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Pan duro

jueves, 29 de octubre de 2020
Me consta que algunos lectores, llevados de sus mejores deseos, me desean que reciba algún tipo de reconocimiento. No ya por mis méritos literarios, que son muy escasos a conciencia, ya que huyo de imágenes y otros recursos para centrarme en el meollo del mensaje, sino que les gustaría por la constancia en mis pensamientos, que son sólo posturas sinceras ante la sociedad en que me toca vivir. Pero lo que quizás ellos no saben es que algunas personas trataron de brindármelo, pero no acepté. Y lo siento porque hay gente que me quiere mucho y no lo entiende, pero no por otras que trataban venderme el favor. Hay en ello una coherencia personal, que no es otra que huir de la soberbia que generan los aplausos, para vivir con la humildad y los pies en el suelo. Quien quiera loas y estatuas que siga siendo políticamente correcto con éste y con el otro. A mayores tampoco tengo club de fans ni falta que me hace.

Escribir es una tarea que realizamos mucha gente, pero soy consciente de que literariamente milito en tercera regional. Nunca aspiré a decorar el aire ni a vestir con alas a las brujas, ni siquiera a ver la santa Compaña - hay algunos pecaditos de juventud- y no lo hice porque la compaña que busco es de gente limpia, sana, inteligente y tolerante.

Para crear la literatura gallega ya están los alumnos de Cunqueiro u otros fabuladores. A mí me toca un trabajo más prosaico como llamar a las cosas por su nombre y hablar del pan duro, por ejemplo, de Aluminio. Rechazo los estereotipos de la queimada, las leyendas y miles de fantasmadas a las que son propensos los gallegos para evadirse, o mejor dicho eludir, la responsabilidad social. Y esa labor me temo no goce de tantos alumnos. Han comenzado los estudios algunos, pero la vida es tan cruel y mezquina, que les han cortado las alas esos golfos de los que cada día veo algún representante.

Así que huyendo de esos mínimos reconocimientos y marcando el territorio, así se logra también alimentar a la carroña, esa caterva de miserables envidiosos y cobardes, que te despellejan en diversos foros ciudadanos para después saludarte hipócritamente. La peor lección de la edad es la que te muestra la ruindad del ser humano. Como si alguno estuviésemos exentos de defectos.

Nunca me preocupó el repasar los escritos para puntuar bien o si se me escapaba alguna falta. En mis escritos hay muchas, y soy consciente de ello; sin embargo, nunca escribí un artículo hueco ni inflado. Quizás podría hacerlo, pero sé que acabaría por desecharlo. A la gente hay que hablarle de la vida, no de que las sirenas andan de vinos con los artistas.

Por último, absténganse, por favor, de despellejar a este o aquel escritor en mi presencia para inflar mi ego. No lo necesito. Cada uno es responsable de sus actos, conoce sus capacidades, escribe sobre lo que quiere, goza de sus recursos y aspira o no a la gloria según sus aspiraciones. Nunca entré en luchas ni comparaciones, ni me importan clasificaciones, ni comparto maniobras ni otras miserias tan humanas como presunciones. Evidentemente tengo mi ego, pero hay que mantenerlo a raya y buen recaudo.

Mis metas son muy sencillas: seguir defendiendo lo que quiero y en lo que creo, aún que no se entienda bien; andar el camino ligero de equipaje como dijo el Maestro laico Machado; vivir con el sosiego propio de la senectud para morir con la sencillez de un gorrión. Sin flores ni dolores. Al fin y al cabo quiero seguir siendo como cuando fui el niño de la sonrisa y la alegría. La vida puede ser así de sencilla.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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