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Las lecciones de los papás

lunes, 27 de abril de 2020
Muchas personas de mi generación -nacidos hace setenta años- nos sentimos defraudados de las nuevas generaciones y les achacamos que sean tan egoístas e insolidarias como si nuestros hijos no fuesen el reflejo de nosotros mismos. Poco hemos aprendido de la miseria que, si no sufrimos, al menos hemos padecido en otros, y de personas que nos regalaban continuamente lecciones ejemplares de compartir, aunque fuese un plato de comida.

De poco han servido sus sacrificios continuos para poder ofrecernos todo aquello, que ellos habían conseguido con tanto esfuerzo, y que, muchas veces, hemos despreciado no sabiendo aprovecharlo. Desgraciadamente, las clases de solidaridad y generosidad, que también ellos soñaban en inculcarnos, parece que hoy sólo la reservamos exclusivamente para los nuestros, soñando también, tal vez, que tengan eco.

Muchas personas de mi generación, llevadas, quizás, por aquellas pasadas penurias familiares, han educado a sus hijos- no me incluyo porque no los tengo-en la creencia de que poseer dinero era lo mejor que les podía ocurrir, y todos sus sacrificios, que también los hubo, estuvieron encaminados a tal fin. La mal llamada cultura del dinero, cuando no pelotazo, que no es otra cosa que la adoración del becerro de oro, es una realidad tan tangible como nefasta y, a mi entender, la responsable última de todos los problemas de la Tierra. Desde la pandemia al cambio climático.

Siempre disfruté de las lecturas de D. Juan Manuel en “El Conde Lucanor” y sus “exempla” y por ello trataré de remedarlo, desde la prudente humildad y también desde una ficticia presentación, para evitar su identificación, por si la realidad pudiese coincidir, todo sea desde la conmiseración haciael personaje en cuestión.

Repito,desde la ficción: El personaje en cuestión era un albañil muy trabajador, formal y responsable, admirado por todos aquellos que convivían con él. Nadie dudaba de su valía ni de su franca sonrisa. Todo marchaba bien y ganaba un buen sueldo, que, sin tirar cohetes, le permitía vivir decentemente.

Un buen día “El Conejo”, mote con que era apodado el albañil, fue detectado por un listillo, que ejercía de alcalde, y que, tanteándolo, empezó a encargarle pequeños trabajos para el ayuntamiento. Así aparecieron contratas pequeñas, que iban creciendo al ritmo que el ambicioso obrero se convertía en pequeño empresario acomodándose al mangoneo y directrices de la autoridad. Como consecuencia de sus actuaciones, fueron apareciendo nuevos encargos, cada vez mayores, así como nuevos amigos, desde directores de bancos, abogados, encargados de obra, jefe de compras, asesores, políticos responsables de obras públicas… La cosa marchaba.

Marchaba y muy bien. De la primera mordida al alcalde que fue discreta, se pasó a otras más amistosas y voluminosas, con piso gratis incluido. Siguiendo los mismos principios, se pasó a dar de comer en la mano a responsables de organismos oficiales y cualquier otro personaje involucrado en las empresas, reales y ficticias, que por su opacidad también son reales, y que pudieran reportar beneficios. Como consecuencia de todos aquellos cambios, aquel mote tan vulgar de “El Conejo”, pasó a ser D. Andrés quien, consciente de sus limitaciones, siempre rehuyó las servidumbres de discursos y otras glorias. El resultado fue una brillantísima empresa con cientos de millones euros, en poder del miserable. Podía dar más pelos y señales y hasta nombres de involucrados en mordidas, trampas, mentiras y cambalaches del individuo en cuestión, pero no soy yo el responsable de la investigación, que supongo nunca existió y, si lo hizo, no encontró delito. Para eso no hay mejor inspector que quien mira para otro lado o cambia de criterio con la facilidad que reporta una buena mesa de marisco.

Cuando estas cosas están amparadas por medidas políticas, adquieren visos de legalidad que nadie investiga. La última prueba de su avaricia me la dio otro fabulador como yo: El albañil, ahora constructor, fue de vacaciones a Benidorm y lo vieron comiendo un bocadillo de mortadela. La usura es lo que tiene, hambre de dinero.

Pues bien, un colega suyo, de esos “pistoleros” que se llaman empresarios, sí, el que quería matar a los sindicalistas, murió, el muy desalmado, “cobrando” una factura en la cama.

Me recuerda aquella lectura do “ O Porco de pé” de Risco.

Todo lo que antecede, como digo ya por tercera vez, es pura ficción; cosas que en realidad se les ocurren a personas fantasiosas.

Pues bien, lo que todos debiéramos recordar, por si no vale la lección, es que el dinero es un medio, un recurso para vivir, y que para ello no es necesario poseer fortunas, ni siquiera pequeñas. Basta con cubrir las necesidades básicas,que si lo pensamos fríamente, son pocas. Las necesidades de las disculpas son muchas y superficiales. Y también conviene recordar, por aquello de que se nos olvida, lo felices que nos podemos sentir cuando compartimos lo que está a nuestro alcance.

Sería deseable ahora, que estamos sufriendo las consecuencias de nuestros errores como los recortes sanitarios y la deriva a la empresa privada de tantos servicios públicos -la pandemia puso en el tablero la situación y el negocio de la residencias de mayores y las carencias de los guetos en que se ha convertido la escuela pública, al menos en la capitales- sería conveniente repito, concienciarnos realmente de la necesidad de un reparto más equitativo de la riqueza cambiando nuestra mentalidad tan egoísta, nuestro modo de vivir tan absurdo y vacío, nuestro afán de dinero, nuestro cinismo ante el dolor ajeno de tanta gente hambrienta en el mundo.

Hora es de que nuestros aplausos, además de los justos a médicos y demás personal al servicio de los demás, sea, no para los grandes ricachones que se enriquecen a costa de la explotación de otros, ni para los grandes cracks mediáticos como futbolistas, músicos u otros sucedáneos, sino para personas que, día a día, con su enseñanza y ejemplo,nos educan en otros valores tan sencillos como conjugar el verbo compartir.

No incluyo ya a los cientos de miles que con la maleta de su formación, llenan servicios de segunda y tercera clase en países como Inglaterra, Alemania o Estados Unidos. Eso sí, están allí dicen sus padres con fingido orgullo. Lo que no dicen, la mayoría, cómo. Y existe también, como en todas las generaciones, el grupo de inadaptados, ante sus padres fracasados, que sobreviven de las maneras más variopintas, ya con la ayuda familiar, ya por su propio esfuerzo.

Con este panorama quizás convendría aprovechar el encierro para pensar que el ser humano no puede ser educado sólo y exclusivamente en el afán desmedido por el dinero y que existen otros muchísimos valores, mucho más esenciales para la vida de las personas, que acaparar riqueza.

Si pensamos fríamente en cuáles son las causas de lo que está sucediendo, llámese pandemia, cambio climático… observamos fácilmente que los desequilibrios económicos son la causa de ello. Se come, si hay, lo que se puede; se desforesta el Amazonas por la avaricia; se roba la riqueza de los países con leyes tramposas; se explota al ser humano para construir imperios económicos; se deja morir a los viejos en residencias que sólo buscan el lucro; se subastan las cosechas y los recolectores viven como esclavos… Y no contentos con esto, se aplaude al ladrón, se admira al que defrauda a Hacienda, se utiliza la inteligencia para crear paraísos fiscales; se fomenta el odio al pobre emigrante o marginado; se vive ajeno a las necesidades de los demás.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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