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Las dos Españas

jueves, 05 de agosto de 2021
No conozco lo suficiente la historia de España como para opinar sobre la Guerra Civil, sus causas, la duración y las consecuencias posteriores de este trágico conflicto fratricida. No me animo a arriesgar cómo estaría España si no hubiera ocurrido, aunque es posible que muy parecido a como se encuentra hoy, lo que vendría a confirmar que todas las guerras terminan siendo absurdas e inútiles.

Lo que sí conozco es mucha gente que defiende los valores republicanos y consideran el golpe de Franco como un claro retroceso del nivel de libertad e igualdad que se había conseguido. Y ni hablar de la represión durante y después del conflicto ni los miles de españoles que siguen yaciendo en una cuneta.

Pero también conozco otros que, a veces en voz baja, insisten que el levantamiento del 36 salvó a la Nación del colapso y la anarquía. Y que la represión de los triunfadores fue en respuesta a la que iniciaron grupos incontrolados. Son los que insisten en que se deben dejar las cosas como están y olvidar, quizás porque no tienen abuelos en las cunetas. Pero son tan españoles como los anteriores y tienen todo el derecho a expresar su opinión, independientemente de que papeleta cojan en las elecciones. Y por lo visto, todos están condenados a vivir juntos, y mandar a sus hijos o nietos a los mismos colegios.

Ha surgido en los últimos años un debate permanente sobre que la transición fue una traición a los republicanos que defendieron la legalidad. Que por componendas interesadas miraron para otro lado y se ocuparon solamente del futuro, sin atreverse a enfrentar las injusticias. Cuanto más conozco la historia, cuanto más escucho a los actuales políticos, y cada vez que veo esas deposiciones diarreicas que se sueltan en el Congreso de los Diputados, estoy más convencido que los responsables de la transición se merecen el Premio Nobel de la Paz. ¡Qué lucidez! Como español por elección les doy las gracias. Si entre ellos hubiera estado un líder de chiringuitos, un encoletado ex ministro, un masterizado dudoso, o un insulso orador del 15 M, ¿Se imagina el lector dónde habría ido a parar este país?

Como está el mundo, con una Rusia que añora a la URSS y está recuperando su metodología, EEUU que casi se nos desbarranca, una Unión Europea que cada vez es menos europea y menos unida, algunas naciones latinoamericanas desgajándose y perdiéndose en sendas dudosas, los africanos huyendo de sus países pobres porque gracias a los móviles se han enterado lo bien que se vive en Europa, y en medio de este caos, mil cuatrocientos millones de chinos silenciosos que se preocupan más por sus negocios que por sus derechos civiles, total, igual se vive. Que están colonizando el planeta con su tecnología y sin perder el tiempo en discusiones internas, ni en debates sobre el cambio climático, transparencia, derechos humanos ni todas esas gilipolleces que inventaron intelectuales aburridos. De eso que se ocupen los demás mientras ellos van a lo suyo, a una velocidad increíble. Y además, el mundo confinado por una pandemia que amenaza ser infinita. Mientras pasa todo esto, sus Señorías, con todo el eco de los medios de repetición, se ponen a discutir si lo de 1936 fue un golpe de estado o una manifa pacifista encabezada por la Madre Teresa de Calcuta. Vaya por Dios.

¿Tanto costaría encerrar a diez reconocidos historiadores de distintas ideologías en un parador, y si en una semana no redactan una historia consensuada sobre lo que pasó en España en la primera mitad del siglo pasado, se les corta el buffet y el agua? A ver si tienen cojones de seguir discutiendo. Y que por esa ley a la que tanto recurren las madres, "Porque yo lo digo", se obligue a los directores en todas las escuelas e institutos de España a enseñarla a sus alumnos, bajo pena por incumplimiento de arresto y destierro. Se tendría que difundir en lugar de esos programas catetos que algunas comunidades inculcan a sus súbditos sobre historias medievales, reclamaciones territoriales y reivindicaciones lingüísticas (que permiten que una chorrera de funcionarios justifiquen sus abultados sueldos). ¡A ver si todos se enteran de una vez qué coño ha pasado aquí! ¡Que estamos en 2021 y nos podemos ir al carajo!

Y a propósito, ¿tanto cuesta desenterrar a todos esos españoles de las cunetas y realizar un entierro digno, como lo hizo Málaga en 2014 con una de las fosas comunes más grande de Europa, y sin tanta prensa, debates ni milongas, pero con sentido común de todas las administraciones?

Hay otro tema que me asombra. La Monarquía. Está bien que el emérito nos salió rana, pero de ahí a achacar al pobre Felipe VI todos los males que padecemos, y que la reinstauración de la República nos llevaría a los cielos de la felicidad, como menos pecamos de ignorantes. Porque países que son referentes en muchos aspectos, como Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Reino Unido, y hasta Bélgica, donde un ilustre separatista republicano y catalán buscó refugio, son monarquías parlamentarias, como España. Y no les va mal. Y eso no es nada, porque naciones como Canadá, Australia y Nueva Zelanda, no precisamente subdesarrolladas, son también monarquías parlamentarias, solo que comparten el mismo jefe de estado (que imprimen en sus billetes). Son como franquicias, supongo que pagan una cuota anual y se ahorran de mantener la familia. Yo nunca me enteré de movimientos republicanos en estos países, seguramente preocupados por asuntos más importantes. Y si un alcalde pretende descolgar la foto de la reina, vaya a saber a que islote perdido lo mandan a reflexionar. Debo reconocer que la cuota de comunidad que le pagan a Isabel II es menor que la que se fangó el emérito. Pero también es cierto que el nuestro era mucho más divertido y nos ha proporcionado interesantes programas televisivos. No estaría mal reconocerle esos dineritos como finiquito en diferido por su intensa y entretenida actuación y dejarlo volver en paz al pobre.

También quiero recordar a los fanáticos republicanos, que Rusia, Haití, Venezuela, Turquía, Irán, Cuba, Israel, Corea del Norte, Irak, Myanmar, Afganistán, Nicaragua, Libia, Hungría, Bielorrusia, la Serbia de Milosevich, etc. son repúblicas y eso no les garantiza nada. Hay un viejo refrán que dice: "Más vale malo conocido que bueno por conocer". Yo me lo creo. Porque duermo más tranquilo con Felipe, que si en su lugar tuviéramos a un Pedro, algún Pablo o un Santiagao. Será que me estoy volviendo mayor.

Andrés Montesanto, médico, escultor y escritor de Málaga.
Montesanto, Andrés
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