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Asesinato en Caracas

lunes, 19 de octubre de 2020
Nunca olvidaré aquella noche en Caracas. Eran tiempos en los que la gente comenzaba a tenerle miedo a las sombras… porque la ciudad se había vuelto peligrosa. En el Caracas Hilton me había aconsejado su director que, a partir de ciertas horas, mejor me iría haciendo vida en el hotel, donde había de todo...

- Buen restaurante, terraza, zonas de estar, discoteca... ¡Lo que usted quiera!

Nunca supe a ciencia cierta si aquel joven me estaba vendiendo sus servicios o si realmente intentaba protegerme como hizo Ramón Piñeiro, mi viejo amigo de aquel entrañable “Portón” que desapareció de las guías de restaurantes cuando sus dueños se empeñaron, prematuramente, en viajar al Espacio.

De Ramón Piñeiro me acuerdo con frecuencia, al igual que de su hermano Pepe, porque cuando escribo solo me separa de Brión un monte cuyo nombre ignoro, pero que me preserva de esos cúmulo nimbos color cárdeno, premonitorios de las tormentas.

Aquella noche había tenido a bien invitarme a cenar en la embajada española el señor embajador. No recuerdo que teníamos que celebrar esa vez. Entonces España no estaba en crisis y a nuestro cuerpo diplomático le estaba permitido organizar fastos de este tipo, de los que incluyen viandas a las que no se le mira el precio en el supermercado.

Me encontré con medio Caracas, incluso con La Flaca, que no es muy amiga de este tipo de fiestas. Le acompañaba Benjamín Pérez, el mandamás de TV Latina, súper productora de Miami en la que estuve a punto de trabajar. También estaba Ramón Piñeiro con el que tuve el honor de compartir mesa.

La cena, por la compañía, resultó agradable y hasta bailé al son de una de esas orquestas que le dan a todo, cosa que hice en mi vida muy pocas veces, que no soy yo nada bailón.

Lo que no entendí fue el objeto de aquella convocatoria y salí pensando en la labor que desarrollan nuestras embajadas; porque me da la sensación de que, algunos diplomáticos en Latinoamérica, se han limitado a presentar sus credenciales y a asistir a las típicas celebraciones del país en el que están destinados.

En aquella cena de Caracas no había representación alguna del gobierno de Venezuela ni de los países que tenían representación en la capital. Más bien parecía una reunión de amigos, un “festorrio” para matar el aburrimiento. Porque por no haber... ni siquiera había empresarios españoles interesados en abrir nuevos mercados, como se dice ahora.

- Concuerda un poco lo que dices con aquel programa de televisión en el que Paco Vázquez, embajador en Roma, desveló que “aquel salón enorme y con tanto lujo solo servía para que su nieto jugara con el cochecito eléctrico”.

Sí. No son ganas de criticar, simplemente creo que antes de recortar presupuestos en Sanidad, Educación y Cultura... ¡Se debería revisar la filosofía de las embajadas, sus fastuosos edificios y sus gastos suntuarios!

Pero la verdadera historia de aquella noche en Caracas sucedió a escasos doscientos metros de la Embajada Española y sobre las dos de la madrugada. El taxista “de seguridad” que me habían recomendado mis amigos de Venevisión -un chicarrón maracucho que había sido policía y que llevaba pistola entre las piernas mientras conducía- pegó un frenazo que estrelló mi cara contra el parabrisas. Lo que tal vi parecía de película basada policías corruptos.

Dos coches oficiales mantenían cerrada la calle y cuatro energúmenos se dedicaban a darle patadas en todas las partes del cuerpo a un “delincuente”. Unos metros más allá una joven semidesnuda y ensangrentada yacía en la acera.

Al descubrirnos, uno de los agentes solo dijo...

- ¡Lárguense! ¡Pronto, coño! ¡Váyanse!

Pero a mí no me dio la gana y le pedí explicaciones de aquello al mismo tiempo que veía como me encañonaba con una pistola y mi cabeza no sentía para nada mi cuerpo...

En discusiones andábamos cuando llegó Ramón Piñeiro escoltado por ocho “moscas” de la misma policía de Caracas. Los “moscas” son los “motoristas” que acompañan en sus recorridos a las autoridades y a la gente invitada por el gobierno.

A pesar del tenso momento me sorprendió que Ramón tuviese escolta, pero di gracias a Dios por habérmelo traído tan oportunamente, aunque luego supe que fuera el maracucho, de nombre Waldo, el que lo llamara a través del “celular” solicitando su ayuda.

Los polis discutían, la chica se moría y se murió; y el muchacho, su novio, fue acusado de asesinato en ese mismo momento... De no haber sido por Ramón Piñeiro estaría pudriéndose aún en alguna de las cárceles de la República y puede que Waldo y yo estuviésemos viajando de estrella en estrella.

- ¿Por qué?

- Nosotros éramos los únicos testigos y el chico era peruano, indio de un pueblo de la media ladera de los Andes.

Reinaldo Vargas quedó en libertad al día siguiente de estos hechos y tras nuestras declaraciones, los investigadores averiguaron que aquellos cuatro vándalos con uniforme... les robaron, violaron a la chica, la mataron de un solo golpe en el cráneo y apalearon a su novio con intención de acusarle de homicidio.

Cuando Reinaldo entró en el hall del Caracas Hilton supe que se iría pronto de Venezuela. A la hora del almuerzo que celebramos los protagonistas de la noche anterior, en el mismísimo “Portón” de los Hermanos Piñeiro, Ramón me contó, confidencialmente...

- Soy muy amigo del director de la Policía, que es de origen gallego. Se dio la casualidad que anoche tuve una corazonada y no estaba dispuesto a viajar solo porque resultaba muy peligroso. Le llamé y en un minuto llegaron los “moscas”...

A pesar de su importancia, aquella noticia no saltó a los medios de comunicación. Un día después, lunes, en el aeropuerto de Maiquetía leía en El Universal el siguiente titular:

“30 ASESINATOS Y 14 DELINCUENTES ABATIDOS POR LA POLICÍA”

Jamás olvidaré el rostro de aquella joven y cuando volví a Caracas siempre hice caso a aquella recomendación del joven director del Hilton...

- Mejor quédese en el hotel… ¡Hay de todo!

Durante el vuelo recordé lo bonita y divertida que era la noche de Caracas cuando fui por primera vez, a finales de los sesenta...
Rodríguez, Xerardo
Rodríguez, Xerardo


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