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Historia de un encuestador (y 3)

jueves, 02 de diciembre de 2021
Antonio en el último año de la carrera se enteró que un laboratorio extranjero quería hacer una encuesta sobre analgésicos y se presentaron con Pablo. En el país se comercializaban varias aspirinas, la original de Bayer, otra de esa marca con cafeína, la Cafiaspirina, y otras dos, Mejoral y Geniol. Mejoral era conocida por el eslogan "mejor mejora mejoral" inventado por un sesudo publicista y Geniol por la cabeza de un pelado sonriendo llena de clavos y alfileres. Este laburó un poco más. Se trataba de evaluar la imagen de las distintas marcas en la opinión pública, así que se preguntaba ¿cuál conoce, cuál toma, cuál le gustaría, cuál recomendaría, cuál no tomaría nunca, cuál es el más efectivo, cuál tiene mejor sabor, cuál lleva encima, cuál probó, cuál no probaría nunca, cuál es mejor para la cabeza, para el estómago, para la menstruación, para el reuma? y un montón de preguntas más. Se insistía siempre comparando Mejoral con Geniol.

Al terminar el trabajo y charlando con el bioquímico responsable se enteraron de que tenían exactamente la misma fórmula y que las producían dos filiales del mismo laboratorio, cuyos directivos se mataban por robarle un cachito de mercado al otro. Ante la sorpresa de los estudiantes, les explicó que eso era muy bueno y que estimulaba la economía. Aunque, claro, se gastara un mogollón en publicidad que terminaba saliendo del bolsillo del pobre tipo con dolor de cabeza.

Meses después, y como en el laboratorio quedaron muy contentos con el dúo, se decidieron a poner en práctica un estudio que llevaba tiempo esperando porque no encontraban el personal adecuado. Un estudio sobre el uso y la opinión de médicos pediatras sobre un anabolizante en el que tenía muchas esperanzas la central de Estados Unidos. Tenían los informes de los visitadores médicos pero no se fiaban porque sabían que los facultativos les mentían mucho, para sacarles muestras y algún obsequio. Y ahí delante se les presentaba la oportunidad, dos jóvenes médicos recién egresados interesados en ganarse unos mangos para poder ir tirando ese verano. Fue una experiencia muy interesante.

El anabolizante en cuestión era un medicamento hormonal derivado de la testosterona que aumentaba el apetito, y también la masa muscular y los caracteres sexuales masculinos, provocando algunos efectos colaterales como la prematura calcificación de los cartílagos de crecimiento y el aumento de tamaño de los órganos sexuales. Traducido en lenguaje coloquial, si se lo daban a un pibe flaquito hijo de una madre obsesionada que acudía a la consulta porque "el nene no me come", el niño se convertiría en un enano, con voz de mamado y con una cosa envidiada hasta por su propio padre. Si era una nena podía pasar por varón en el teléfono, ganarse la vida como la mujer barbuda y usar el clítoris para sostener el bolso. Los jóvenes galenos, que al final de la jornada se comentaban sus experiencias, alucinaban.

Encontraban de todo, desde pediatras bien informados que consideraban una aberración que se estuvieran usando hormonas para aumentar el apetito en niños totalmente sanos, hasta uno que se lo había dado a su hijo y con el pulgar y el índice indicaba el tamaño de la herramienta. El laboratorio siguió con la promoción, auspiciando congresos y pagando viajes.
Fue en este laboratorio que conocieron a una secretaria, linda mina de pelo enrulado y con unos ojos verdes que mataban. Pero esto lo dejamos para los que lean el libro.

Fragmento de uno de los 54 capítulos de "Buscando a Elena", de Andrés Montesanto, médico, escultor y escritor de Málaga.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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