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Tito

martes, 18 de mayo de 2021
La tragicomedia mezcla tragedia y comedia. Las proporciones no siempre son iguales. Setenta y cinco por ciento de tragedia y veinticinco por ciento de comedia, ¿Es también tragicomedia? Discusiones bizantinas. Evoco a Tito, su apellido se lo lleva un piadoso olvido.

¿Vale o no la pena evocar historias como la suya? Recuerdo una anécdota de juventud en la que respecto a Carlos Barón Biza -figura de mediana fama en otros tiempos- un amigo de la familia me contó su historia con detalles. Otro, cuando le pregunté, eludió el tema y simplemente dictaminó que no valía la pena hablar sobre personajes de ese tipo.

Como en los cuadros impresionistas, sólo puedo ir dando pinceladas imperfectas que tal vez permitan que la mente de algún lector rearme un todo; ni muy cruel ni demasiado benevolente. En particular, teniendo en cuenta que mi conocimiento es impreciso, lejano e incidental. Van algunas:

Estudiante avanzado y trunco de medicina, lector voraz, con una charla entretenida y amena, lo recuerdo con sus anteojos de grueso aumento, bigotes castaños tupidos y modos atolondrados. De ideas de izquierda moderada -hombre del doctor Oscar Alende- nunca supe cómo comenzó su vida de alcohólico. Para cuando no llegaba a mis veinticinco años, él ya había superado los cuarenta largos. Lo traté, por citar alguna referencia, en los tiempos de Alfonsín y del primer Menem.

Voz grave. Los cigarrillos negros lo fueron encorsetando en ese timbre. Cuando reía, su voz era estentórea y potente. Divorciado y sin pareja conocida. Un hijo sobre el que alternaba anécdotas tiernas y cuotas de sufrimiento.

No trabajamos juntos, pero estábamos lo suficientemente cerca como para saber el uno del otro.

Sentado a su escritorio de la oficina, rodeado por casi una veintena de compañeros, algunos más jóvenes y otros próximos a jubilarse, lo evoco tecleando su máquina de escribir, muy concentrado. Sin que nadie supiera por qué, de repente se paró, tiró la silla hacia atrás con la parte posterior de sus piernas y empezó a gritar ¡"Taxi, Taxi"!. Cuando se dio cuenta de que no estaba en la calle sino en el Banco, volvió a sentarse con timidez y retomó su tarea como si nada hubiese pasado.

En otra oportunidad, le dio todos sus ahorros disponibles a un compañero que vivía una situación complicada. Nunca le oí quejas de que no se los devolvieran.

Cena de compañeros en Chiquilin, esquina de Sarmiento y Montevideo. Por motivos que no quedan claros (¿tal vez el precio?) Tito -que ha ido con su novia del momento- prefería cenar en un local de la vereda de enfrente. Discutió, intentó convencer al grupo; no lo consiguió. ¿Resultado final? Se fue con la novia al otro restaurante y se sentaron estratégicamente a una mesa que daba al ventanal a la calle. Como nosotros estábamos también en una mesa pegada a la calle, podía vernos y nos hacía gestos obscenos. Nadie le respondió.

Recitaba de memoria poemas de Mario Benedetti. Aprendidos seguramente en su juventud, antes de que el alcohol lo destruyera.

En un restaurante sobre el boulevard Chenault, en tiempos en que Las Cañitas no tenía la celebridad que luego supo tener, se enfrentó verbalmente con un político de nota que también se fue del mundo de los vivos. Se levantó de nuestra mesa, atravesó el salón de medianas dimensiones y fue como una saeta directamente hasta la mesa donde un grupo de jóvenes rodeaban a quien apodaban "el Canca". ¿Motivo? Tito entendía que era un traidor, que se había aburguesado y que ya no defendía a la clase trabajadora. El Titoincidente no llegó a más porque el agredido y sus acompañantes adivinaron un infierno en la mente del agresor. Todo se diluyó sin que escalara a mayores.

Un día llegó a la oficina vestido con la camiseta del equipo titular de fútbol de Francia, con pantalón de traje, pero con muestras claras de sus esfínteres se habían tomado vacaciones. Hubo que sacarlo inmediatamente: el espectáculo era inmundo. Varios son los recuerdos repulsivos, pero éste alcanza como botón de muestra.

Algunas veces lo retiraban en silla de ruedas. Psicólogos, médicos y asistentes sociales insistían en que, salvo internación, era preferible que trabajara y socializara antes que se quedara sólo en su casa. Hubo abismos en su vida que nunca supimos ver. Hubo temporadas de licencias psiquiátricas. Siempre volvía.

Su único hijo era dotado para el dibujo. Hermosas caricaturas salían de sus manos. Con esas mismas manos se quitó la vida de un tiro cuando rondaba los dieciocho años. Tito quedó más solo.

La última vez que lo vi con vida fue internado en una clínica de la Capital sobre la avenida Pueyrredón donde fuimos con un compañero. Dialogamos animados.

¿Cómo habrá sido su infancia? ¿Qué dramas o debilidades lo atraparon en la bebida? ¿Habrá otra vida después de ésta? ¿Se habrá reencontrado con su hijo querido? ¿Tendrá algún tipo de paz?

Sumergido en mares de alcohol, recuerdo a una buena persona de sentimientos nobles. Animalizado por los vicios, castigados su cuerpo y mente. ¿Valdrá para él la frase de Rumi, el poeta persa de tiempos idos? Recordamos: "¿Donde hay ruina, hay esperanza para un tesoro?".

Mayo de 2021.


Pedro Acuña, es alumno del taller del escritor y profesor argentino-gallego Carlos Penelas.
Acuña, Pedro
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