Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Mis fotos antiguas

jueves, 28 de octubre de 2021
Me desperté con el ruido de la puerta de entrada cerrándose violentamente. Era de noche y mi mujer seguía durmiendo plácidamente a mi lado, así que salté de la cama e instintivamente me asomé al salón. La puerta del armario donde guardo mis cosas, un espacio que intenta resistirse a la incorporación de nuevos objetos, estaba abierta. Al primer golpe de vista comprobé que la caja de embalaje de cartón, reciclada a cofre donde guardo las fotos antiguas en blanco y negro, que he heredado y han sobrevivido a repartos, mudanzas y demás luchas cotidianas por la supervivencia, había desaparecido.

Corrí a la puerta y me lancé, descalzo y en pijama, escaleras abajo para intentar alcanzar al ladrón. Salí ansioso y desesperado a la calle. No vi a nadie. Así que me dirigí al contenedor de plástico gris que el Ayuntamiento ha colocado frente mismo a mi bloque, me asomé, y ahí, entre bolsas de basura y tomates podridos, estaba la caja, que por el asco o el estrés había vomitado todo su contenido.

Vi la foto de mi primera comunión, de pantalones cortos y de impecable lazo bordado en una manga, sosteniendo un librito y un rosario. La de la boda de mis padres, guapísimos, foto de estudio como se estilaba entonces. La foto más pequeña de la boda de mis abuelos, de color sepia, con los bordes difumados. La de de mi padre con uniforme militar cuando hacía la mili. También una gran ampliación de toda mi familia, yo en el centro cuando apenas me sostenía de pié, con un monísimo trajecito de marinero, foto que presidió siempre el comedor de mi casa paterna en un artístico marco decorado.

En un rincón habían ido a parar unas pequeñas impresiones de cuando conocí el mar, en una playa de Mar del Plata, con un raro bañador y físico enclenque que podría usarse como reclamo en alguna campaña sobre el hambre del mundo. Mi primer viaje en autostop, luciendo una atrevida y rompedora barbita. Un foto con Susana, mi adorable vecinita, a la que le dediqué mis primeros versos y por la forma en que aparezco, en posición oblicua, acercando mi cara a la de ella, eran evidentes mis esfuerzos por opositar a novio. Un sueño frustrado. También recostada en un tomate vi la del fin de curso de mi primer año de instituto, donde me colocaba en puntas de pie en la última fila para que no se viera la distopía entre el cuerpo y su funda textil, o muy chica o exageradamente grande, según lo que me llegaba. Fue en ese momento que oí a una vecina del bloque que me gritaba qué estaba haciendo.

- ¡Son mis fotos, es mi patrimonio cultural, es mi historia! -le grité, mientras trataba de recogerlas.
- Para qué las quiere si ya nadie las ve. A nadie le interesan.
- ¡Entretengo a mis nietitas cuando se quejan de aburrimiento! Les encanta ver a su abuelo de chiquillo y con pelo en la cabeza. Y cuando les muestro la de mis propios abuelos me preguntan si la sombra que hay a sus espaldas es un dinosaurio, porque en su inocencia creen que coexistieron.
¿Cómo las voy a entretener e ilustrarles mis cuentos? -al momento que me inclinaba para alcanzarlas.
- ¡Ponles Pepa Pig en la tele, carcamán, a ver si te enteras! -me gritó la poseída ciudadana encaramada a la barandilla y agitando los brazos.

Perdí el equilibrio y caí dentro de la pestilente cuba, cerrándose la tapa y atrapándome en un abismo infinito, entre bolsas de basura, tomates podridos y personajes que salían de las fotografías y me abrazaban, mientras oía la risa de la ciudadana que gritaba:
- ¡Quédate con tus recuerdos, viejo melancólico, que yo a mis hijos le pongo la tablet!

Me desperté y di un salto en la cama, estaba transpirando y con palpitaciones. Tratando de no despertar a mi esposa (sería capaz de expulsarme en caliente y terminaría durmiendo en la terraza), me dirigí al salón. El pasillo olía a tomate podrido y basura. Vi la puerta del mueble cerrada y me aseguré que la caja de fotografías antiguas seguían en su sitio, esperando pacientemente que algún miembro de la familia la abriera un día y disfrutara de un viaje al pasado, a sus raíces, a su propia historia. Había sido todo una pesadilla.

Desvelado, me conecté a internet y busqué las últimas noticias locales. El Ayuntamiento de Málaga había resuelto, en silencio y sin consultar a los contribuyentes (y votantes), vaciar el Museo del Patrimonio Municipal porque al parecer "no iba nadie". Es como si al Corte Inglés le bajan las ventas y en vez de renovar a sus gestores, mandan todos las mercaderías a un polígono y alquilan el edificio a los chinos.

Si el Ayuntamiento hubiera cerrado El Pimpi, o los chiringuitos de Huelin, los habitantes de esta muy noble ciudad hubieran colapsado el tráfico con manifestaciones. Quizás lo hagan al acudir al pomposo y difundido acto de inauguración del próximo destino del inmueble, o en mayo de 2023.

Andrés Montesanto, malagueño, médico, escultor y escritor.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES