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En el borde del abismo

martes, 26 de enero de 2021
No me importa ser tachado una vez más de pesimista, ni tampoco demasiado mi futuro. Al fin y al cabo ya viví la mayor parte de mi vida. Pero sí me importan las generaciones futuras a las que deseo con toda mi alma un futuro mucho más halagüeño que el que se vislumbra.

No, no quiero ser tampoco un maldito agorero que predica futuras calamidades como si, al decirlo, me convirtiera en un profeta de cataclismos, porque precisamente mi deseo es lo contrario. Sólo reflejo los avisos de la naturaleza y los reiterados intentos de nuestros científicos para concienciarnos de la necesidad de cambiar, quizás hasta radicalmente, nuestra manera de vivir para al menos dejar a las generaciones venideras una Tierra habitable.

No, no somos absolutamente conscientes de lo que se nos avecina y hablar de nuevos virus, ahora que para el covid parece haber vacuna, nos aboca a pensar que también para ellos habrá solución. Ya lo veremos. Por lo de pronto ya anda uno nuevo por el sudeste asiático.

Pero si esto no fuese suficientemente triste, ahí está el cambio climático con un futuro sin hielo en los polos y una desertización galopante a la que que hay que unir inundaciones, sequías, cambios bruscos de temperatura... Hace poco leí que nuestras costas sufrirán transformaciones muy fuertes, y evidentes a corto plazo, como resultado de los cambios que ya se avecinan.

Pero también están ahí la extinción de las especies y la cantidad enorme de agresiones que sufre la Tierra víctima de la voracidad humana, de la depredación más agresiva...La vida requiere y exige una disciplina contundente, seria y, sobre todo, eficaz. Y esa es otra asignatura pendiente más de una clase política, siempre inmersa en luchas caínitas, inconsciente, desnortada y mediocre.

Cuando todavía se discute si la salud es más importante que la economía, uno no deja de pensar que el ser humano tiene algo más de tonto de lo que creíamos. Sí el medio ambiente acaba por declararnos la guerra como especie, de poco valdrá la Bolsa. El hombre primitivo sobrevivió a la precariedad más absoluta.

El problema del hombre para sobrevivir no es otro que el de la codicia. Ella es la responsable de la los ataques a la naturaleza como deforestación, la extinción de las especies y la contaminación. Y ellas tienen un común denominador: el maldito dinero. Mientras no seamos capaces de controlar ese otro "bicho" interior, que es el afán desmedido por el dinero, que proporciona bienestar, placer, lujo y otras vanidades, y que es el último responsable de cuanto acontece, ningún cambio será eficaz.

Por mi cabeza, ante este problema, surgen, no ya soluciones que evidentemente desconozco, pero si reflexiones tan sencillas como ¿ para que nos valen múltiples tonterías que compramos? ¿por qué tenemos tan arraigado el sentimiento de poseer cosas? ¿ cual sería el remedio para las desigualdades entre los seres humanos? Por qué en la práctica adoramos más al becerro de oro que al verdadero Dios, si es que lo hay, pero que al que en el fondo nos encomendamos? ... Y eso me conduce a la necesidad de una nueva filosofía basada en la austeridad, en la fraternidad, en desprendernos de lo superfluo, en compartir, no ya por caridad, sino por mutuo respeto, en vivir con nuestro entorno con la consideración y el amor que él nos aporta. Para muchos, la Naturaleza es nuestra verdadera madre, una madre tangible a la que exprimimos sin compasión ni el más debido respeto. Y razonable es su ira, su cansancio de menosprecio, su agotamiento ante nuestra voracidad, su compartimiento tan agresivo.

Camino nos queda por recorrer. Desconozco cuanto y cuando, pero me temo que lleguemos tarde y sería una pena porque para muchos de nosotros fue hasta ahora el mejor paraíso. Del otro... ¡sabe Dios!

Una buena lección para educación para la ciudadanía sería,quizás, hablar del respeto de la Tierra.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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