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Desconcertado

lunes, 09 de agosto de 2021
He de confesar que me siento desconcertado. Desde mi infancia creí que los problemas básicos de nuestra sociedad se arreglarían con la llegada de la democracia y con una mayor y mejor educación. Aquella atmósfera violenta, donde la bofetada y el abuso iban de la mano, soñaba yo, serían reemplazadas por leyes justas; creía también en que la educación nos permitiría superar aspectos tan sangrantes como, por ejemplo, el maltrato físico y psíquico a las mujeres. Pero, por lo visto, ni una ni otra satisfacen a algunos ciudadanos. A mi personalmente me parece que los defectos de la democracia son el resultado de una educación deficiente y que, cuando ésta sea capaz de mejorar, seremos capaces de corregirlos, lo que redundará en beneficio de la primera.

Claro está que esperaba que esa democracia nos proporcionase un Parlamento que fuese un abanico de opiniones de hombres íntegros, inteligentes y cultos y confiaba también en que la formación educativa diese sus frutos con personas que desarrollarían al País en los distintos ámbitos. Pero, mi experiencia, me dice que que no han entendido casi nada. O quizás yo no me he enterado, de ahí mi desconcierto. Cierto es que muchas veces creo que la democracia puede parecer anarquía- no hay que ver más que la gestión de la pandemia- y que veo que muchos ciudadanos han cambiado los roles. Ello me lleva a desconfiar de todo cuando veo y no creer nada de cuanto me cuentan los gobernantes de distintas ideologías. Tanto miente, miente tanto, tanto Pedro como Pablo. ¡Y ya no hablemos de Nova Historia Catalana!.

Tengo un libro de leyes (Constitución), pero se han empeñado en demostrarme que no sé leer. Porque que las leyes se interpretan de modo tan torticero que los políticos ejerzan de jueces y éstos jueguen a complacer a los anteriores... Y eso no entraba en mis cálculos.

Y lo peor es que, desde el minuto uno de la Transición, creí que la Carta Magna era el Vademecum para entender la democracia y, sin embargo, uno no acaba de saber si lo que dice la Constitución se puede interpretar de manera tan dispar a mi lectura.

Valga, por ejemplo, la relación del Gobierno con la Generalitat y la singular y peculiar interpretación del articulo 14 de la Constitución, que habla de la igualdad de todos los españoles. Desconcertado estoy con los distintos gobiernos y el trato preferente que sobrevive al Franquismo. Sólo un pequeño botón de muestra.

Cuando llegó la democracia creíamos, por dicho artículo, que los españoles somos iguales y que por tanto las inversiones del Estado deberían realizarse con principios de equidad; sin embargo, la teoría es destrozada por los enjuagues políticos y Cataluña sigue siendo la niña mimada. Mientras, otras comunidades son olvidadas con incumplimientos y desconsideración. No voy a hablar ya de la Tierra que más me duele como es Galicia, el culo del mundo español, sino de Andalucía, donde el narcotráfico está siendo la industria más boyante. O de Extremadura, donde los trenes no llegan ni para exportar mano de obra. Mientras, ese grupo de trileros que comanda Puigdemont, y que heredan los genes más racistas, clasistas y esclavistas de la siempre elitista clase alta catalana (la Historia que yo aprendí me lleva a estas consideraciones, que nada tienen que ver con payeses, charnegos y otros catalanes) recibe premios a su reiterada deslealtad al País. Fructífera mosca cojonera donde las haya. Y hay que decirlo con claridad: los gobiernos tienen miedo a la independencia de Cataluña, que basa su malestar en una sarta, inmensa y muy larga, de mentiras tras mentiras. Y no se arreglan los problemas bajándose los pantalones, sino cumpliendo estrictamente la Constitución vigente. Y conviene también recordar a algunos países, que juegan a los enjuagues políticos y coquetean con estos mentirosos, que nuestra Constitución es una de las más garantistas de Europa. ¿Ven mi desconcierto? Se premia a quien incumple y es desleal y se margina a quien cumple y respeta las leyes.

Volviendo a nuestro Parlamento. Pensaba que sería una amalgama de colores ideológicos y que nuestros próceres serían como los define el diccionario; pero, por lo visto, y de ahí mi nuevo desconcierto, la Cámara Alta está formado por una serie de mediocres e inflados individuos, más pendientes de hundir al enemigo, que de arbitrar leyes que corrijan defectos atávicos; más dispuestos a descalificarse y hasta insultarse continuamente, que de ser capaces de demostrar, con medidas consensuadas, esa altura de miras que tanto cacarean; más proclives a legislar a favor de los grandes grupos de presión, que de velar por los intereses de los ciudadanos que representan; más pendientes de ganarse los votos con demagogias chabacanas, que de buscar soluciones efectivas, aunque resultaran impopulares. Cuando la ideología se impone a la razón, ocurren cosas como éstas. Resultado: democracia muy deficitaria, sin visos de cambios como bien refleja la pandemia.

Hablaba antes de estar desconcertado y es que tampoco entiendo la violencia, ni la gratuita, ni la de pago. Creía que la educación nos permitiría convivir con respeto mutuo y que los diferentes por cualquier razón serían unas personas más en un trato igualitario. Nunca creí en esas inventos de discriminación positiva y otras creaciones políticas. Las personas siempre fueron y son iguales y nadie está autorizado para descalificar o maltratar a otro por razón alguna. El abuso, menosprecio, vejación y otras lindezas sólo obedece a comportamientos bárbaros de personas acomplejadas, maleducadas, incapaces de superar sus propias limitaciones. Miedo a la competencia en cualquier campo, miedo al diferente. Y la cuestión es que nadie es diferente. Todos somos personas, cada una con sus peculiaridades. Parece mentira, y hasta resulta increíble, que algunos traten de resucitar fantasmas, propugnando un paso atrás, cuando lo que se precisan son muchos pasos adelante.

Y ese es un grave problema educativo. La educación no es un trabajo eminentemente escolar, sino un actitud personal que dura toda la vida. Los hábitos y normas que adquirimos o no, además de deber ser revisados con cierta frecuencia, requieren servir de conductas para el camino. Los fracasos, por lo general, son el resultado de la peligrosa desigualdad, de la marginación, de desconcierto ante cualquier problema, de la falta de ejemplaridad, de la falta del libro de instrucciones para la vida que son los principios. No, no estamos hablando aquí de que no se cometan errores, sino de buscar corregirlos y cambiar las condiciones de vida de los desfavorecidos.

Si cierto es que la democracia requiere ser corregida en sus errores, también conviene precisar que la educación no ha avanzado mucho. Lo que si lo ha hecho ha sido la tecnología y su implantación en la sociedad. Se ha vendido mucho el mito de que la si nuevas generaciones estaban muy bien formadas. Me alegro mucho que haya personas así, porque precisamente son las necesarias; pero no es la generalidad, que ha confundido respeto con chabacana insolencia; que ha huido de la Historia creyendo que el mundo comenzara con su nacimiento; que ha menospreciado el legado cultural con un ego y unas lagunas muchas veces escandalosas. Porque buena es la preparación y el conocimiento, pero hay demasiada chapa y pintura. Falta profundidad. Por eso mi desconcierto es dudar que avancemos o pensar que solamente lo hacen algunas personas que se afanan en ello. De lo que estoy totalmente convencido es que la titulitis muchas veces es sinónimo de imbecilidad. Y esa es una enfermedad crónica y contagiosa.

Y si de educación hablamos, la muerte de un chico en la Coruña, o en cualquier otro sitio, parece ser un capitulo más de la escasez de la misma y de la desaforada violencia sin sentido que nos acecha. No sólo me desconcierta, sino que me produce un sentimiento de pena y repulsa indescriptible. A mí me parece imposible comprender las razones de tanta crueldad, de dañar a otro por motivo alguno. ¿No somos seres racionales?¿ qué hay qué tanto odio produce? Evidentemente puede haber alteración de la psique por efectos del alcohol (no se atreven a desmitificarlo y sigue en promoción) o drogas (esclavitud elegida), pero la violencia es nuestro instinto más animal. Y hasta la mayoría de los animales no te atacan si no se ven amenazados. ¿A dónde vamos? Realmente no lo sé. Pero no me gusta el camino. Creía que de mayor habría aprendido algo.

Pero mi desconcierto no acaba ahí. La sociedad, que toda la vida traté de entender, acabé por ver que, excepto maravillosas excepciones, me defrauda. Hay personas que añoran la Dictadura, ya sea porque creen siempre que los tiempos pasados eran mejores, ya porque la desconocen y no la han padecido; otros porque no valoran la libertad en su justa medida, y habiendo nacido en ella, no saben lo que es no tenerla; también veo que, en cincuenta años que me separan de mi juventud, han cambiado cosas, algunas para bien, pero muchas para peor. Partiendo de la base que Dios es, para muchos y en la práctica, un trasto inútil, se han decantado por el egocentrismo, y consecuentemente el becerro de oro, de ahí que todos los esfuerzos se dedican a tan goloso fin. Por ello el altruismo no está de moda, ni compartir con el necesitado, ni comprender al inmigrante, ni socorrer al refugiado... Además me sobran conformistas y comodones incapaces de agacharse para ayudar a un desvalido; me sobran amorfos indolentes ante el dolor ajeno; me sobran altivos, chulos y prepotentes subidos al carro del dinero y la fama; me sobran fantasmas, cantamañas y exhibicionistas que sólo esconden sus complejos de inferioridad; me sobran los cansados de decir que ya saben bastante y subidos en el púlpito de la taberna predican lecciones de política; me sobran hombres y mujeres burros, que presumen de inteligencia e incultura; me sobran catedráticos, eméritos y meritorios en su Edén particular del sofá de la vanidad; me sobran políticos, jueces, empresarios, periodistas y demás ralea que prostituyen su profesión; me sobran envidiosos de todo tipo; me sobran mentirosos, mezquinos, ruines, pelotilleros; me sobran asesinos, violentos, maltratadores, abusones y demás ralea de esa calaña; me sobran vagos, maleantes, tramposos y ladrones... la verdad es que me sobran todavía muchos más.

Pero me agrada vivir con mi minoría elegida de niños tiernos, inocentes y cariñosos; con adultos trabajadores, sencillos y humildes; con curas y monjas tan denostados por envidiosos incapaces de ser tan solidarios como ellos; me gusta disfrutar de la sensibilidad y buen gusto de amigos gays; me gusta disfrutar del arte de músicos, pintores, poetas y similares; me encanta la conversación sosegada, tranquila e inteligente con los amigo; soy feliz leyendo pausadamente un libro; admiro y disfruto compartiendo con personas dispuestas,luchadoras, sinceras, tiernas y valientes; me gustan los que nadan contracorriente y defienden sus ideas por encima de presiones y modas; admiro el gesto, la mirada, la caricia, el valor de quien se entrega con generosidad; admiro al tranquilo, reposado, al que no espera ni reclama su altruismo, al que gasta su corazón en actos y palabras de amor. Me he vuelto sibarita de la gente.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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