Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

El padre Opeka y yo

jueves, 24 de junio de 2021
Cuando visité con mi esposa Madagascar, tenía la curiosidad de conocer a un paisano mío que estaba realizando una obra impresionante, según me comentaron. El sacerdote Pedro Opeka. El Padre Pedro.

En Antananarivo le pregunté al chofer que nos vino a buscar si conocía a un cura argentino. "El Padre Pedro" me contestó antes de terminar la frase. Después de Messi El padre Opeka y yo(otro paisano) lo conocen tanto como al Papa (otro más de Argentina). Ya me había informado que iba a ser difícil encontrarlo porque nunca se queda quieto, pero lo intentamos.

Cuando pasamos junto a una enorme basurero, el conductor me señaló una población a lo lejos. "Eso es lo del padre Pedro, Akamasoa". Significa "Buenos amigos". En el lugar más abandonado de Madagascar, uno de los países más pobres del mundo, pero pobre, pobre. Hasta ese lugar había llegado Pedro Opeka. Y cuando vio que los más pobres del mundo se odiaban entre ellos y se peleaban por un pedazo de pan, se quedó.

Llegamos a la recepción y una celosa colaboradora nos informó que no estaba, así que cuando, resignados, íbamos a darnos la vuelta, apareció.

Para un ateo converso como yo, la imagen que conservo se superpone a esos santos que se exhiben en los altares de las iglesias. Pero éste se movía, y estaba rodeado de niños sonrientes que se abrazaban a sus piernas. Al escuchar nuestro acento nos invitó a sentarnos y charlar un rato. Cada tanto interrumpía la conversación para sacar una enorme llavero, seleccionar una llave y entregársela a una de sus colaboradoras, todas mujeres. Unos minutos después se la daban y la volvía a colocar en su sitio. Recordé que San Pedro tenía las llaves del cielo, debían ser esas.

Preguntándonos, fuimos comparando nuestras historias. Mientras yo estaba empeñado en nacer, en enero de 1948, sus padres (ella embarazada) llegaron a Argentina provenientes de Eslovenia, escapando del régimen de Tito. Los míos habían llegado antes huyendo de Mussolini. Nació unos meses después que yo, él en Ramos Mejía, y yo en Liniers, a escasos kilómetros. Ayudó a su padre albañil y aprendió el oficio. Yo ayudé a mi hermano mecánico y fui a la universidad para no meter más las manos en un motor engrasado. Él jugó al fútbol en la tercera división de Vélez Sársfield, yo en el potrero frente a mi casa con mucha menos habilidad. Pero seguramente lo vi jugar cuando faltaba un profe del Nacional 13 y nos colábamos en la cancha de Vélez, que estaba a la vuelta. A los 17 años se fue a la provincia de Neuquén a construir una casa para una familia mapuche, en la misma localidad, Junín de los Andes, que nació uno de mis hijos una década después. Yo me incliné por viajar en auto stop e intentar conocer el mundo. Él siguió la carrera religiosa y yo la de medicina.

En 1975 se ordenó sacerdote y emigró a Madagascar, yo terminé el máster en Salud Pública y me fui a la Patagonia. Formé una familia, tuve cinco hijos, y construí mi casa. Y de viejo, construí algunas esculturas de hormigón. Él no se distrajo y siguió su vocación. Formó un familia de decenas de miles de personas, tuvo miles de hijos y construyó una ciudad para treinta mil habitantes. Utilizó mejor el hormigón. Yo mandé mis hijos a la universidad, el construyó una, junto con escuelas e institutos. Yo, que personalmente me siento satisfecho de lo que he logrado en mi vida, a lado de él me sentí una hormiguita. Pero de las negras argentinas, que son un pelín robustas.

A los pocos minutos de charlar me dijo: "Si yo soy Pedro y vos Andrés, entonces sos mi hermano". Y me dí cuenta que estaba charlando con mi hermano mayor, aunque hubiera nacido unos meses después. Hablamos de las injusticias, de la pobreza de África, de cómo los hombres habían perdido hasta la dignidad, porque se dejaban mantener por sus mujeres, cosa que para unos hijos de inmigrantes como nosotros era absolutamente inaceptable.

Me mostró los carteles que se exhibían sobre las entradas a los comedores y oficinas: "El que no trabaja, no come". "El pan hay que ganarlo" insistía, "no se puede regalar. Si lo regalás, estás criando vagos". Hablamos de las políticas de subsidios, o de los subsidios políticos, para comprar votos que eternicen a los gobernantes que los conceden, creando una masa de vagos. Hablamos de Argentina. Cuando él la dejó, en el 75, todavía era un país rico. Yo la dejé en el 89, descorazonado. "Si fuera hoy -reflexionó- no me hubiera ido. Con la pobreza que hay hoy, me hubiera quedado en mi país".

Hablamos de fútbol. Lo utiliza para acercarse a los jóvenes. Con una pelota de fútbol logró que los que antes se peleaban entre sí, formaran un equipo y corrieran juntos detrás de la pelota, y le metieran un montón de goles a la pobreza y al odio. El equipo de la vida, cuyo logo era la sonrisa que vi en esa tropa de niños malgaches que corrían por todos lados.Todos los domingos, después de la misa, se juega un partido con ellos, y me juró que mete goles desde más de 25 metros. Si a mí hoy me ponen una pelota delante pregunto para qué sirve. De Messi, que lo invitó a su casa. Un buen tipo, cariñoso. Pero con tantas cosas en la cabeza, que quizás no se da cuenta que podría hacer muchísimo por este futbolista del equipo de Dios, o como se llame.

Unos ingenieros franceses estaban montando instalaciones de energía solar, así que nos invitó a compartir la mesa con ellos. Me senté a su lado, y en ese momento tuve la visión de ser unos de esos figurantes de los cuadros religiosos del renacimiento. Yo estaba junto al Santo, compartiendo su pan.

Coincidimos en el vuelo de vuelta a París. Yo volvía a mi casa, con mi familia, a ordenar las fotos y comentar lo maravilloso que es Madagascar. A él lo esperaba una semana llena de entrevistas en diversos medios, que lo ayudarían a conseguir fondos para seguir con su colosal obra. Estábamos en la cola para facturar cuando ingresó a la sala. Muchas caras se dieron vuelta y sonrieron. Todos los pasajeros tuvimos la sensación que volaríamos más seguros con el Padre Pedro entre nosotros. Lo vi hablando con un acompañante y no quise interrumpirlo. Fue él el que se acercó a mostrarme unas fotos en el móvil.

- ¿Estuviste en la misa del domingo?

Avergonzado de mi ateísmo, inventé una excusa para no reconocer que había echado el día viendo lemures y comprando artesanías. Miré las fotos.

Él no podía dar misa en una iglesia. La daba en una enorme cantera de donde había rescatado a tantos niños picapedreros. Las fotos mostraban una inmensa Bombonera en un clásico Boca-River. No cabía un alfiler. Y en el centro, el Padre Pedro oficiando.

Durante el vuelo medité por ese regalo de la vida que fue conocer a este revolucionario. Porque prefiero mil veces la revolución del Padre Pedro que la del Che Guevara, otro paisano. Pedro derrama amor, dignifica a sus semejantes, une a las personas. Construye, es un albañil de Dios, como él dice. El Che basaba su lucha en el enfrentamiento de las personas, en el resentimiento y el odio hacia otros, a los que había que fusilar. Los dos quisieron combatir a la pobreza y la desigualdad. Uno con la metralleta y el otro con un balón de fútbol.

¡Qué grande, Pedro! ¡Qué lujo haberte abrazado!

El Padre Pedro Opeka es candidato al Premio Nobel de la Paz 2021.

Andrés Montesanto es médico, escultor y escritor residente en Málaga.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES