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El ahogado

miércoles, 11 de noviembre de 2020
Un cadáver en el Miño

Desde Sartédegos se veía un Miño de plata por el que nadaban todas las estrellas del firmamento. A medida que descendíamos desde Cudeiro mi primo Lito y yo sentíamos más ganas de meternos en el agua fresca para sacarnos de encima los calores últimos de aquel septiembre.

Siempre nos bañábamos en un sitio en el que tenías hierba verde bajo los abedules, una media luna de arena negra como playa y rocas diferentes en el medio del río, que nos servían de descanso para cuando queríamos pasar nadando a la otra orilla… o escondernos de los demás.

Había una a la que bautizamos como “A Peneda Vermella” porque parecía de color sangre, como si a ella fuesen a parar todos los ahogados del Miño, numerosos a lo largo de los años, a juzgar por lo que me advertía siempre mi abuela:

—- Ten moito coidado. Todolos anos baixa polo río un afogado. Non fagas tolerías.

Yo nadaba siempre hasta allí, sobre todo si me acompañaba Berta que era mi mejor amiga de la pandilla. Sabíamos nadar bien desde los ocho años y ahora que habíamos cumplido quince dominábamos el río como nadie. A ambos nos gustaba escondernos detrás de la “Peneda Vermella» para darnos ese beso adolescente que ayudaba a despertar pasiones nunca culminadas porque las enfriaba el agua pura y fluvial.

Aquel rincón natural era tan nuestro que solo la gente joven de Cudeiro se atrevía a bañarse en él. Porque éramos los que conocíamos el río aquel palmo a palmo, entre Barra de Miño y Oira. Digo aquel porque no tiene nada que ver con este otro mar interior en el que lo ha convertido la presa de Velle. Si te digo la verdad, la presa generará mucha energía pero hundió espacios naturales de gran valor ecológico.

Allí veíamos nadar a las nutrias, volar a las garzas, beber al zorro… No te puedes imaginar lo que es disfrutar de una infancia así. Creo que gracias a aquel Miño aprendí a amar con pasión a la Naturaleza, siguiendo las sabias enseñanzas de mi madre, la mejor conocedora de la flora y fauna de estos lugares mágicos que me vieron nacer y crecer.

Era domingo tarde y había fiestas y romerías en todas partes de la provincia. La gente de Velle había bajado al río de merienda y el Cuco montó allí chiringuito y baile. Se oía el acordeón y a la gente cantar las de siempre en la otra orilla.

¡Qué fiestas aquellas! Oye… ¡Y qué romerías! Pues sí que hay que tener fe en la Virgen para dar vueltas a un santuario, de rodillas y sin protección…

Se lo contaba a Berta mientras escuchábamos a la gente del Cuco de Velle a lo lejos, ensombrecido por el fuerte batir del agua contra las piedras…

—- Mi tío Aníbal me llevó una vez en su “Sanglas” a Pinol, que es parroquia y santuario a la vez de A Virxe das Cadeiras. Nunca supe porque llamaban así a esta virgen, solo sé que curaba todo. Tú te ofrecías a ir en un ataúd, descalzo, con hábito morado, a dar equis vueltas de rodillas al santuario… y la Virgen te curaba del mal que tuvieses.

—- ¿Dónde está Pinol?

—- Río arriba, Berta. Casi podíamos llegar nadando si no fuéramos contracorriente. Está en Sober, mas arriba del Sil…

—- Digo yo que habrá algo más que rezos…

—- Claro, por eso va mí tío que es un festeiro.

Recuerdo aquella romería como una de las más atractivas de cuantas fui en mi vida… Era como si aquella Virgen hubiera reunido en su santuario a todos los oferentes del país. Según decía aquel cura, nadie que fuera ofrecido a “Nosa Señora das Cadeiras” sufriría enfermedad o muerte dolorosa…

¡Vaya sermón! ¡En realidad le estaba pidiendo a todo el mundo que colgara billetes en el manto de aquella imagen que ocupaba un lugar preferente en su santuario!

Luego salía la procesión solemne y la gente le seguía pinchando billetes a Nosa Señora, que desfilaba escoltada por cuatro curas, la Guardia Civil y la Banda de Música de Merza… Detrás de la comitiva, los fieles cumplían sus promesas… ¡Hasta cuatro ataúdes conté yo!

Terminaba el acto religioso y todos comían y bebían en varios chiringos montados al efecto. Sonaba la gaita, echaban fuegos, algunos y algunas bailaban, todos reían y daba la impresión de que todo el mundo estaba muy contento…

Cuando regresamos a Cudeiro me pregunté para mis adentros que si era verdad lo de aquella Virgen… el hecho de que curase todas las enfermedades… ¿Por qué estaban haciendo un Hospital nuevo más allá del Posío?

A mí tío Aníbal, a los tres años de acudir a aquella romería tan famosa, se lo llevó un cáncer cuando aún no había cumplido los cincuenta… Está claro que yo dejé de creer en la “Virxe das Cadeiras” y me parece que mucha otra gente también. Es más, creo que ya no se celebra romería alguna en Pinol – Sober, desde hace mucho tiempo…

Estábamos Berta y yo comentando los milagros virginales cuando… ¡Zas! Un cuerpo desnudo aterriza en nuestra “Peneda Vermella”…

—- Será cabrón, bañarse en pelotas delante de las chicas… ¡Eh! ¡Tú! ¡Ponte el bañador!

—- Gerucho, no se mueve…

—- ¡Ondiá! ¡E o afogado que dice miña aboa!

—- No lo toques… Vámonos, tengo miedo…

Berta se tiró al agua al mismo tiempo que mi curiosidad recorría aquel cuerpo que la corriente del río había asentado en la peña. Grité a los demás…

—- Lito, Chicho… ¡Acudide! ¡Hai un afogado!

Casi al mismo tiempo que Berta llegaba a la orilla llegaron ellos a la “Peneda Vermella” donde yo hacía cábalas sobre lo que le podía haber pasado a aquel hombre, de unos treinta o treinta y cinco años, moreno, con pinta de labrador por su cara quemada por el sol, fuerte de complexión y con un enorme pene, tan grande que yo no había visto cosa igual…

Mi primo Lito que era el mayor, tomó la iniciativa…

—- No le toquéis. Hay que avisar a la Guardia Civil no vaya a ser que se trate de un asesinato…

—- ¡Que va hombre! A este se le cortó la digestión y se ahogó en el río…

—- Bueno, no tiene otra marca que no sean las propias del río…

—- Pero hay que llevarlo a la orilla…

Y así fue. Entre los tres lo acercamos a la playita y lo depositamos en la arena. Chicho se vistió y fue corriendo a avisar a la Guardia Civil, a El Puente, que estaba a cuatro kilómetros, más o menos…

La hora que tardó la Guardia Civil en llegar la pasamos todos en silencio. Yo creo que en el fondo pensábamos que no se trataba de un accidente.

Un sargento y un número inspeccionaron aquel cuerpo al que no identificaron. Luego vino el juez, el médico forense y toda mi pandilla quedamos a su disposición, pero nos dejaron marchar. Al llegar a Cudeiro fuimos cada uno para su casa, pese a que aún eran las ocho.

Lito y yo les contamos a nuestros padres lo que había pasado en el río. Estábamos nerviosos y nos dieron una tila que sabía a rayos. ¡Nunca desde entonces soporté la tila!

Al día siguiente, mi padre, que leía el periódico de cabo a rabo, se fijó en una noticia que ofrecía “La Región”:

“Desaparece el dinero de la Virxe das Cadeiras”.

Así titulaba la información, que proseguía:

“En la localidad lucense de Pinol, perteneciente al ayuntamiento de Sober, se produjo ayer la misteriosa desaparición de parte del dinero que los devotos ofrecieron a Nosa Señora das Cadeiras. Concretamente la cantidad se refiere a lo recaudado antes de la procesión, aunque el hecho no fue denunciado a la Guardia Civil por el párroco hasta que se deshizo la romería, avanzadas las ocho de la tarde. La Guardia Civil investiga lo ocurrido, pero todo indica que se trata de un robo sacrílego”.

El periódico ourensano no ofrecía mas detalles ni tampoco vi por ninguna parte la noticia del ahogado, pero algo me dijo que ambas historias estaban relacionadas entre sí. Y se lo comenté a mi padre. Mi teoría no le convenció mucho pero aún así decidió que debíamos de ir a El Puente, para hablar con la Guardia Civil.

El teniente Ojea, encargado del caso y comandante del cuartelillo, había identificado ya el cadáver del ahogado. Sus padres habían denunciado su desaparición a la Guardia Civil de Sober que transmitió su descripción a la de El Puente. Eran muchas las coincidencias para que no se tratase de Elpidio Alonso Martínez, de profesión labrador, 34 años, moreno, alto y de fuerte complexión, natural y vecino de Pinol.

—- No es una mala teoría, chaval. No está mal…

Pasaron los días y nada volví a saber ni del robo ni de la muerte de Elpidio Alonso; pero ya con el otoño a cuestas mi tío Aníbal me llevó a ver los Cañones del Sil.

El viaje en aquel Seat 600 fue una pasada. Fuimos de Cudeiro a Ourense y de la capital hasta Os Peares. Allí serpenteamos el Sil río arriba hasta Parada. Luego dimos vuelta y cruzamos hasta Sober y de allí a Pinol…

La casualidad hizo que nos encontráramos al teniente Ojea que enseguida me reconoció. Estaba exultante porque por fin acababa de resolver aquel extraño robo, seguido de asesinato. La reconstrucción del crimen recién había tenido lugar, me dijo, por parte del juez de instrucción de Monforte de Lemos…

—- Todo el expediente está listo para el juicio. Tú teoría, chaval, casi resulta exacta.

Resulta que dos individuos, que se hicieron pasar por devotos romeros, entraron en el Santuario al mismo tiempo que se iniciaba la procesión y una vez que el sacristán “limpió” el manto de la Virxe das Cadeiras. Como era costumbre todos los años, el sacristán había escondido en una saquita, entre los ornamentos, en una cómoda, toda la recaudación de la mañana, que en aquel caso era de unas doscientas mil pesetas.

Mientras la Guardia Civil que protegía a la Virgen y todos los demás miembros de la Iglesia rezaban en la procesión, los individuos fueron a por el dinero que suponían estaba donde estaba…

—- Uno de ellos era el Elpidio, ¿No?

—- Ahí es donde falló tu teoría… Elpidio Alonso fue la víctima.

Y el teniente nos explicó como habían cantado el asesinato dos rufianes de Sarria, hermanos por más señas, que estaban fichados por otros muchos delitos contra la propiedad.

—- Cipriano y Ambrosio P.R. cometieron el robo y escaparon sin ser vistos por nadie, solamente por Elpidio Alonso, que les siguió para saber de dónde eran o quizá por si escondían el dinero.

Los dos asesinos lo dejaron llegar hasta el embalse de San Pedro, ya cerca de Os Peares y desde allí lo lanzaron entre los dos al río Sil. Por su fortaleza física la caída no produjo roturas óseas pero sí un desvanecimiento que no le permitió ganar la orilla. Murió ahogado y el Sil primero y el Miño después, se encargaron de llevarlo hasta la “Peneda Vermella”…

Me alegró saber que aquel labrego no era un ladrón… y recé por él, cosa que antes sí sabía y solía hacer.
Rodríguez, Xerardo
Rodríguez, Xerardo


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