Siempre me han fascinado las sociedades secretas, no sólo por sus teorías sino por las personas que las componen. En muchos casos iluminados y en otros logreros o simplemente seres que se refugian de su soledad y aburrimiento y encuentran un ambiente familiar, aunque a veces sea siniestro.
Además suelen disfrazarse, bueno llevar túnicas y medallones lo que los hace muy apropiados para el carnaval y ellas faldas oceánicas como si fueran las reencarnaciones de María Antonieta.
Nunca las he tomado en serio, pero admirado sus argumentaciones disparatadas, que para un autor satírico comprenderéis son pan de los ángeles.
Quiero referir una celebración de una, no me atrevería a llamarla misa negra, más bien convite místico con caballeros elegantísimos y damas que parecían prepararse a asistir
al mismísimo té de la Reina en Buckhigham Palace.
Yo me encontraba derrengado después de un almuerzo interminable con las embajadoras de Ghana y Sudáfrica y Jose Antonio Rupérez el Presidente del Centro Riojano en un restaurante asturiano El Paraguas en Jorge Juan, la calle más pija de los madriles. Un cachopo surrealista recubierto de algo que parecía plexiglás y blanquecino para más señas en rodajas, me hizo meditar sobre la superchería de lo sublime.
Aun así a pesar de mi cansancio, aquella tarde transporté mi holograma como si se tratara de Whitney Houston en gira mundial, me hizo participar en aquella elegante y misteriosa ceremonia.
Yo iba preparado para un aquelarre, mi imaginación siempre me traiciona amigos, de que hablarían aquellos encopetados personajes. Recordaba mis visitas clandestinas a la Academia Tiberina de Roma modesto templo del ocultismo y la magia romana. Aquí todo era serio y formal y no había frikis sino sesudos personajes.
Agazapado en un rincón tratando de pasar desapercibido a pesar de mi gran tamaño escuché una plática espeluznante.
Se hablaba del Apocalipsis amigos lectores y se enumeraban las catástrofes que según el Evangelio de San Juan lo anunciarían. Me estremeci eran signos muy convincentes a comenzar con el Corona Virus, que ya había llegado a Italia y se cernía amenazador por Irán y otros países causando el pánico en China.
Salió a relucir el vertedero maldito de Eibar y sus vientos contaminados. Tsunamis en media humanidad. Incendios incontenible en Australia y California. Refugiados casi un millón en la martirizada Siria huyendo sin saber adonde, campos de refugiados dantesco en Lesbos, agricultores orquestando tractoradas por los recortes de la PAC y puestos contra las cuerdas por un gobierno desorientado en su impotencia. Se invocó también el Delcygate y a los frikis que nos gobernaban. No falto quien citó entre los trompetistas del Apocalipsis a Donald Trump, Boris Johnson y Pedro Sánchez.
Esto último el tema de Frikilandia era una pandemia internacional y una bella señora defendió a su Pedro del alma que era adorado por las féminas del ocho de marzo e incomprendido fuera.
El asunto perdía interés al alejarse del aterrador y acongojante Apocalipsis y se convertía en una astrakanada, máxime cuando un caballero con pajarita enumeró entre los signos del Apocalipsis la derrota del Madrid contra el Levante.
Esta fue la única profecía que dos dias después se haría realidad. La verdad es que hasta llegar a Frikilandia y a nuestro buen Rey Pedro I de Pozuelo todo era convincente de la proximidad de que sonarán las siete trompetas del Apocalipsis, catastrofismo de primera categoría, pero al final la catastrofica política de unos frikis no podía tomarse como una señal del fin de los tiempos era tan solo una plaga más como la de la langosta africana.
Me escurrí y deslicé fuera y pasé una noche obsesionado por los negros presagios que había escuchado. Se acercaba el fin de los tiempos o la crisis del Madrid no tenía remedio y era lamentable como en el WhatsApp que me mandó Arturo. Me tranquilicé se trataba del Apocalipsis según Florentino.
Joaquín Antuña - joaquinant@hotmail.com
