Emoción

Ayer me sensibilizó oír un audio del P. M. Fernández cuando se refirió a los clavos de Jesucristo. Comentó que Constantino, convertido al cristianismo, llegó a Roma con su ejército en el cual venció a Majencio en el año 312.

En ese entonces estaba el Papa Silvestre I, quien le cedió al emperador dos de los tres clavos de hierro de Jesús que se conservaban desde la época de Pedro.

Constantino fundió un clavo para su corona de hierro y el otro para la herradura de su caballo. Decía querer llevar a Cristo sobre su cabeza y marchar en nombre de ÉL sobre los cascos de su corcel.

El tercer clavo se venera en la Iglesia de la Santa Cruz, cerca de Letrán.

No lo sabía, como tampoco que fue Constantino quien prohibió que nadie más en el imperio fuera ejecutado con la cruz por respeto a Jesús.

Lo escribo para no olvidarlo y porque hubiera querido decirle a Silvestre I que no los cediera y a Constantino que no los fundiera. Los hechos no modifican la muerte en la cruz. Más que venerar a los clavos, agradezco su AMOR.

Buenos Aires, 2021.

Silvina Vocos, es alumna del taller del escritor y profesor argentino-gallego Carlos Penelas.