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La hipótesis del blanco

lunes, 27 de julio de 2020
Me gusta meterme en los libros científicos y, si es posible, leerlos en sus lenguas originales. En ellos encuentro criterio, opiniones, se discuten teorías y se explica cómo se van afianzando los conocimientos. En general, su lectura proporciona un amplio conocimiento sobre la ciencia de la que trata. He conocido libros geniales, alguno de ellos me ha acompañado desde mi época de estudiante.

Pienso en el llamado "Principios de Genética", de Th. Dobzhansky, que se editó en 1958. Durante muchos años fue el único libro de Genética editado y en los departamentos correspondientes se le llamaba "el libro". Con el tiempo, fueron apareciendo más y más en diversos formatos, pero el primero, el Dobzhansky, como le llamábamos por su La hipótesis del blancoautor, siguió siendo único. Lo acabo de mirar ahora mismo, lo tengo al alcance de la mano. Sus páginas tienen para mí mucho de entrañable, pues en ellas encuentro al estudiante que fui, empeñado en comprender algo o en resolver algún problema de los que allí venían.

Con los grandes pasa una cosa singular. Cuando se escribió el libro, aún se conocía muy poco de los ácidos nucleicos y su funcionamiento, de la acción mutagénica de las radiaciones o de genética evolutiva en general. Se desconocía lo que hoy llamamos Genética molecular. No obstante, leyendo ahora los textos escritos hace más de medio siglo, es fácil ver cómo el autor intuía lo que luego se comprobó con certeza.

Algunos científicos tienen tan metido en su mente la naturaleza del objeto que estudian, que poseen una clarividencia grande sobre él e intuyen características suyas que son difíciles de comprobar en el momento en que las enuncian, pero esas propuestas quedan planteadas como retos a los siguientes investigadores. Ocurrió con Francis Crick o con Albert Einstein. Hoy se está comprobando cómo sus intuiciones eran veraces, aunque no se pudiesen comprobar en aquel tiempo, cuando fueron enunciadas.

En el libro de genética que comento, también es sencillo encontrarse con interpretaciones que quedan inacabadas por falta de conocimientos en aquella época, pero con frases insinuadoras sobre las posibles soluciones, que luego mostraron ser acertadas.

Voy a comentar un solo caso, de entre varios que aparecen en el libro. Hablando del efecto mutágeno de la radiación, el autor comenta los resultados experimentales del investigador ruso Nikolaj Vladimirovich Timofeev-Resovskij, quien trabajando con Drosophila melanogaster, la mosca del vinagre, descubrió la relación directa y lineal entre la dosis de radiación y la respuesta a modo de mutaciones letales en el cromosoma X de machos irradiados.

Estos trabajos se realizaron en años tempranos de la década de 1930. El vitalismo, como idea explicativa biológica, estaba desapareciendo de escena. Se comenzaba a conocer el papel de los ácidos nucleicos en la herencia, si bien se desconocía su estructura molecular. Debido a ese desconocimiento, había una fuerte corriente científica que atribuía a las proteínas el papel de transmisor de la herencia biológica. En esa misma década, T.H.Morgan recibe el Premio Nobel por demostrar, entre otras cosas, la base cromosómica de la herencia. Pero en los cromosomas hay proteínas y ácido nucleico, Las dos moléculas sobre las que se discutía su papel en la herencia. Se conocía bien la estructura de las proteínas, se desconocía la de los ácidos nucleicos. Pero afloraban múltiples experiencias que obligaban a decantarse por estos.

Tampoco faltaban los que defendían la idea de que los genes eran algo espiritual, un La hipótesis del blancosoplo inefable, si bien Mendel había demostrado cómo se transmitían de modo inalterable a lo largo de las generaciones, aunque pudiesen estar ocultos en los individuos durante generaciones.

Eran reales los genes, existían de modo discreto, concreto, se podía actuar sobre ellos? La interpretación de los estudios de los efectos de la acción mutágena de los rayos X aportaron luz a estos debates. Si nos fijamos en la gráfica, vemos una relación directa entre dosis de radiación (causa) y aparición de mutantes (efecto). Aunque la gráfica no lo indica, a 0 R (Roentgen) de radiación, corresponde un 0,02% de mutación. No es un error de trabajo, más bien es una prueba de la precisión del experimento, pues esa cantidad representa la frecuencia de la mutación espontánea.

No faltó quien dijese que a dosis doble de radiación, correspondían dosis dobles de mutantes. Era un resultado similar a lo que ocurre en un bombardeo, en el que lo importante es dar en el blanco. Cuando se duplica la dosis de bombas, o de unidades R, las respuesta en el doble de víctimas o de mutaciones. Se fraguó con esta idea la que hoy conocemos como “hipótesis del blanco”, que resultó ser verídica.

Según esta hipótesis, para que se produzca una mutación, las radiaciones han de alcanzar el blanco. Y, ya digo, se comprobó lo acertado de la hipótesis, pues se confirmó su veracidad y, con ella, la naturaleza material de los genes.

T.H.Morgan había demostrado que los genes ocupaban un lugar concreto en los cromosomas y fue premiado con el Nobel en 1933. Ahora, otros investigadores, estudiando el efecto de las radiaciones sobre el material hereditario, demostraban la naturaleza material de los genes. También fueron reconocidos con el Premio Nobel en 1946.
Valadé del Río, Emilio
Valadé del Río, Emilio


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