Este era el comienzo de una redacción de tono moral y crítico escrita y por una alumna muy letrada, perteneciente al curso superior de aquel bachillerato que cursábamos los del 68 a lo largo de la primera mitad de los 60, poco antes de los años rebeldes que habrían de venir.
-"¿Qué es tópico?", me preguntó una de las niñas más pequeñas del cole que tenía a mi lado. Y yo, más mayor y algo más versada, pero no demasiado, pude contestarle más o menos:
- "Pues lo más repetido y superficial, lo que nos han dicho toda la vida que es, pero que en realidad no es exactamente así: el modelo tópico de la Navidad es el de que todo es felicidad y todos son felices. Las zambombas, los turrones, los villancicos, los regalos dan apariencia de alegría, lo que creemos que son estas fiestas de Pascua para todos, pero eso lo disfrutamos sólo unos pocos. Pero, en realidad, hay muchos, muchísimos pobres que no tienen ni turrón duro para alegrarse, ni una peseta, ni calefacción, mientras nosotros nos ponemos las botas y no les damos nada, sólo alguna limosna por caridad, que se les acaba enseguida". Servidora empezaba a tener una cierta conciencia de que la caridad era pan para hoy y hambre para mañana: nuestras conciencias comenzaban a despegar lentamente del imaginario navideño más tradicional.
Mi contestación no era totalmente correcta, dado mi adolescente conocimiento y escasa
retórica. Hoy hubiera consultado internet y le respondería según la sexta acepción de la RAE:
"Tópico: lugar común que la retórica antigua convirtió en fórmulas o clichés fijos en esquemas formales o conceptuales de que se sirvieron los escritores con frecuencia". Con la que la pequeña quedaría conforme, pues hoy a los ignorantes hay que contestarles por internet, si no te descalifican inmediatamente con esa terrible frase: "Eso no es lo que pone internet".
Pero volviendo a lo que estábamos... Estos días pasados de la segunda Navidad pandémica, la del 2021, recordé aquella velada colegial de 1963 y me dije: estas sí que son Navidades, pero sin tópico: turrón sí; asados también; belenes pocos; reuniones gastronómicas familiares numerosas sólo las clandestinas, como las del despeluchado Johnson... pero contagios de omicron y test de antígenos a mogollón: ¡Esto sí que no es tópico!".
Desde aquellos años sesenta hemos ido asimilando la navidad global: la del árbol, la de
Papá Noel, hasta la del "panettone" italiano compitiendo con los roscones nuestros. Y la de los ricos haciendo turismo a cálidos y exóticos destinos, como las Seychelles, Maldivas, Sri Lanka, Tailandia, Costa Rica, Brasil, escapando de los típicos paisajes nevados en los belenes, del frio y de las tensiones familiares, álgidas en las grandes comidas alegres y melancólicas.
Pero, ahora, esta apestosa cara de la globalidad que no da tregua -ni en la Navidad- es intragable. Y como ya llevamos dos fiestas atípicas, no será raro que cuando termine la peste volvamos a aquellas típicas de antaño", las de "Plácido"(1961), la gran película navideña de Berlanga, que iba preparando la crítica de nuestra generación a la hipocresía de aquellas navidades tópicas.
