
Cuando era niña leía a menudo cuentos de duendes traviesos que vivían en grandes y frondosos bosques donde las aventuras se sucedían sin parar. Sus casas estaban dentro de árboles huecos que el tiempo había ido vaciando a fuerza de tempestades y de trabajadoras ardillas, hurones y pájaros carpinteros. A medida que fui creciendo cambié los cuentos por las leyendas gallegas de Xacias, Xoanas, Lavandeiras da Noite
que enredan al caminante con sus cantos y sus pieles infinitamente blancas a las orillas de los ríos en las fragas galaicas. Entonces el bosque dejó de ser juego y se convirtió en misterio, en voces, en suspiros transformados, en dulces sonidos que tratan de ser canción de lluvia en las tardes de invierno o soniquete de agua y sol en los calurosos veranos de la montaña
este ha sido uno de ellos
no lejos de la estela del monte quemado, del silencio más terrible que supone la devastación absoluta de la vida, hay un lugar donde los árboles todavía son milenarios, un lugar en el que no sabes muy bien si los duendes se han convertido en árboles o los árboles han sido siempre duendes, más allá de las montañas más increíbles se despliega entre tímida y jolgoriosa la Aldea de Coro.
Coro, vive en los senos de la montaña lucense, entre salvajes y sinuosas curvas se esconde un pueblo que invita al reposo y da cobijo a todo el que llega. Reunida bajo espectaculares sotos de castañas que al llegar el otoño se cubren con una manta protectora de hojas en ocres, te acoge la gente de la aldea. Caminan contigo aquí y allá, mostrándote la belleza de este lugar donde ya a finales de agosto el suelo empieza a plagarse de erizos buscando su magosto
mientras caminas junto a ellos, llega de lejos el sonido de los pájaros que han venido también, al igual que los nacidos en Coro hace ya muchos años, a pasar el verano en sus ramas, en esas ramas donde un día su madre hizo el nido.
Un paseo por el río que charla durante las tardes con un viejo molino de piedra, un abrazo de un árbol milenario, el olor del dulce sueño de las abejas en sus panales y una mirada larga y prolongada de un corzo
así es Coro, un lugar en el que sentarse a ver pasar la vida.
www.aldeadecoro.com
Texto y Foto: Cristina Corral Soilán