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Pleitesía

viernes, 04 de septiembre de 2020
Con toda la ironía al personaje que me tocó agradecer el favor.

A principios de los años setenta del pasado siglo, en la Coruña, firmé mi primer contrato de maestro interino. El nombramiento venía acompañado de una tarjeta de visita de un supuesto conseguidor, que siempre supuse que era un pez gordo de la Delegación de Educación. En aquel contexto, fácil era imaginar que la tarjeta en cuestión me facilitaba la dirección para que me acercase a agradecerle el trabajo, con algún regalo, a tan “ilustre” personaje.

Efectivamente, fui a su casa y salió a recibirme, pero me presenté, con mi mejor retranca, y le dije que lo hacía por si tenía que hacer algo más. Por supuesto, no llevaba ningún regalo. Sólo recuerdo la poca gracia que le hizo mi visita y la cara que se le puso con mi osadía. Quizás el ejemplo le pueda servir a alguien.

Viene esto a colación porque se da la casualidad que a mucha gente la descoloca uno con estas actitudes, porque están habituados, como los caciques, a que todo el mundo les baile el agua, ya sea con saludos reverenciales, con invitaciones u otras consideraciones. A mí nunca me pareció lógica esa manera de proceder y sí servil, por parte de aquellos que practican tanto el peloteo. Cuando los veo actuar así, ya sé de quién debo separarme.

En mis tiempos era muy habitual, según decían, comprar puestos de trabajo, oposiciones, enchufar a inútiles hijos de papá en puestos varios, mendigar favores… hasta yo, que nunca tuve poder alguno, fui requerido en ocasiones para echar manos a conocidos y hasta alguno dejó de hablarme porque le parecía que lo había vendido. La vida es lo que tiene, que da vueltas, y mira por donde, el hijo del que dejó de hablarme, es hoy un personaje que recientemente vi triunfando en la televisión. Eso sí, vecino mío, pero hablando un andalú, que valga mi arma.

Siempre trataron de enseñarme que todos somos iguales, y hasta lo dice la Constitución; sin embargo, a mí la vida me muestra estas actitudes y rebate aquellos argumentos cuando veo lo miserables que son algunas personas, y hasta qué punto se degradan con tal de ser las invitadas del rico epulón. Lo escribí hace tiempo: “Los caciques son fruto de la miseria ajena”. Si las personas nos atreviéramos a vivir con dignidad, desaparecerían; pero, por desgracia, nos queda mucho que aprender y seguimos fomentándolo y creándolos incluso en partidos que se proclaman progresistas. Porque, dando cierto quetodos somos iguales en derechos, la práctica demuestra que las diferencias existen y que nada tiene que ver un miserable come…con un humilde y discreto señor. La educación, la clase, el señorío es siempre muy respetable usándolo en su justa medida. Lo que ya resulta insufrible es la soberbia y la vanidad de los poderosos y su uso avasallante y prepotente.

Porque la educación se practica, la clase se mama y el señorío viene de serie en quien conjuga felizmente los dos anteriores. Una regla muy práctica para observar el señorío es que un señor jamás habla del dios dinero, ni hace ostentación, ni cobra vasallaje, ni acepta nuevos ricos advenedizos en su compañía, con humildad convive con sus semejantes y es sibarita en la elección de sus amigos.

La práctica de la pleitesía es una manifestación clara del servilismo más repugnante y a su vez exponente de la catadura moral del sujeto en cuestión. Y el problema es que la vida discurre por unos derroteros tan inciertos que solventar este problema requiere muchísima personalidad, mucha dignidad, mucho sacrificio, mucha capacidad crítica y saber vivir derecho y eso. Aunque necesario, no es fácil. Y, por desgracia, menos en esta Tierra.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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