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Historia de un encuestador (1)

jueves, 18 de noviembre de 2021
El trabajo de encuestador consistía en dirigirse a una dirección determinada y completar las páginas de un cuestionario con las respuestas del ama de casa o del jefe de familia. Pagaban por encuesta terminada. Se apuntó y le entregaron unos ejemplares. Se trataba de informarse de qué bebidas de refrescos consumían, cuales les gustaban y por qué, el envase, el color, el sabor, la sensación en el gusto, si estaba bien de dulce, si las burbujas, el tapón, mejor fría, dos millones de preguntas y después, mostrar una decena de imágenes con una botella con copos de nieve, con un metro enroscado, con la cara de un chaval, con un melón abierto, con un vaso con hielo, con un sándwich de jamón o con papas fritas, para preguntar cuál le gustaba más. Si no se acordaba de la primera, vuelta a empezar, y después preguntar cuál de estas frases le gustaban más, y se enumeraban unos cuantos posibles eslóganes. Si no los recuerda los repetimos.

Unos días después, los que habían aguantado y respondido todas las preguntas recibían una caja de botellas de una bebida sin marca. Se les daba un tiempo para que las consumieran y ahí volvía Antonio con el boli en la mano a repetir exactamente toda la encuesta para que los sabios sociólogos estudien cómo modificaba el brebaje regalado la percepción del universo del encuestado. Gracias a tan sesudo estudio, al poco tiempo se lanzó al mercado una bebida con sabor a naranja, sin azúcar y con otro nombre. Fue un rotundo fracaso. Se vendieron menos botellas de las que regalaron.

Otra vez fue una marca de pinturas ¿qué color le gustaba para el dormitorio, por qué, para el salón, por qué, y la cucha del perro, por qué, a quién le gustaba más, por cuál la cambiaría, por cuál no la cambiaría, qué marca conoce, le suena alguna de éstas, vio la publicidad, dónde la vio, qué le gustó, qué le pareció la mina en short, y el perro juguetón, y el marido con cara de dormido, a quién le gustó más...? Los que diseñaban estos cuestionarios debían venir de Marte. ¿Qué ama de casa normal puede perder una hora en la mitad de la mañana para contestar una sarta de boludeces?

Antonio desarrolló una técnica personal, lo primero que le preguntaban antes de dejarse encuestar era cuánto duraba la encuesta, mentía, unos minutitos. Al primer soplido de la entrevistada, aplicaba la segunda velocidad, o sea, preguntas alternas. Al segundo soplido, ponía la tercera, mirando fijamente a la persona, nunca al papel, para adivinar cual sería la respuesta antes de perder tiempo esperándola (aprendió a escribir sin mirar). Cuando la atenta señora, cansada, empezaba a mirar donde había dejado la escoba, o pispeaba la cocina por si se le pasaba el arroz, metía la cuarta, iba directamente a las preguntas que orientaban el resto del bloque y después de resumir el largo enunciado en dos o tres palabras, le sugería rápidamente una respuesta que debido al cansancio y a la preocupación por las cosas pendientes, recordaría que fue ella la que lo dijo, por si le tocaba recibir días más tarde a un supervisor que le preguntaría si era cierto todo lo que dijo que el encuestador decía que dijo.

La práctica que da la experiencia lo había dotado de cierta intuición para saber el tiempo que podía tener apoyada en el marco de la puerta, con un repasador en una mano y la espumadera en la otra a la gentil señora. Había ocasiones que entraba en cuarta velocidad y en unos minutos tenía bosquejada la encuesta, a completar en el bus durante el viaje de vuelta. Un par de veces lo llamó la empleada que distribuía el trabajo y le dijo que una señora cuyos datos aparecían en una encuesta, no había respondido a ninguna pregunta porque estaba muy ocupada. Esa vez la encuesta la había completado en punto muerto. Pero debido a la cantidad de trabajo que les quitaba de encima, hacían la vista gorda, o a lo sumo le descontaban una encuesta.

Extracto del libro "Buscando a Elena", de Andrés Montesanto, médico, escultor y escritor de Málaga.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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