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Se ha muerto Lebrija

lunes, 23 de junio de 2008
No sé en dónde ha sido, si en Antequera o en Archidona. No me lo han concretado, ni yo lo pregunté. ¡Qué importa en dónde!. Yo creo que, seguramente, habrás pensado: “Ahí os quedáis, ¡a mareá la oliva, hijos de puta der mundo tó!”.
Tus méritos han sido muchos, innumerables, intangibles e inconcretos: Cientos de libros en tu cabeza, nunca escritos, cantes repentizados por miles, sentencias imposibles de descifrar, celebradísimas ocurrencias y sablazos inmensos.
Es que, ¡Lebrija!, por vender vendías hasta los jardines de la alameda y el mismo Parador de Antequera, si alguien se dejaba seducir por tu elocuencia. Dicen que en un agosto de esos tuyos, sin cartera, a punto estuviste de venderle “al francés” El Torcal completito, con un argumento razonable: “Es mi herencia, que no quiero, por brumosa”. ¡Qué fenómeno!
Considerado según el dogma, eras un gran pecador. El que todos querían en las reuniones, porque sólo tú te atrevías a cantar lo que nadie era capaz de cantar. Recitabas a Lorca como nadie. Además, lo reverenciabas “es el mejó y el de más caletre”. Asegurabas que ser transgresor era imprescindible para ser libre, incluso en materia religiosa: “Pa cantá bien al Señó, ties que ser gran pecaó”.
Decían que tu amor tenía su límite en lo que duraba el acto físico. Y tú lo proclamabas: “en cuanto me apareo me voy como los pájaros. No quiero comprometer porque sería un mal hombre y un peor mario”. Afirmabas que si te coincidía una mujer como tú vendrían al mundo maldades redobladas y, de éstas, añadías, “está er mundo a reventá”.
Eras genial, Lebrija; un gran amador, según las lenguas, y bastante machista, estoy seguro.
Eras, Lebrija, persona muy aseada y pulcra, y discretísima en los asuntos femeninos.
Sin embargo, según me han dicho, extraordinariamente descuidado y desconsiderado: sin reparo alguno, has sido padre soltero por no sé cuántas veces.
Ya dije, contradictorio: en tus sentencias, en tus saetas y en tus pasiones. Nadie es perfecto.
El Cristo Verde, de Antequera, era tu única adoración, tanta, que por verle pasar en Semana Santa lo dejabas casi todo, casi todo menos lo que ya se ha podido deducir. Tan devoto eras, que sollozabas ante su paso y le cantabas hasta enronquecer:

“Señó mío, señó mío,
mal acompañao vas,
si malos son los de alante
peores son los de atrás”.

Incoherencias, Lebrija. Contabas que eras hijo de Guardia Civil y que fuiste legionario. ¿En qué quedamos?. Jamás lo has aclarado. Tampoco nadie te lo ha pedido. En aquella época se aplaudía tu saeta y nada más.
Eras amigo de todos y “amigo de naide”. Te lo organizabas sin una peseta: “que paguen otros, que pa eso yo divierto”.
Eras un caradura singular. Por esta razón, seguramente, ¡yo qué sé!, tenías tanto éxito con lo femenino.
Si algún día voy por Antequera subiré al Torcal y, entre la niebla perfecta, repasaré la originalidad de un tipo genial, envidia y azote de señoritos; ocurrente, espontáneo (depende cómo y cuándo) novelesco y mentidor. Un ser especial, un artista, un científico, un apóstata, un genio vital, un doctor en psicología por naturaleza, por pura necesidad; licenciado a trompadas y a empujones: un pícaro lazarillo, con algo de Sancho y residuos casi imperceptibles de Quijote.
En algún esporádico arranque de sinceridad lo confesabas: “Lo mío, hermanos, es una ciencia cogía a trocitos universales”.
Federico García Lorca y el Cristo Verde eran tus señas de identidad. Cuando querías alardear de serio, (muy raramente), explicabas: “yo anovio palabras tal cual llegan a mi boca y asín las suelto, asegún me cuadran; mis palabras casan las unas con las otras; si no me coinciden, las invento, que pa eso tengo arte”.
Perdona, te lo digo a lo llano y a lo pronto: en general, no te he admirado en tu totalidad, Lebrija, pero te he querido bien y aún te quiero y te recuerdo con cariño.
¡Qué pillo has sido! ¡Qué golfo eres, Lebrija, vagabundo!.
No quiero hacerte un poema, ni un cante, ni una cuadrá; te reirías de mi y no me da la gana.
No me da la gana, amigo; no quiero, hoy necesito ser libre como lo fuiste tú, casi irreverente, transgresor y sinvergüenza. Además, Lebrija, también, en cuestión de poemas y cantares, tú eres más versado. Yo no tengo tu talento.

Pa se versero cuadrao,
en constante primavera,
o namorao o borraxo,
con una jay a tu vera.
¡Y vivir en Antequera!

¡Lebrija, Lebrija!, vérsero repentista.
¡Qué pena que no hayas dejado nada escrito!.
Se lo ha perdido Antequera, Archidona,
Priego de Córdoba, Málaga; Andalucía.
Lo hemos perdido todos.
Se lo perdió el mundo entero.
Tu verso está en ti y emigró contigo eternamente.
Descansa de tu ocio, Lebrija,
en tu Isla pícara, reposa en paz serenamente.
Gzlez.Vigo, Marcial
Gzlez.Vigo, Marcial


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