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Paseo barroco en nuestro Museo

viernes, 24 de diciembre de 2021
En nuestro Museo Provincial, en su claustro, me encuentro con hermosos exponentes de nuestro barroco hecho granito, esa piedra dura, a la que los canteros supieron trabajar como si fuese blanda y obediente. Lo de obediente, sabemos que es cualidad que el granito solo muestra cuando encuentra quien le mande como tiene que ser.

Yo diría que en este claustro queda poco barroco, todo del siglo XVIII. Puesto que Lugo era ciudad feudal, los restos que podemos encontrar son recuerdos de dos obispos, Izquierdo y Armañá, y de algunos señores de la nobleza local. Poco más, pero tampoco nada menos.

Nada más entrar en el claustro, nos encontramos con una amplia colección de relojes de sol. Siempre me detengo un buen rato a disfrutar contemplando esta colección. Relojes de pizarra, de muy diversos tamaños, algunos de pocos centímetros, nos muestran tallas geométricas, armónicas y atrevidas. Digo atrevidas porque la talla en pizarra siempre corre el riesgo de estropear el trabajo por saltar una esquirla. Pero allí está esta colección para disfrute de todos. Relojes de sol para pazos y casonas gallegas, ¿En qué lugares se pondrían para poder recibir los rayos del sol y, por tanto, dar la hora? En esos lugares de personas Paseo barroco en nuestro Museoacomodadas, acostumbradas a marcar el paso del tiempo, ¿importaba mucho lo que pudiese indicar un reloj? ¿Acaso su presencia no buscaba más que exponer la singularidad de los señores? No lo sé, a veces me lo pregunto.

Dejamos atrás esta colección y siguiendo mi paseo, desde lejos veo un gran escudo. Maravilla barroca. De familia noble local, hidalgos, no se escatimaron símbolos en él. Fuera de los múltiples cuarteles, que aún conservan policromía, encontramos banderas abatidas a ambos lados del yelmo. Luego, cayendo a lo largo del escudo propiamente dicho, racimos de frutos, como si se derramasen desde sendas cornucopias al más hermoso estilo compostelano. Los frutos caen del cielo y llegan como favores celestiales, regalo del Apóstol a su tierra de acogida.

En mitad de la misma pared, de procedencia desconocida y hecho en el siglo XIX, nos encontramos a un ángel con trompeta. La otra cara del barroco, Memento homo... la muerte. ¿Por qué en esa época se nos recuerda de modo tan insistente? Todos sabemos que hemos de morir, pero al barroco parece gustarle recordárnoslo constantemente. Incluso, con figuras e imágenes hermosas. Miro este ángel y pienso que esas trompetas no existen en Galicia, que son propias de países orientales, ¿quién le hablaría de ellas al anónimo escultor? También le debieron contar de los ángeles tocando las trompetas en el Apocalipsis. Todo eso lo vertió en su ángel que, por suerte, no desapareció y allí está, en aquella pared del Claustro recordándonos nuestra cita inexcusable.

Lo que más me llama la atención es el último escudo que encuentro en mi paseo por el Claustro. Corresponde al Obispo Armañá, con medallón adjunto. Justo es en el medallón, donde veo lo más genuino del barroco en este claustro. Ciertamente, el medallón nos habla del "episcopi ac domni lucensis" obispo y señor de los lucenses... y nos indica que se hizo en el año MDCCXXVI. La verdad es que todo eso poco me importa ahora. Hay algo en el conjunto que siempre me ha llamado la atención.

Toda esta leyenda está esculpida en un óvalo que pretende imitar una medalla. Y esa medalla quiere hacernos creer que está colgada de un clavo mediante un ligero lazo. Para que el viento, o lo que sea, no consiga que tal medallón caiga, el clavo se ha remachado dejándolo bien sujeto.

Y ese clavo doblado es lo que más me hace pensar en el barroco, el detalle en el que encuentro la exaltación de un estilo que quiso expresarse con lo exagerado como una norma más de belleza, aunque para hacerlo de modo coherente y eficaz, necesitase de nuestro consentimiento cómplice.

Yo me siento partícipe del sentir del escultor y aplaudo su atrevida idea. Invito a todos los que lo vean que hagan lo mismo, haciendo suya su concepto del arte. Tal vez durante un instante, puede que fugaz, veamos el barroco de un modo diferente.
Valadé del Río, Emilio
Valadé del Río, Emilio


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