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Conclusiones y recuerdos en el confinamiento

lunes, 18 de mayo de 2020
Hace ya unos días que mi vecina y yo hablamos un rato frente a frente, descansillo por en medio, con más distancia que la recomendada por decretos y protocolos del coronavirus. La verdad que es un relax para la vista y el oído oír directamente a los Conclusiones y recuerdos en el confinamientoamigos sin nuevas tecnologías por el medio. A lo largo de estas conversaciones nos vamos contando chismes y recuerdos, evocados muchos de ellos por la situación presente.

Una de las sensaciones en que concordábamos era la de que como en casa nada. Esa conclusión dio lugar a relatos sobre vivencias del pasado. Y viniendo al caso me contó lo que sigue:
En una noche de verano atlántica muy fría, en la que la rebeca usual daba más frío que calor, pues ya se sabe que el perlé da frío si hace frío y calor si hace calor... En aquella heladora noche, allá por mediados de septiembre, había una velada en la plaza del pueblo, representada al aire libre por una compañía ambulante que trabajaba al aire libre. El número de los payasos, el del recitado de poemas, el del mago con levita, fueron logrando hacerles olvidar el relente a los espectadores, incluso el del perrito amaestrado, aunque el pobrecito parecía un poco triste.
Al fin llegó el final con el número más fuerte, estaban helados, se irían a casa ya, y bastante satisfechos de aquella función, pero ¿cómo se iban a marchar si faltaba lo mejor?. Comenzó a sonar la música enlatada de un gramófono, la melodía primero y de seguido la letra de aquella apasionada canción:

"Amor es el pan de la vida, amor es un algo sin nombre que obsesiona al hombre por una mujer..."

De la oscuridad salió una pareja: él con un esmoquin y pajarita; ella -horror- con traje de noche por debajo de la rodilla y un cuerpo sin tirantes a lo Gilda, mientras que los brazos estaban semicubiertos con guantes de raso acordes con la solapa de la chaqueta del compañero. La chica lucía un peinado de moda demodé con un cardado excesivamente voluminoso y tieso por la laca, no se le movía ni un pelo, pero en las vueltas el leve céfiro del norte levantaba su falda hasta verse la pantorrilla y un poco más; los pasos de aquel baile eran unas veces de vals y la pareja entonces recorría la pista en vueltas y revueltas, marcada por un foco brutal de luz, un haz que acompañaba a los bailarines; otros eran como de tango con pasos largos entrelazados, tras los que, al fin, ella caía rendida de amor en brazos de su compañero, volcado de pasión gélida.

En uno de aquellos recorridos por el borde de la pista, los de primera fila pudieron observar en primer plano los empolvados rostros, los hombros tiesos, pálidos de la mujer, la piel blanca de gallina en lo que se veía de sus brazos y muslos, todo aterido, mientras que las narices de ambos estaban coloradas como las de todos los mirones, anunciando las de las noches de nieve.

Aplaudieron a rabiar, porque aquel espectáculo se lo merecía, aunque sólo fuera por el valor de aguantar unas varietés en las antípodas de una noche caribeña: tenía mérito el calentarse con aquella apasionada canción en noche tal, enfundada en traje de moiré y mangas de satén. Si bien se fueron para casa encantados, ansiosos por sentir la vaharada de calor que les recibiría al abrir la puerta. A ella -a la narradora- se le pusieron la cara roja y los pies tibios al poco de entrar, entonces le vino a la cabeza la bailarina de tacones altísimos y tiras de sandalia. Se metió en la cama con un camisón de manga larga -algodón puro- y se fue quedando dormida al calor de las mantas de lana. Mientras se entregaba despacio al sueño iba sintiendo el un plácido bienestar, a la vez que tomaba conciencia del malestar de aquellos comediantes congelados, evocando a la intemperie un ambiente glamuroso. Al día siguiente pensó que el “pan de la vida” era el de cada día, y ya no le valdría nunca más aquella canción, ni siquiera en los momentos más apasionados de sus relaciones amorosas.

Todo este recuerdo se le ha hecho presente en el confinamiento por el coronavirus, en el cual ciertos días ha llegado a esta conclusión: ¡como en casa nada!.
Pena López, Carmen
Pena López, Carmen


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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