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Valentín Portabales Blanco (2)

lunes, 05 de abril de 2021
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En el nuevo siglo don Valentín siguió dando muestras de una gran vitalidad, como la que reveló durante la conmemoración del III Centenario del Quijote en 1905 que se celebró en la ciudad y en el Instituto con cierta espectacularidad académica y cultural, tal vez con la intención de ayudar a superar la crisis de identidad nacional que había provocado el desastre colonial de 1898.

Por entonces, una de las principales preocupaciones de Portabales era la de conseguir mejores instalaciones para un Instituto provincial que era huésped cada vez más incómodo de la Diputación. Para los docentes las dependencias eran inapropiadas para afrontar el modelo de enseñanza más pragmático que ahora se exigía y que además comenzaba a abrirse a los dos sexos. Por eso, cuando redactaba la memoria para el curso 1907-08, don Valentín criticaba la mala orientación de los locales y la imposibilidad de ampliarlos, preguntándose por qué Lugo no podía disponer de un edificio propio para Instituto como estaban consiguiendo otras ciudades españolas de similares características como Guadalajara, León, Pontevedra o Zamora. La petición se repetiría en las memorias de los años siguientes y seguramente estas reclamaciones animaron, una década después, a intentar que fuese adelante un proyecto de construcción de un magnífico edificio educativo que, desgraciadamente, no pasó del papel.

Mientras, el señor Portabales siguió cumpliendo con pulcritud sus obligaciones como docente y director: recibía con satisfacción a las primeras alumnas del Instituto, limaba, con la habilidad que le daba su experiencia y con la consideración que inspiraba entre alumnos y profesores, las controversias que surgían entre la enseñanza pública y privada que en otros centros ocasionaron auténticos motines, mantenía el ritmo de las Valentín Portabales Blanco (2)clases y exámenes y se preocupaba de remitir cada tres años el parte al Ministerio que garantizaba su aptitud física e intelectual para mantenerse en activo cuando ya era octogenario. No hay duda que estaba en sintonía con los tiempos, porque en la memoria de 1915-16 redactada en plena I Guerra Mundial, se congratulaba de la creciente presencia femenina en las aulas, ironizaba sobre su avanzadísima edad y se lamentaba, con cierto retraso, del asesinato de José Canalejas ocurrido tres años antes.

La salud de don Valentín empezó a declinar a partir de entonces, De hecho, la lectura de la memoria del curso siguiente hubo de hacerla el secretario Iglesias Camino y, de un modo que tenía cierto tono de despedida, el diario compostelano Gaceta de Galicia de 28 de septiembre de 1916 le dedicaba desde su portada un merecido homenaje que firmaba Antonio Fernández Tafall y que incluía una fotografía, una biografía y una referencia a los Premios Portabales que él había creado para recompensar a los alumnos de escasos medios económicos y de brillantes expedientes académicos.

Fue Valentín Portabales un hombre muy religioso y generoso. Lo primero, lo dejó oportunamente registrado con su participación en la octava peregrinación a Tierra Santa que se celebró en 1914 y en la que se atrevió, con 85 años, a todo un periplo por el próximo Oriente y por el Mediterráneo, incluyendo una visita al Papa Pio X. Lo segundo, su desprendimiento y filantropía, se hizo patente con la mencionada fundación de los Premios Portables y con los continuados donativos que aportó durante su vida, de los que puede ser ejemplo el que recordaría el profesor Epifanio Ramos en sus referencias biográficas cuando aludía a las 4.000 pts. que donó en enero de 1920 para la construcción del nuevo hospital, cantidad que puede valorarse comparándola con las 3.000 que aportaba el obispo de Lugo, o las 2.794 que aportaba el Círculo de las Artes o las 1.000 pts. que entregaba el Casino de Caballeros. Naturalmente, desde esa generosidad no olvidó a 'su' Instituto, al que donó una biblioteca personal que incluía interesantes volúmenes dieciochescos y, además, el bastón de director honorario con el que se le había obsequiado en el momento de su jubilación y que hoy preside el despacho de dirección del Instituto Lucus Augusti.

La memoria del curso 1917-18 aludía precisamente a esa jubilación que se produjo con fecha de 31 de junio de 1918, un retiro obligado por las recomendaciones de la Ley de funcionarios civiles de ese mismo año que declaraba prescriptivo el retiro laboral de los docentes de más de 70 años. Con este motivo se le dedicaba un laudatorio recuerdo por parte del nuevo secretario Luciano Fernández y Fernández, que lo despedía al mismo tiempo que a su colega y amigo Ramón Iglesias Camino. El Instituto de Lugo abría ahora una nueva época bajo la dirección del catedrático de Física Salvador Velayos y González.

Pese a los cada vez más abundantes problemas médicos, don Valentín vivió todavía casi tres años más, acompañado de su sobrino el canónigo Inocencio Portabales Nogueira y bajo los cuidados de su asistenta Esperanza. Había quedado viudo de su esposa Cándida en 1906 y carecía de hijos vivos. Moriría a las 11 de la mañana del día 30 de marzo de 1921 cuando había cumplido los 92 años, una edad muy avanzada para la época.
Valentín Portabales Blanco (2)
La despedida del profesor y director sería multitudinaria porque era sin duda unos de los lucenses más populares, queridos y respetados de la ciudad, por eso su entierro, sería oficiado por el obispo de Lugo, y antiguo alumno suyo, Fr. Plácido Rey Lemos, al que acompañaron autoridades, claustro del Instituto y Cabildo Catedralicio, así como representantes de todas las sociedades lucenses. Tampoco la prensa local se olvidó de despedirlo, como harían El Regional, El Norte de Galicia y La Voz de la Verdad en sus números de 31 de marzo de 1921, en los que incluían notas necrológicas, esquelas e incluso alguna fotografía. Por su parte, El Progreso de 8 de mayo de 1921 recordaba la colocación de una placa de mármol en los claustros del Instituto que sus alumnos habían costeado para perpetuar su memoria.

Luciano Fernández Penedo, que como hijo de Luciano Fernández y Fernández conoció a Valentín Portabales en su niñez, lo califica en su Historia viva del Instituto de Lugo, como una figura legendaria, como el catedrático de mayor notoriedad popular en Lugo y como maestro de cuatro generaciones de estudiantes. Desde luego había batido todos los records de longevidad docente y administrativa, alcanzando el número uno de la escala de catedráticos por antigüedad. Otras laudatorias alusiones le dedicaron sus discípulos los médicos y brillantes publicistas Antonio Correa Fernández o Jesús Rodríguez López, el primero en su Historia fin de siglo, el segundo en su composición A malla. Otro antiguo alumno Prudencio Iglesias Hermida, exitoso novelista, le dedicaría personalmente algunas de sus obras que todavía conserva la biblioteca histórica del Instituto Lucus Augusti. Un escritor lucense que no necesita presentación, Ánxel Fole, lo recuerda con afecto en su Cartafolio de Lugo. Antonio Couceiro Freijomil incluiría una semblanza suya en el Diccionario biográfico de escritores, a pesar de que Portabales había sido parco en aportaciones escritas. Con motivo del 150 aniversario del Instituto provincial, el ya aludido profesor Epifanio Ramos de Castro recogería una biografía del personaje resaltando que la vida de don Valentín había estado íntimamente unida a Lugo y a su Instituto.

Pero parece que todos estos encomiásticos comentarios no han sido suficientes para que se le recuerde como merece por parte de la ciudad con la que se sintió tan identificado aquel hombre grave y serio pero afable y bondadoso, de correcto trato y de un meticuloso vestir que completaba con un sombrero de copa que se hizo popular en Lugo porque lo descubría constantemente para saludar a sus conciudadanos. Por el momento, estos no han sabido o querido corresponder de algún modo al recuerdo de un docente que marcó una época en la ciudad y que fue capaz de dejar una afable memoria en todos aquellos que lo trataron. Pero aún se está a tiempo.

Antonio Prado Gómez es Doctor en Historia.
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