Ten compasión de mí, Señor
Agrelo, Santiago - domingo, 16 de agosto de 2020
El evangelio sitúa hoy a Jesús fuera de su tierra, entre paganos, en el país de Tiro y de Sidón: El amor lo despojó de sí mismo y lo abajó desde la condición de Dios a la condición de esclavo.
Allí, una mujer, se puso a gritarle: Ten compasión de mí, Señor.
La memoria de la comunidad creyente guarda aún el grito de los discípulos de Jesús en la barca sacudida por las olas; y tampoco hemos olvidado la súplica de Pedro que, desde el abismo del miedo y agarrado a su poca fe, había gritado: ¡Señor, sálvame!
Ahora es una mujer la que, empujada por una gran necesidad y por una fe más grande que su necesidad, se postra ante Jesús para decirle: Señor, socórreme.
Más allá de los discípulos y de Pedro con sus miedos, más allá de la mujer con su necesidad, tu fe recuerda que grito y súplica los oyó en otro lugar y evocan en el corazón otro nombre: A media tarde, gritó Jesús muy fuerte: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Y un instante después: Jesús dio otro fuerte grito y exhaló el espíritu.
A ti, Señor del cielo y de la tierra, el amor te hizo semejante a nosotros, te dio una carne de debilidad como la nuestra, un cuerpo de suplicar gritando, de gritar creyendo, de creer confiando.
El amor, Cristo Jesús, te hizo carne compasiva y misericordiosa, evangelio para los pobres, libertad para los oprimidos, luz para los ciegos, resurrección para los muertos, alegría y paz para los amados de Dios.
El mismo amor que por el misterio de la encarnación te hizo pan y salvación para la humanidad, te hace hoy pan y salvación para tus fieles en el misterio de la eucaristía.
Por la encarnación y en la eucaristía, tú, Señor, has hecho tuyo el grito de la mujer el grito de tu Iglesia, el grito de la humanidad-: Ten compasión de mí.
Y es también tuya y de hoy la palabra que llena de esperanza y de alegría el corazón de los pobres: Que se cumpla lo que deseas.
(Fr. Santiago Agrelo es Arzobispo emérito de Tánger)

Agrelo, Santiago
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