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Georgi y Wagner

viernes, 28 de febrero de 2020
Georgi y Wagner
Mi afán a veces frustrante y un poco pedante de educador me impulsa a apadrinar a amigos y desconocidos en aficiones e introducirlos en la literatura, en la música,y en todas las artes. Mi audacia me llevó a meter la gamba a discreción. En Verona enseñé el museo local a una pareja española, que él era director de la Escuela Massana de Barcelona y también se me da bien el arte de Cúchares.

Por esta razón en Diario 16 me dieron el bonito título de "embajador taurino" por haber introducido a la corrida, presenciando el bautismo taurino de más de 40 nacionalidades que causaban cierto asombro y revuelo en el tendido Siete donde estuve tantos años e invité a mi doble abono casi siempre a bellas damas y damitas, lo que a veces levantaba la inquina de mis amistades masculinas. Allá ellos.

No puedo pasar por alto la primera visita al Museo del Prado de un conocido levantino que nunca había puesto un pie en una pinacoteca que quedó fulgurado por la belleza de los cuadros. O de introducir a la lectura a algunas de mis amistades más sencillas e incluso conseguir que devorasen a un difícil Marcel Proust.Un treinta por ciento de los españoles no han leído un libro.

Esta vez el bautizo era muy importante y la dama bellisima, alta, atlética, con curvas siderales a la que por primera vez iba a propinarle ni más ni menos que Richard Wagner y su inmortal Valquiria.

A Georgi que así se llama esta gentil y muy simpática damita en los Cárpatos Georgiana, en España Georgia y para sus íntimos Georgi le gustaba Verdi y Puccini, pero no se había enfrentado nunca a la gran ópera alemana. Toda una experiencia.
Georgi y Wagner
Estamos en el Real en la temporada de ópera. La sala a reventar. Una Valquiria que es el primer episodio de la Trilogía del Oro del Rhin que producirá el máximo héroe de la mitología tudesca Sigfrido, ese mocetón rubio y musculoso que encarnaba el prototipo de los arios que fascinaban a Hitler y al nazismo.

Para oponerse a la apología se montan puestas en escena tendientes a ridiculizar a esta mitología y convertir a los nibelungos en algo grotesco, así en esta versión nos encontramos con traficantes de armas en una guerra imaginaria, que podría ser la de Bosnia. Con la que se diluye el aspecto heroico de este baile de humanos y dioses.

Todo tiene un límite ver a un partisano blandir la espada de la victoria o a las Valquiria referirse a sus caballos sin que se vea un equino por ninguna parte es un tanto excesivo. En la Cabalgata de las Valquirias en el tercero acto estaban ocultos en un imaginario bosque.

Esta desfachatez del escenógrafo no le gusta a Georgi, mientras la música altisonante retumba en sus oídos y trompas y trompetas están al máximo subrayando las pasiones de Siglinda y su hermano un Sigmundo enorme y gordisimo vestido de pocero. Una estética deplorable para tanta pasión ensordecedora. Georgi frunce el ceño sobre su naricita que fue latina y ahora es de Hollywood.

La ópera dura más de cuatro horas y hay dos entreactos, en el primero se brinda con un cava y una copa de blanco por su bautizo wagneriano. Me comenta que la música le llega, pero que no traga a los personajes tan mal vestidos. Ella de galisonera y el energumo de pocero como ya mencionado.

Se ve que la estética la puede. Le comento que en una versión naturalista estarían todos de vikingos con y sin cuernos y que un Plácido Domingo de Sigfrido vestido de Picapiedras como años atrás en el Real tampoco sería para ella plato de gusto.

En los dos actos siguientes la música lo inunda todo y Georgi empieza a acostumbrarse a esos adioses que no terminan nunca, y a esos muertos que tardan siglos en irse al paraíso, el Valhalla del dios Wotan y su hija Brunilda y todos sus colegas.

Con placer de maestrillo Ciruela veo que no se duerme, ni ronca modositamente, sino que sigue muy atenta la truculenta trama y disfruta de estos desbordes canoros y demasía orquestal. Todo es kolossal, excesivo y grandilocuente. Es wagneriano.

Nos queda soñar con la espada invencible y con estos personajes tan bien caricaturizados por Asterix y sus galos. Esta parodia francesa de galos y romanos pondria en su sitio a las Valquirias y a los Nibelungos.

La música no. Nos lleva al séptimo cielo entre rayos y truenos y a la bella Georgi le ha gustado. Misión cumplida.

Joaquin Antuña - joaquinant@hotmail.com
Antuña, Joaquín
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