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La nieta curiosa

jueves, 16 de septiembre de 2021
Hace unos días recibí la visita de una de mis nietas, que debía esperar a que su madre la pasara a recoger por la tarde. Yo estaba viendo el telediario, así que se sentó a mi lado y, como una mujer de once años, empezó a pedir explicaciones sobre todo lo que veía.

En un momento pasaron las imágenes de unos subsaharianos saltando la valla de Melilla y me preguntó:

—¿Quiénes son esos señores, abuelo?
—Unas personas pobres
—¿Y por qué saltan?
—Porque quieren vivir mejor.
—Abuelo, ¿tú cuando eras un niño no me dijiste que eras pobre?
—Si, mi familia era muy humilde.
—¡Y saltabas las rejas y los alambrados!, cuéntame, ¡qué emocionante!
—No, yo siempre entré por las puertas.
—Qué aburrido. ¿Y ellos por qué no entran por la puerta?
—No los dejan pasar porque no tienen permiso.
—Entonces los que se cuelan sin permiso, los devuelven al otro lado enseguida ¿no?
—No. Verás, según las leyes, si logran saltar ya se quedan.
—¿No los dejan entrar porque no tienen permiso, pero si se cuelan los reciben? ¿Que raro, no? Como en esos programas de la tele donde los participantes tienen que pasar por un motón de cosas y los que llegan se ganan un premio. ¿Tú me lo puedes explicar?
—La verdad que no.

Seguidamente pasaron imágenes de una patera llegando a Canarias, y el rescate de unos náufragos en alta mar.
—¿Esos de dónde son?
—De África.
—¿Y por qué vienen?
—También quieren vivir mejor.
—¿Tú porque te viniste de Argentina?
—Por la misma razón. Para vivir mejor.
—¡Entonces tú viniste en uno de esos barquitos con la abuela, qué guay, que emocionante! ¿Los fueron a rescatar?
—No, nena, nosotros vinimos en un avión.
—Qué aburridos sois. ¿Y esos porque no vienen en un avión como tú?
—No podrían comprar el pasaje. Además, si llegan a un aeropuerto los mandarían de vuelta.
—Ya entiendo, como son pobres el dueño de barquito los trae gratis, para ayudarlos.
—El dueño de la patera, el barquito como tú dices, le cobra mucho más que un montón de pasajes juntos. Y a veces los timan y los dejan sin combustible en alta mar. Es horrible.
—¿Y qué hace España con los que llegan en esas pataleras, los mandan de vuelta como si llegaran en un avión?
—No, si llegan a la costa ya se quedan, como los que saltan la valla.
—¿Y si no llegan y se hunde el barquito? ¿Los dejan ahogarse?
—¡No! ¿cómo se te ocurre? España tiene varios barcos para ir a rescatarlos, y si es urgente los salvan con un helicóptero. Pero también hay algunos barcos de oenegés que están permanentemente recorriendo el mar para rescatarlos y traerlos a un puerto español. Pero a pesar de todo esto, hay muchos que se ahogan en el mar.
—Abuelo, abuelo, no entiendo por qué tanto lío. Si a los que saltan la valla, se lastiman y lastiman a veces a los policías, los reciben, ¿por qué no los dejan pasar por la puerta y así ni se lastiman ellos ni lastiman a los otros? ¿No crees que sería mejor?
—Quizás tengas razón.
—Y otra cosa, los barcos españoles, los de las onegés, los aviones, los helicópteros, cuestan mucho dinero ¿no?
—Si, bastante, y a veces se ponen en peligro las vidas de los rescatadores.
—Digo yo, abuelo, a ver si me entiendes ¿no sería mejor que los barcos de las onegés los fueran a buscar a África y los trajeran sanos sin tener miedo de ahogarse? Y tanto los africanos como España se ahorrarían un montón de dinero y no se ahogaría ninguno.
—Mira, es que...
—Y otra cosa abuelo, ¿por qué casi todos son hombres jóvenes? ¿Las mujeres, las niñas, las señora mayores, no son pobres? ¿No les gustaría vivir mejor, por qué no se vienen?
—¿Qué te parece si ponemos el documental de la dos, que muestra los ñus cruzando un río y los cocodrilos zampándose uno cuando pueden?
—Yo si fuera ministra mandaría a los barcos de las onegés y los de rescate a buscar a todas las mujeres que quisieran venir, y dejaría a los hombres trabajando para mejorar África. Cuando le tengan apañadita mandaríamos a las mujeres de vuelta. ¿Tú que harías?
—Mira, fíjate como cruzan todos juntos. Los machos protegen a las hembras y las hembras a las crías.
—¡Abuelooo!, ¿dime qué harías con las mujeres que se están quedando solas en África?
—Cuando se les acaba el pasto se vuelven a sus casas, todos juntos, y al otro año repiten el camino. ¿Qué me preguntabas?
—Nada. Tú no sabes nada ni me haces caso. Me voy con la tablet a la cocina.

Andrés Montesanto, médico, escultor y escritor.
Montesanto, Andrés
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