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Cuento para Navidad

martes, 28 de diciembre de 2021
Hay un faro en una Isla. Empezó por darse a conocer en 1864. De tierra a mar, de tierra a tierra. Cinco haces luminosos que son el mensaje del vigía para los mareantes. Pero también en noches oscuras, a modo de ronda, para callejones, cercas y ventanas. Desde entonces no ha faltado nunca para esa Noche mágica. Puede que le haya acompañado a la estrella que llevó a tres reyes hasta un portal en Belén.

El tronco del faro era de piedra. Canteros habían elegido pada pieza entre las rocas que baña la mar viva. Luego, las pulieron para que se acoplaran entre ellas. Eran el sustento de una linterna. Y cada puesta de sol, de tal, salían aquellos haces lumínicos buscando horizontes. Cada uno con su propio misterio. Cada cual con un mensaje originario.

Uno de ellos entra por la ventana del edificio que habita en Cubelas. Dónde al amanecer se asoma el sol, y al atardecer cuando el faro comienza su cadencia lumínica, se puede ver la sombra de una mujer, que más tarde dará un paseo por la orilla, descalza, con su melena suelta jugando con la brisa del nordeste. Los que conocen su existencia, cuentan que saltó de un ballenero, cuando el surgidero estaba por aquellos pagos. Era la sacerdotisa del templo marino dónde se guarda el fuego de San Telmo.

Otro, mucho más circunspecto, ilumina el domicilio de una camarada cuya tarjeta navideña anuncia los siguientes cargos: Primer teniente alcalde del Concello de Cervo, Delegada de Hacienda, Educación, Cultura y Patrimonio. Algo así como "san dios" o el Espíritu Santo. Lástima que al solicitar profesión, estudios y oficio, sólo comparezca que logró terminar el bachillerato. ¿Entonces, que pasa?. Pues muy sencillo. Que los cargos de confianza, imprimen carácter, sabiduría o ciencia infusa.

También hubo un tabernáculo dedicado a o vento mareiro. Era algo así como almacén de almas perdidas. Por allí pululaba "cara de piña", doña Rogelia fumando en boquilla, la notaria del estropajo, "damas da lúa y ni ne ni mes". Funcionaba para sacar de dentro hacia fuera la España cañí de la copla y la peineta, la pluma y el gorrión, pero sobre todo las confesiones públicas de amores y desamores a inventario para chismorreo en la cueva del congrio.

El cuanto haz, tras pasearse por las playas, iluminó un edificio que recordaba al Titanic. Situado entre el San Ciprián dónde vivieron aquellos patrones de veleros y el nuevo con sabor a sidra y bollos preñados. Era una especie de ciudadela con dos estirpes convecinas. Gentes que habían pasado por la Universidad y desempeñado actividades que dejaron huellas por doquier, y restos a modo de espurraja llegada para ser los conquistadores del aluminio. Eran los invasores que pretendían escribir la historia de un viejo e histórico puerto Cantábrico. Por eso adoraban a una sirena que cada agosto provocaba una bacanal como aquellas de la Roma decadente que un emperador ignorante, Nerón, incendió para terminar con el glorioso pasado de la ciudad eterna, y crear una comunidad decadente.

El último de la serie, trató de encontrar aquellos salones. Primero el Miramar, luego el de Clotilde , por fin el de Carolina. Habían desaparecido. Se detuvo en un inmueble con un cartel que anunciaba CIT. Por las ventanas se podía escuchar acentos astures, cazurros y de la Extremadura perdida. El barrio se corresponde con el poblado que les construyeron a bajo precio, mal gusto y escasa calidad, para los operarios de la bauxita. Aquellas conversaciones propias de los patios de vecinos en barriadas del Madrid, Bilbao o Barcelona, dónde se aposentaron los movimientos migratorios, se estaban dando. Había quien quería denunciar ante el "señor costas" el ruido infernal" de las mareas, que le impedía conciliar el sueño para descansar antes de acudir en jornada matinal a la sección de las cubas para electrolisis. A trasvés del haz llegaba al faro de la Atalaya todas estas vicisitudes. El "genio del faro" de inmediato retiró el haz lumínico del CIT.

El viejo faro le dijo a la torre que le sustituyó para dar señal al puerto bauxitero. "casi prefiero dejarte a ti que hagas las misiones de vigía, yo me hice viejo, y no estoy dispuesto a cambiar mis vivencias de antaño. Ojos que no ven, o haces que no llegan, corazón que no siente ni padece". Y así fue como el viejo faro apagó su linterna por siempre jamás...
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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