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Azar o destino: Las dos dictaduras

sábado, 25 de abril de 2020
L.B. es un niño de cinco años. Esta noche ha dormido plácidamente en su cómoda habitación del domicilio familiar. Tras un minucioso aseo personal y un desayuno integral, prepara sus libros y en transporte escolar es conducido al Colegio, donde recibe una formación y educación adecuadas a su edad y condición.

B.L. es un niño de cinco años. Esta noche ha dormido en la chabola familiar, insalubre e inmunda. Se levanta muy temprano, aterido de frio. Se refresca el rostro y las manos en el agua de una palangana para uso familiar. Su desayuno es frugal a base de unas frutas silvestres y un mendrugo de pan. Su colegio se reduce a tareas diarias de limpieza, acarreo de agua potable y en los ratos libres cuidado de su hermano de dos años

¿Qué han hecho L.B. y B.L. para merecer tan distinta suerte? Ninguno de los dos es culpable de su dispar situación, que a buen seguro se perpetuará con el paso del tiempo.
El primero puede aspirar a eurodiputado, ingeniero o bohemio. El segundo solo puede aspirar a la miseria, la patera o la condición de refugiado.
Su Majestad el Azar lo ha dispuesto así, y sus decisiones injustas, arbitrarias y discriminatorias son inapelables
¿Será oportuno recurrir al Tribunal de Derechos Humanos? La respuesta está en el viento, como diría el Nobel Bob Dylan.

¿Realmente el azar y el determinismo gobiernan de común acuerdo nuestra breve y atribulada existencia?
El azar no sólo puede influir o a veces determinar tu vida sino también, y de forma decisiva, el curso de la Historia. Todo consiste estar en el peor lugar en el peor momento.
El azar y el determinismo genético condicionan gran parte de nuestra vida, con la decisiva aportación de factores ambientales, geográficos, educativos y sociales que son el germen del libre albedrío que debe impregnar nuestra conducta.
Es la vieja polémica entre los genetistas y los ambientalistas.
En todo caso, es cierto que no tenemos capacidad de elegir los momentos y episodios más críticos y decisivos de nuestra existencia como son: el nacer y el morir; el cómo, cuándo y dónde, como dice el famoso bolero de Los Panchos.

¿A quién le han pedido permiso para traerlo a esta agreste y desabrida existencia?
¿Por qué y para qué nacemos aquí y ahora? ¿Quién lo decide el azar o el destino?
No es lo mismo haber nacido en el Paleolítico que en la Era Digital, ni en una choza de Namibia, que en un Palacio de Arabia Saudí.
Somos seres contingentes, perfectamente prescindibles. Sólo no queda administrar lo mejor posible nuestro breve paso por la vida, condicionado por poderosos factores externos, ajenos a nuestra voluntad.
No somos dueños de nuestra vida ni de nuestra muerte, ni siquiera, en ocasiones de nuestros sentimientos y emociones que están mediatizados por acontecimientos a veces impredecibles. Tenemos más miedo a la muerte que a la vida, cuando la inmortalidad sería el mayor castigo.
Vivimos en libertad vigilada. Nos afanamos en reivindicar y disfrutar de verdades efímeras y virtuales, pero carecemos de potestad para ejercer los derechos y libertades vitales: el nacer, el morir, el vivir en paz con nosotros mismos.
No conviene sin embargo caer en el pesimismo obstinado y contradictorio del existencialismo que presenta al hombre como un “ser arrojado al mundo”, abrumado por la frustración, la angustia y la melancolía y al propio tiempo proclama su libertad y preeminencia sobre las cosas que lo rodean: ¿El rey de la creación?
Antropológicamente el hombre no es bueno ni malo, sino todo lo contrario. ¿Está claro?
Sí, nos queda un derecho innato, inalienable: el derecho a la felicidad La vocación innata del ser humano es alcanzar la felicidad:
Objetivo etéreo, singular,
muy difícil de alcanzar.
Es un estado emocional
que según viene se va,
como una estrella fugaz
¡Si la apresas no la dejes escapar!
Vázquez Liñeiro, José Ramón
Vázquez Liñeiro, José Ramón


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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