan de hacer cumplir la ley. Estos huyen de otras cosas, quizás de la responsabilidad.

Como si no fuera exorbitante el premio que reciben con solo pisar el suelo español, saltándose la ley y atacando a los guardias. Amparándolos el Estado en vez de ejecutar lo lógico, que sería la expulsión inmediata. En Cuba, Rusia, o China, con solo salir con un cartel a la calle, te encarcelan y te muelen a palos, pero en España un infractor y agresor es recibido como si de un refugiado político se tratara. Vaya buenismo. ¿De qué marca será la leche con la que se alimentan los guionistas del programa?

Porque hace tiempo, yo recuerdo que los bares y ciertos locales lucían un cartel en la puerta que ponía: La empresa se reserva el derecho de admisión.

Es lógico. Las cerraduras se inventaron para poder hacer lo mismo en nuestros hogares. Y los países guardan sus fronteras con policías y aduanas por la misma razón. Pero ciertos imberbes e imberbas consideran que las fronteras de Europa deberían desaparecer y dejar entrar a TODOS los que le apetezca vivir en ella, o mejor, de ella.

Esta semana se celebró el Día de la Mujer, cosa ridícula, porque todos los días son de las mujeres, ya que conforman la base de la sociedad y a las que todos los hombres les debemos, cuando menos, la vida. Y algunas imberbas levantaron un poquito la mirada del ombligo y descubrieron que la inmensa mayoría de las personas adultas que huyen de la guerra putiniana son también mujeres. Y me decepcionaron porque no fueron capaces de pedir la igualdad para ellas, es decir, que volvieran al frente a enfrentarse a los rusos, codo con codo con los hombres, con el mismo sueldo y la misma responsabilidad. Por lo visto, todas esas madres y abuelas tienen otras prioridades que las manifestantes. Tampoco oí ninguna voz que recordara la situación de la mujeres africanas, las madres, abuelas, hermanas y novias de los atléticos muchachos saltarines, abandonadas por ellos y cada vez más solas.

He visto innumerables entrevistas a menores no acompañados (varones todos, las feministas no reclaman por las niñas), que son recibidos en casa de acogidas en vez de ser devueltos a sus padres, y se los enaltece por el deseo de tener una vida fantasiosa. Porque cualquier persona sensata sabe que es infinitamente mejor que esos menores maduren en el seno de su familia y en su entorno, por más pobre que sea, y no termine vagabundeando en las peligrosas calles de una ciudad rica y fría.

En el barrio donde vivo reside una numerosa colectividad ucraniana. Son educados, trabajadores, respetuosos y se han integrado totalmente a la sociedad española. El CEO de esta guerra, en su obsesión por destruir un país, está ofreciendo un envidiable regalo a algunos países de Europa, la inmigración ucraniana.

Andrés Montesanto, inmigrante y amante de las mujeres, bebe leche desnatada.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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