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La pesadilla

miércoles, 11 de marzo de 2020
De repente a Pedro I se le vino el mundo encima el odioso virus estaba poniendo patas arriba todas sus tramas, su teje y desteje, le estaban poniendo en evidencia.

Había conseguido un gran triunfo con su manifestación feminista del ocho de octubre en La pesadillaque había relucido más que el sol como protector de las mujeres empoderadas, como su gran protector. Tenía mucho mérito en medio de la crisis del odiado virus haber convocado a las masas para erigirse en el macho alfa supremo.

Ese ocho de marzo fue fatídico para el virus que redobló el número de infectados y de muertos. Quedó literalmente con el traserillo al aire. Había sacrificado la salud de los ciudadanos para sus intereses partidistas. Un acto claro de prevaricación, pero sus mujeres eran su poder y su gran apoyo.

El ridículo fue tan grande y tan clara su estrategia que la delirante maní del ocho de marzo había caído rápidamente en el olvido y sus corifeos de los medios habían ahuecado el ala.

El giigantesco tsunami provocado por la pandemia hundía la economía con las bolsas en su bajo histórico. Adiós a sus presupuestos justicieros que causarían estragos en los empresarios pequeños y grandes con el agua al cuello.

Tenía que dar un giro copernicano a su política peronista que era irrealizable con el Titanic hundiéndose. La música de la demagogia del Sr. de la Navata y Duque de Galapagar podría seguir tocando mientras las aguas devoraban al barco que había chocado contra el Corona virus.

Le angustiaba también quedar en evidencia ante su falta de ideas e incapacidad de gestión y llevar al convencimiento de sus amaestrados y cloroformizados ciudadanos que como Capitán de barco competía con el del Concorde.

Su Rasputín se había pasado uno y mil pueblos. Comprendió que no era la persona para guiar el barco de la nación en estas horas de contrición y de desbarajuste. Buscó en su mesilla uno de sus móviles y redactó una carta de dimisión y solicitó el perdón de los españoles por su incompetencia.

Se despertó sobresaltado. Todo había sido una pesadilla. Para los ciudadanos la pesadilla se convertiría en una realidad sombría,pero para Don Pedro I era volver a saborear las mieles de La Moncloa. Seguir deleitandose con su revolución pendiente y divertirse con los disparates de Podemos que tanto irritaban a la impotente oposición.

La pesadilla continuaba en cuanto volvió a dormirse. Masas endurecidas le perseguían por los jardines de La Moncloa. Tenía que huir precipitadamente en su Falconcrest, que perdió altura y se precipitó en las aguas frías del Cantábrico.

Joaquín Antuña - joaquinant@hotmail.com
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