Cuando hablábamos del tema de las luces navideñas se contraponían dos posturas bastante claras: la de quienes piensan que es un gasto superfluo que se podía obviar para destinar ese dinero a quienes más lo necesitan, y la de los que creen que es un incentivo importante no sólo para promocionar el comercio sino para intentar levantarnos el ánimo a todos, que buena falta hace. Yo soy de los segundos, pero comprendo perfectamente la postura de los primeros.
Pero lo que estoy seguro es de que ninguna de las personas que opinaba sobre esto aceptaría lo que está pasando en Lugo, la ciudad que siempre nos sorprende con su peculiar gestión en casi todos los ámbitos: la iluminación navideña se apaga a las 12 de la noche, es decir, una hora más tarde del toque de queda.

¿Qué lógica tiene eso? Porque ni los más férreos defensores de las virtudes de la iluminación navideña defenderán que se utilice cuando por la calle no puede haber nadie al margen de las escasísimas excepciones que contemplan las normas. ¿No es un despilfarro energético más que evidente por parte de una administración que va por el mundo presumiendo de ecológica?
Ni siquiera es un problema difícil de solventar. Supongo que no habrá una persona que vaya encendiendo y apagando las luces, que estará automatizado y que habrá una programación, así que es simplemente que no se han dado cuenta, como es habitual porque no se fijan en los detalles de casi nada. No parece que tenga mucho sentido poner el reloj hasta las 12, apáguenlas a las 11 de la noche y lograrán dos cosas, que sirva de aviso a algún despistado que esté fuera de casa cuando no debe
tal vez esa hora que sobra se podría añadir al inicio para disfrutar más tiempo de la iluminación.