En este 2020 se cumple el 250º aniversario del nacimiento de Beethoven, el genio para el que la música era una revelación superior a toda sabiduría y filosofía, el vino de una nueva procreación. El mundo entero celebra el año jubilar programando

miles de eventos entre conciertos, festivales, ópera, ballet, teatro, ediciones musicales, congresos e incluso rutas gastronómicas, como en Bonn donde nacía el compositor el 16 de diciembre de 1770, considerando Alemania esta fecha como razón de estado o también Viena, la capital de la música en la que transcurre la vida del compositor cuyo legado incluye junto a la monumentalidad de su obra musical -salida del corazón, para que pueda volver de nuevo al corazón-, el testimonio de una vida marcada por una profunda inclinación hacia el bien y el amor como refleja el Heiligenstadt Testament, una de las notables autobiografías de la historia de la humanidad, la declaración que nos presenta a un hombre atormentado por su enfermedad y su destino. Incomprendido su temperamento e incomprendida también su obra, al menos en su momento, ya que él fue el visionario que establece el puente entre el equilibrio clásico y la apasionada expresión romántica adelantándose a su tiempo. En Galicia también celebramos la onomástica, de hecho, a principios de esta semana la Real Academia de Bellas Artes presentaba el primero de los conciertos de un ciclo en colaboración con los Conservatorios Profesional y Superior de A Coruña con el pianista Julio Mourenza y una magistral Appasionata. La pandemia que vivimos hace que todas estas programaciones sean pospuestas, aplazadas o canceladas siguiendo las medidas de prevención ante la crisis del coronavirus. Beethoven sin duda puede esperar, ojalá que nosotros también y muy pronto sigamos disfrutando de su música inmortal.