¿En qué o en quién podemos creer?

No es mi intención abrir una reflexión religiosa. Soy Cristiano y me siento humanista. A partir de ahí, uno puede ser conservador o progresista. Pero me parece mucho más interesante descubrir hasta qué punto pueden engañarme y manipularme. Sobre todo en el seno de una sociedad en la que la democracia está pervertida y los que mandan - de verdad- están ocultos -fuera de los ejecutivos y legislativos-.

En este país, mío, nuestro, de los que están o se fueron, el nivel de conciencia social está subordinado a lo que circula por las redes sociales, con una fatídica carga de cochambre. Reconozco que puedo acceder a bibliotecas lejanas y trabajos científicos con una carga impensable a mi favor para saber, acceder, comprender y elegir. Pero al mismo tiempo, noto un foso de enormes y crecientes dimensiones entre mi generación y las que están llamadas a ser protagonistas de al menos la mitad del siglo XXI. Sólo me consuela tener claro que soy un ciudadano con enorme carga de experiencias pasadas, presente muy incómodo al que me cuesta entender y adaptarme, y un futuro tan incierto que me declaro sin ambages como exiliado en mi pequeño espacio de este paraíso Galaico del Cantábrico al norte del norte.

Aun recuerdo aquel ejercicio de sinceridad pública. Rocard y Fabius. Reflexionaron sobre las "herramientas" que utilizan determinados poderes para pervertir al sistema democrático. Como la democracia se ha transformado en partitocracia. Como no hay en los partidos la más mínima reflexión sobre aquel grito callejero: ¡no nos representan!. Se representan a ellos mismos. Como personas de ambición aventurera. Empresas de poder para "mangonear" y convertir a mequetrefes y mamarrachos en mandarines político sociales. Ser instrumento útil de poderes ocultos que manejan el mando a distancia para hacer bailar a esas corporaciones que se disfrazan con el hábito de la representación democrática. Y lo peor. No hay sitio para ciudadanos honorables, cultos, expertos, con carga ideológica fruto del análisis historiográfico. Por poner un ejemplo ilustrativo. Que tiene que ver con la dicho las ilustres Irene Motero, Belarra, Lastra. O el ínclito Garzón, que cada vez, pocas, que dice algo, sube el pan. No me extraña que el sultán de Galapagar se cortara la coleta y saliera huyendo para emprender la aventura de comunicar a sueldo de un tal Roures, personaje siniestro, de cuyas intenciones liberamus Dómine.

Los progresistas no somos imbéciles. Tenemos muy claro que no hay revolución pendiente más hermosa que la de cambiar el mundo. Hacerlo asequible a la ciudadanía que no tiene género y es la fuente de los derechos fundamentales y sociales. Que necesita ser atendida en sus demandas. Que siente como mientras una minoría engorda sus riquezas, la pobreza se extiende como una mancha de aceite por el universo. Incluso la vieja Europa, aquello que Benedetti señaló como "el norte", tampoco se libra en esta pandemia del hambre, la peste, la guerra y la muerte. En definitiva, los cuatro jinetes del Apocalipsis de San Juan, vuelven a cabalgar de norte a sur, del levante al poniente, dejando exiliados, refugiados, parias y emigrantes obligados por la subsistencia.

Siempre hay almas cándidas. Siempre hay quien se entretiene con banalidades. Siempre hay quien en vez de aportar iniciativa, aporta odio. Siempre hay quien no ha sido capaz de aprender nada y se ha quedado con las miserias que a modo de vertidos van dejando determinados especímenes de actores e indigentes culturales. Ellos son la nube que nos impide ver el horizonte. Pero no se dan cuenta. Viven instalados en su burbuja. Y se permiten el descaro para dar cartas de naturaleza en derecha o izquierda política, cuando son unos recién llegados a tal ciencia.