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El interruptor

domingo, 21 de noviembre de 2021
Haciendo algo de memoria basta recordar que los embalses que convirtieron a la Galicia de los diez mil ríos mencionada por don Álvaro Cunqueiro en el país de los diez mil pantanos, se construyeron a expensas de los ciudadanos cuando la dictadura, de manera servil ante personajes como Barrie de la Maza, conde de Fenosa por obra y gracia del Generalísimo, expolió pueblos enteros dejando a los vecinos sin casa ni tierras de labor, condenándolos, desahuciados y desposeídos, poco menos que a la mísera indigencia o al exilio económico, aquella dolorosa y sangrante emigración que vació el rural.

La memoria aún evoca el atropello de embalses como el de Prada y los habitantes de la desaparecida Albergaría, por poner uno de infinidad de ejemplos, en los que con el argumento del progreso a cualquier precio se pisotearon los derechos de quienes se suponía que debería beneficiar el mentado desarrollo, favoreciendo ostensiblemente a una minoría.

Luego vino la expropiación forzosa a bajo coste de montes y fincas sin fin para instalar tendidos eléctricos cuyos postes y cables abonaron a tocateja los vecinos propietarios de cada bombilla, aunque esa infraestructura se incorporase al patrimonio industrial de las eléctricas sin aflojar nada en comparación con el pueblo.

Es decir, inversión escasa y beneficios astronómicos que impiden comprender para el ciudadano de a pie el déficit tarifario por el que han multiplicado por cuatro el recibo de la luz bajo la argucia de empapelarnos un recibo bimestral que después era mensual o estimado, para luego volver a pasar al binestral, y todo ello aderezado con electrodomésticos ecoeficientes y bombillas de bajo consumo que hacen una artera interpretación del historial de consumo que figura en el recibo de la luz.

La cuestión está en que si los embalses y tendidos eléctricos los ha costeado el pueblo, el agua de los ríos corre gratis; el viento impulsa los aerogenerados a coste cero, y el sol ilumina de balde los paneles fotovoltaicos, cuál es la razón por la que la energía eléctrica es tan onerosa.

Dejando al margen que las empresas energéticas ya han puesto el ojo en producir electricidad para la automoción, usando el dinero público para que los ayuntamientos instalen puntos de recarga de vehículos, evidenciando una vez más que las eléctricas explotarán el tinglado en tanto la infraestructura es sufragada todos, la única razón objetiva para que el suministro eléctrico cotice por las nubes es que cuando los ministros, directores generales y otros altos cargos de libre designación cesan en su actividad política se entregan al deporte olímpico nacional de la puerta giratoria, mudando el escaño por la silla en el consejo de administración o de dirección de las grandes empresas energéticas, y claro, los fabulosos sueldos de tanto ocioso habrá que pagarlos con algo.

O quizá no sea nada de esto sino que a nivel de regiones mundiales y macroeconómico, el ruso Vladimir Putin, el bielorruso Aleksandr Lukashenko, y el argelino Abdelmadjid Tebboune han decidido jugar a las cocinitas con sus respectivos gasoductos porque en el fondo, aunque se venda la energía eléctrica como la octava maravilla del mundo, produciéndose con combustibles fósiles es tan sucia y dependiente como el petróleo. ¿Será con el recibo de la luz que se paga tanto trapicheo político y económico?
Mosquera Paans, Miguel
Mosquera Paans, Miguel


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